Roma

La nueva ley de Educación

No se trata de los lamentos de cierta Prensa, que sólo ve en ella el tema del catalán y el de la Religión. Son temas importantes: que por primera vez una ley apoye el español en Cataluña, algo que han rehuido todos los gobiernos, es importante, sí. Que estudie catalán el que lo desee, todos lo aceptamos, pero no un trágala del catalán y una defenestración del español, esto no lo aceptamos, y es algo que llevamos sufriendo demasiado tiempo. Y que la Religión, que no es obligatoria (juegan al equívoco), tenga un lugar respetable, también es lógico. Un hombre ajeno a ella del todo no es ni medio culto, no puede ni visitar un museo. Y no es aceptable que la Religión sea rechazada por los supuestos votos contrarios, los conocimientos imprescindibles no están sujetos a votos.

El centro es otro, al que apenas llegan muchos: que debe ponerse término a la degradación del conocimiento, sustituido por el pedagogismo y el que pasen todos. Esto es lo que desde la Ley General de Educación del 70 ha empobrecido culturalmente a España y ha amargado la vida a toda persona culta y responsable. ¿Y qué dice de esto la llamada Lomce, que propone mejorar el conocimiento y la enseñanza? Conoceremos la respuesta cuando pase por las Cortes. De momento, la propuesta ministerial algunas mejoras aporta, pero en otros puntos nos defrauda.

Cuando comenzó a hablarse de esta ley, comenzamos a temblar. Ya es de por sí malo que haya una reforma cada tres años no se puede así enseñar ni vivir. Y menos si el resultado es una degradación progresiva. En fin, esta nueva ley presenta aspectos favorables cuando resucita el sistema de exámenes y el rigor educativo. Y en otros puntos, así posiblemente cuando ensayas vías para hacer la Formación Profesional verdaderamente viable. Otros son mucho menos respetables. Los humanistas elevamos la voz contra ello cuando el anteproyecto se cargaba la Cultura Clásica, la puerta abolutamente necesaria para que siga habiendo alumnos de Latín y de Griego y para que otros aprendan algo de Grecia y Roma, sin las cuales el mundo cultural ni existiría. Nosotros llenamos de escritos los medios de difusión y los despachos ministeriales, donde no se nos recibía. Innúmeras personas cultas de nuestra nación nos apoyaron. Luego hubo un giro cuando el ministro Wert nos recibió, tuvimos una conversación amable y admitieron algo de Cultura Clásica, algo de Griego y de Latín. Ahora han hecho público el texto ministerial. Y dejando aparte las Humanidades, hay cosas que nos placen, como esa propuesta de seriedad: la exigencia de conocimientos y de pruebas que son necesarias. Suponemos que también de las no menos necesarias para entrar en el profesorado. Pero nos descorazonan otras cosas. Por ejemplo, esa propuesta de descentralización de la enseñanza, ese autonomismo cultural que viene a parar en que algunos centros se ahorren profesores y materias por razones económicas (esto ya se ha vivido, se lo dije al ministro y a la secretaria de Estado). Y dejar la decisión sobre materias a impartir o no a los centros, un espacio pequeño en el que pueden imponerse fácilmente personalismos varios. Más todavía. La división del Bachillerato en tres no es lógica, sólo es lógica en dos, aquella otra deja a las Humanidades todas como un vagón de cola frente a las Ciencias y las Sociología y demás, que siguen creciendo.

Y, dentro de las Humanidades hay una cierta mejora, respecto a propuestas anteriores, en lo relativo al Latín. Y un descenso del Griego, una vez más. Nosotros no hemos pedido otra cosa que una situación sostenible, como la de ahora, con el griego y el latín como asignaturas troncales o de modalidad no como objeto de una competencia en situaciones de inferioridad. Lo demás no es otra cosa que un paso atrás. El informe del Consejo de Estado ha sido favorable a todo esto y a muchas cosas más. Pero, por lo visto, no cuenta.

Evidentemente, prosigue la devaluación, más o menos clara, de las Humanidades por parte de los sucesivos ministerios. No es esto una gloria para nadie, tampoco para el PP. Nos hemos sentido optimistas en el año 2000, luego otra vez ahora. Y algo se ha remontado en los planteamientos de la enseñanza, a fuerza de insistir. Pero sigue habiendo una resistencia –abierta o de simple silencio– frente a las Humanidades, no sabemos por qué. Y ha habido, por nuestra parte, un gran esfuerzo. No ofrecemos ni pedimos utopías, pero presentamos un cuadro al día de profesorado y alumnado. Y produce desánimo estar siempre a la defensiva ante oídos sordos.