Gaspar Rosety

La Liga, abierta

Cualquiera que observe la clasificación del campeonato español, podrá obtener la certeza de que se encuentra ante una liga disputadísima en la que los grandes equipos, con excelente trayectoria en Europa, confirman su hegemonía a nivel nacional. Nadie sabe a ciencia cierta quién será el campeón y, lo que es mejor, las cábalas acerca del calendario que les queda a los candidatos tampoco despejan grandes dudas.

España goza de excelentes plantillas y de futbolistas del máximo renombre internacional, pero también de entrenadores muy seguidos en el mundo entero y de un plantel de árbitros de condiciones superlativas. Los equipos arrastran aficiones de nivel y los desplazamientos en masa llegan a cifras increíbles hace algunos años.

Muchas veces nos empeñamos en considerar que otras ligas son mejores que la nuestra y es verdad que la organización por parte de quienes deben gestionar o dirigir las entidades profesionales han sucumbido a la polémica, no siempre acertada, basada en determinado estilo de periodismo. No es menos cierto que, en el fútbol, como en todos los sectores de la sociedad, hay personas que no saben estar a la altura de miras que requiere un país de nuestra naturaleza y un deporte de la categoría del nuestro.

El fútbol español no es lugar adecuado para incompetentes ni zafios buscadores de dinero, piratas de fortunas ajenas, sino el paraíso de los buenos gestores que gozan de todos los elementos precisos para llevar a cabo una función de amplia resonancia pública, de trascendencia social y de especial eco para nuestra juventud.

El fútbol debe ser un espejo para la sociedad. Los que no sirvan, sobran.