Sevilla

El sexo de los... demonios

La Razón
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Hace alrededor de dos semanas, un pavoroso suceso mereció la inmediata reacción en las redes sociales de las más altas magistraturas de la autonomía: «Horrorizada por el asesinato de un bebé en Arcos. Protejamos a nuestros menores, ellos son víctimas de la #ViolenciaMachista», vinieron a escribir los amanuenses de San Telmo. Ayer, se supo de un crimen idéntico en Sevilla, también con el resultado del fallecimiento –muerte cerebral, a la hora de redactar estas líneas– de un niño de seis meses. Los paralelismos entre ambos infanticidios son evidentes, excepto por una diferencia: en el más reciente, la Policía sospecha de la decisiva intervención de la madre, que permanece detenida junto a su pareja. El silencio, así, es clamoroso porque, ¿cómo aplicar el peyorativo-comodín «machista» a un acto de brutalidad en el que presuntamente ha participado una mujer? El sesgo unidireccional con el que se trata en España, y por extensión en Andalucía, el drama de la violencia en el ámbito doméstico (padecida en una medida nada desdeñable por víctimas no menos desprotegidas que las mujeres, como son los ancianos y los menores) constituye algo que, para el feminismo «enragé», es incluso más importante que la construcción de su relato: alimenta su fabuloso negocio sin que, ahí están las estadísticas, la magnitud del problema disminuya. Que en la era del «big data», en una nación de la Europa más desarrollada, no quede estadísticamente registrado el número de criaturas que sufre sevicias a manos de sus madres sólo puede calificarse de negligencia malintencionada. Convendría, tal vez, aplicar el horrísono lenguaje duplicado también a sustantivos poco amables, para concienciar sobre la necesidad de reprimir a los y las delincuentes con independencia de su sexo.