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“De sus sueños, no ha quedado más que silencio”
Hiroshima y Nagasaki fueron los lugares elegidos por el Santo Padre para dar su discurso antinuclear
El desarme nuclear es uno de los temas que recorren la espina central del pontificado de Francisco. No llama tanto la atención porque ya sus predecesores se pronunciaron en la misma dirección, pero no hay oportunidad en que escatime una fuerte condena a la utilización de estas armas. El discurso más fuerte, sin embargo, tenía que producirse en el lugar más emblemático. Y no hay símbolo más poderoso que Hiroshima y Nagasaki. Ayer el Papa ofreció su alegato más profundo en estos escenarios de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. “¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento!”, clamó desde el Memorial por la Paz de Hiroshima.
El 6 de agosto de 1945 cayó en ese mismo lugar la primera de las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos. “Aquí, de tantos hombres y mujeres, de sus sueños y esperanzas, en medio de un resplandor de relámpago y fuego, no ha quedado más que sombra y silencio”, dijo el Pontífice, nada más comenzar su mensaje. Antes, había sonado una campana que sirvió de preludio para el rezo silencioso de Bergoglio. Un millar de fieles y una veintena de líderes religiosos asistían a una ceremonia en la que víctimas del bombardeo recordaron su experiencia. “En apenas un instante, todo fue devorado por un agujero negro de destrucción y muerte. Desde ese abismo de silencio, todavía hoy se sigue escuchando fuerte el grito de los que ya no están”, expresó Bergoglio.
Fue un discurso muy intenso, desde la primera a la última palabra, pero también muy personal. Explicó que había sentido “el deber de venir a este lugar como peregrino de paz, para permanecer en oración, recordando a las víctimas inocentes de tanta violencia y llevando también en el corazón las súplicas y anhelos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los jóvenes, que desean la paz, trabajan por la paz, se sacrifican por la paz”. El Papa añadió que acudía como mensajero, “trayendo el grito de los pobres, que son siempre las víctimas más indefensas del odio y de los conflictos”.
Todavía en Hiroshima, el Pontífice condenó que “el uso de la energía atómica con fines de guerra es inmoral”. Pero su alocución estuvo siempre más dirigida a la población que sufrió el bombardeo estadounidense, mientras que horas había tenido otra intervención más dirigida a los gobiernos y a su responsabilidad por mantener la tensión bélica basada en la amenaza nuclear. Ocurrió en Nagasaki, el otro escenario de la ignominia, donde tres días después del ataque a Hiroshima volvió a caer una nueva bomba nuclear. Se estima que murieron más de 200.000 personas como consecuencia de la explosión y de los efectos posteriores de la energía atómica.
En la segunda jornada de su visita a Japón, el Papa protagonizó en Nagasaki el mismo ritual que en Hiroshima. Hubo coronas de flores, velas y un rezo en silencio en el Parque de la Paz de la ciudad nipona. “Este lugar nos hace más conscientes del dolor y del horror que los seres humanos somos capaces de infringirnos”, arrancó Bergoglio en Nagasaki. Aunque después de todos los homenajes, quiso dejar un recado a los líderes internacionales, como acostumbra también Francisco. Aseguró que “la posesión de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva no son la respuesta más acertada” al deseo de “paz y estabilidad”. Es una novedad importante, ya que el Papa no condena sólo la utilización sino la posesión misma de este armamento.
Por ello insistió en que “la paz y la estabilidad internacional son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total”. Y pidió un compromiso global en el progresivo desarme nuclear de las naciones, integrando a la sociedad civil, Estados e instituciones. En este sentido, desde lo que puede aportar el mundo religioso, destacó el empeño de la Iglesia para que se cumplan las herramientas jurídicas disponibles, como el Tratado sobre la prohibición de armas nucleares.
Esta acción común sólo puede producirse mediante la cooperación internacional, pero el Papa argentino recordó que “estamos presenciando una erosión del multilateralismo, aún más grave ante el desarrollo de las nuevas tecnologías de armas”. No hubo mención concreta a ningún país ni a un dirigente en concreto, pero no es ninguna novedad que Francisco critique la actitud de líderes como Donald Trump, que están minando la credibilidad de las organizaciones internacionales. El Papa recordó además que las catástrofes nucleares dejan consecuencias no sólo humanitarias sino ambientales, en un guiño más a su discurso ecologista. “Nagasaki lleva en su alma una herida difícil de curar, signo del sufrimiento inexplicable de tantos inocentes; víctimas atropelladas por las guerras de ayer pero que siguen sufriendo hoy en esta tercera guerra mundial a pedazos”, afirmó Francisco, en una llamada al pacifismo, durante una misa en el estadio de béisbol de Nagasaki.
Mensaje para los católicos nipones
El Papa tuvo ayer una de las jornadas más intensas en el viaje que está realizando por Asia. Después de su paso por Tailandia, llegó el sábado a Japón, donde siguió con su apretada agenda. Además de visitar Hiroshima y Nagasaki, el Pontífice también tuvo ayer dos actos en los que se dirigió a la minoría católica del país nipón, que apenas representa el 0,5% de su población. En el primero de ellos, acudió al monumento en honor a los 26 mártires cristianos que fueron crucificados en el siglo XVI, coincidiendo con la llegada de los primeros misioneros cristianos en Japón. “Vengo como peregrino a rezar, a confirmar y también a ser confirmado por la fe de estos hermanos, que con su testimonio y entrega nos señalan el camino”, dijo Francisco. También el Papa ofreció una homilía en el estadio de béisbol de Nagasaki ante unos 35.000 fieles.
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