Martín Prieto

Lisístrata

La Razón
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Mar del Plata («La feliz») es el balneario de la clase media porteña (los elegantes frecuentan Punta del Este, en Uruguay), ciudad hotelera y apartamental, apacible y propia para el turismo familiar con niños. No es arrabal con chiringuitos. Una chica de 16 años acaba de ser violada por una patota (cuadrilla) o manada de «pithecanthropus semierectus» en la que se incluía su novio. Quizá en recuerdo de Vlad Dracul IV, Señor de Valaquia y por mal nombre «el empalador» a la indefensa víctima la rompieron con un palo el esfínter, el recto, el paquete intestinal y el estómago, falleciendo horriblemente de un piadoso ataque cardiaco. Miles de argentinas han colapsado la Avenida de Mayo denunciando que en el país se está cometiendo y tolerando un feminicidio (la palabra correcta que no usamos) a gran escala, el que la mujer ya no es un objeto de libre uso sino una res. En el país austral (30 millones) se comete un feminicidio cada 36 horas y la violencia de género sin deceso es tan aceptable como el mate cocido. Ahítas de razón, las argentinas han convocado una huelga nacional de mujeres por una hora el próximo domingo y amenazan con un día de brazos caídos. Lo que ocurre en la Unión India o Pakistán con el segundo sexo de Simone de Beauvoir sobrepasa el supuesto marxista de que la mujer es el proletariado del hombre; en México ni se molestan en violarlas tiroteándolas desde el coche como a liebres en cualquier trocha caminera.

Todo el mundo es escenario de las multiviolencias que sufren las mujeres y la ONU abrió una Secretaría que detentó poco tiempo la presidente chilena Bachelet. Zapatero financió con chorreras la oficina para que contrataran a Bibí Aido (la ministra de «miembros y miembras») y así funciona el organismo. Esta barbarie de género se encuentra bajo los arcos superficiales del varón en un pequeño tejido del lóbulo frontal que no controla correctamente la agresividad. Esa banda de tejido es más ancha en las mujeres y las permite elaborar si es el momento, o no, de disparar una respuesta violenta. No son más dulces: tienen acceso a una elaborada sensatez. Hay que contar con los hombres, incluidos los que piensan que las chicas son unos chicos muy raros. Hace dos mil cuatrocientos años, Aristófanes escribió «Lisístrata» como alegato pacifista, pero resulta actualísima para este otro holocausto de página de sucesos. La mayor huelga de las mujeres.