Francisco Rodríguez Adrados

Pedro Sánchez, el PSOE y el futuro de España

La Razón
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He escrito en este periódico últimamente sobre los dos socialismos y el futuro de España, tanteaba varios nombres para esos dos partidos. Algunos históricos: los nombres de sus fundadores o bien los de radical y democrático o bien A y B. Sigue sin haber nombres oficiales, caen bien los de radical y democrático. Pero el partido radical está ya definido por Pedro Sánchez y su alianza con Podemos (y hubo un partido radical-socialista, recuerden), el segundo por los nombres de socialistas bien conocidos como gobernantes de nuestra democracia, los llaman los barones por llamarlos algo. El caso es que ya están en escena, a punto de desenvainar, ya que no sus espadas, sí argumentos ya conocidos, como en el comienzo del Tenorio.

De Pedro Sánchez ya conocemos su pregón, el de la izquierda radical: fuera de escena, los malos tienen la culpa de todo, nada de provecho hicieron. Él traerá la igualdad y toda suerte de felicidades (por desgracia, son ya conocidas, siempre han traído fracaso y desgracias). Pero estos socialistas y españoles innúmeros historia no leen, o así lo parece.

Bien, yo no conocía a este nuevo personaje, vi, eso sí, que era valiente: se ve no sólo por su tipo y apostura, también porque se atreve a lanzar contra los barones (y contra muchos de nosotros) todos sus argumentos y su valor. No es que se le suponga (como decían en el ejército), es que, en efecto, lo tiene, como casi todos los políticos, yo diría. No es tan frecuente hoy en España. Otra cosa es el resultado: tememos muchos (y, sin duda, los barones y muchísimos socialistas más) que esos argumentos nos traigan más bien desgracias, como tantos otros de los radicales. De buena fe, sin duda, pero desgracias.

Ya ven, yo, como tantos, no le conocía, tuve que ir a Google. Pero, créanme, acerté en lo que por mí mismo había conjeturado. ¡Es de Madrid y de Tetuán y de una edad envidiable! Valeroso, ya dije. Me temo que bisoño (igual que sus amigos, esos que dicen que pueden) en el tremendo juego de la política. No, por Dios, por mala voluntad, sino porque es un juego muy duro, sus ofertas de igualdad y felicidad nunca resultan, traen lucha y problema. Los más de sus predecesores o colegas han fracasado entre desgracias. Y no dudo de su buena voluntad. Si triunfaron, peor: vean las revoluciones rusas del 5 y el 17, casi un siglo para eso. Vean al Sr. Maduro, vean a su pueblo ahora - y supongo que, él también, lo estará pasando mal. Vean Cuba, a la que me invitaron, ofrecían la felicidad, pero preferí no volver. También estuve en Bulgaria, en Rusia. ¡Y viví la República española, el 31 decía mi portera en Salamanca, lo he contado muchas veces, que íbamos a ser felices sin los gastos del rey, y ya ven lo que salió! Experimentos peligrosos, lo que decía aquél:¡mejor con gaseosa! O lo que decía Adenauer en sus carteles electorales, yo andaba por Alemania entonces: «keine Experimente», nada de experimentos. Pero tengo que hacer una rectificación a lo que escribí, lo del frente popular. Los socialistas han aprendido, no todos van a entrar, ya se ve, en aquel frente del que yo abominaba. Eso nos dicen.

Vean Vds, yo no soy de Madrid, soy de Castilla y León, vivimos España como una unidad sin más. Pero vivo aquí desde muy joven, de aquí era mi mujer y son mis hijos, conozco ambientes múltiples. Y hay muchos, madrileños o no, que lo viven de otro modo: aman a Madrid, pero ven a España como un conglomerado más abierto, policéntrico, diría, Madrid es el centro de los centros, claro. Y queda entre muchos como un poso de la antigua República, una especie de recuerdo de aquellos distanciamientos de varias regiones que empezaron antes de la guerra civil, siguieron con ésta, siguen amenazando. Con fuego no se juega. Ese nuevo Ministerio para divorciados de España es una sandez.

Cuando veo los coqueteos –interesados, claro– de Sánchez y de otros con varias farándulas aquí y otras más en varias autonomías más que autonómicas, me da más bien miedo. Cada cual tenemos los posos de lo que hemos vivido. Las alianzas con esas autonomías o partidos no me gustan: me traen malos recuerdos. Otros sienten lo contrario.

Todos éstos son vientos desde comienzos del siglo anterior. Luego, desde la República. Decía Azaña (pésimo profeta, bien lo vio él luego) que con un estatuto catalán (¡volem l’estatut!) España iba a ser un remanso de paz. Y ya ven.

Este ambiente lo he vivido incluso con parientes y amigos míos, aquí y visitándolos en Méjico (¡habían estado en la batalla del Ebro!). Demasiados fantasmas pesan sobre España. ¡Y somos los malos, nos acusan incluso de haber expulsado al moro y haber descubierto y conquistado América y haberla hecho un país a nuestra semejanza, más o menos lograda!

Bueno, no voy a insistir más. Parece que aquella concordia magnífica del 78 cae un poco en el olvido, cosas que parecían antiguas rebrotan, están quizá en nuestro subconsciente o, al menos, en el de muchos. Y nos alegramos a veces de estar en nuestra América como en casa, pero... Y parece que algunos sienten pesar por los recuerdos nuestros en Europa. Algunas dosis de la leyenda negra parece que se han abierto camino hasta nosotros, vaya. O somos demasiado susceptibles.

En fin, empecé a hablar de Sánchez, un hombre que cae bien a primera vista, si se le oye, no tanto. Veremos: al menos el partido socialista está tomando precauciones, mejor eso. Y parece que se aleja el frente popular, bueno también eso, trajo desgracias para todos. En fin, si no llegan las felicidades que ofrecen los radicales, pensemos que así son las cosas. Nos contentaríamos con un poco de paz y entendimiento. Y con que nuestra democracia y nuestros partidos vayan entrando en entendimiento. O sea, en razón.

Esto lo escribí antes del último giro, parece que Sánchez quiere presidir un gobierno con todos los perdedores. Nuevo invento en la historia de la democracia. A lo mejor con esto entierra sus propias fantasías. Mejor perfeccionarlo y hacer un gobierno con todos todísimos, para no gobernar, lo que tampoco es bueno. Veremos, no quiero fantasear yo también.