Coronavirus
Cambiaron túnicas por batas
“Con miles de fallecidos no se puede hablar de doblegar a ninguna enfermedad. Las vidas que se han perdido son irrecuperables y sus despedidas han sido de una soledad traumática”
Con miles de fallecidos no se puede hablar de doblegar a ninguna enfermedad. Las vidas que se han perdido son irrecuperables y sus despedidas han sido de una soledad traumática. Pero en mitad de estos duelos sin dolientes, de hospitales de campaña y morgues en pistas de hielo, emergen a diario innumerables historias de entrega generosa de una sociedad que se vuelca en auxiliar a su vanguardia, principalmente a los sanitarios. Aquí va la historia que he conocido más directamente. No es la de mayor alcance. Tampoco pretende serlo. Es una más en un mosaico que completan 47 millones de españoles.
En julio de 2019 los niños que asistían al campamento de verano de la Hermandad de Jesús Nazareno de Paradas, en Sevilla, decidieron no tomarse el último postre -helado- y guardar el dinero -274 euros- para la Bolsa de Caridad. Como todas las hermandades, ésta también tiene su acción caritativa y, como en todas las hermandades, está muy por debajo del peso que podría tener. Con esto aviso de que aquí no hay ninguna grandilocuencia propia de pregón de saldo.
Con la llegada de la pandemia, en esta hermandad como en otras muchas, se activó espontáneamente un grupo de hermanos que puso en marcha un dispositivo para ayudar a quien más lo necesitaba. En este caso, el objetivo ha sido confeccionar batas y mascarillas para el personal que atendía en la residencia de ancianos del pueblo; principal foco de infectados en la localidad. Pocos lo dicen pero esta pandemia está siendo también una reacción contra la eutanasia. A la sociedad española repugna la sola tentación de sacrificar a los viejos para liberar recursos en favor de los más jóvenes. Tómese nota.
Este grupo sumó a una serie de colectivos clave. Son colectivos que están en cualquier pueblo, la diferencia está en tener o no capacidad de liderazgo para coordinarlos y de esa diferencia dependen al final, vidas humanas. Telemáticamente conectaron a médicos para que identificasen el material prioritario, al taller de confección de ropa infantil que dirige Manuel Alcaide, a la cooperativa agrícola para suministrar los plásticos -la cooperativa ya se había ofrecido al alcalde para desinfectar las calles-, a una mercería de un pueblo vecino para los elásticos y a un grupo de voluntarias para coser. Para cada compra de material se utilizaba el dinero de los helados que no se tomaron en el campamento. Todo el material se facturaba a precio de coste salvo el trabajo. El trabajo es gratis. Este último punto es crucial. Hasta hace unas décadas, en muchos pueblos andaluces abundaban talleres de costura en los que se empleaban las muchachas que, por falta de incentivo o necesidad, abandonaban sus estudios. Trabajaban desde las últimas horas de la madrugada hasta el mediodía. La mayor parte de los talleres cerraron cuando las inspecciones de trabajo o las exigencias de la normativa de riesgos laborales hacían de estas cooperativas negocios no rentables. Sin embargo, en los pueblos de Andalucía ha quedado un gran conocimiento del corte y la confección que ahora ha sido de suma utilidad. El sistema de trabajar en casa y recoger las prendas -mascarillas y batas de quirófano- ya estaba inventado. El sistema de taller doméstico -en inglés putting-out system o workshop system- es un conocido método productivo y organización del trabajo industrial, donde la producción se efectuaba de forma dispersa en cada uno de los domicilios de los trabajadores, la mayor parte de las veces a tiempo parcial, alternándolo con el trabajo agrícola.
A poco de echarse a rodar esta iniciativa llegó a conocimiento de uno de los grandes hospitales de referencia de la región. Luego se sumaron médicos del hospital de La Merced en Osuna. Una pediatra integrante del equipo recibió una llamada del departamento de Pediatría del Hospital (Virgen) Macarena -hace años le quitaron la “Virgen” a los hospitales del Rocío, Valme y éste-. El objetivo de la llamada, entre otros, era rogarle ayuda con la aportación de batas al hospital. Cuando los responsables políticos sacan músculo alabando al sistema sanitario español estaría bien reconocer que ese músculo se ha alimentado de toda esta gente que ha fabricado el material que faltaba, no que escaseaba sino, directamente, que no había. El reto era, además, fabricarlo con los materiales adecuados y con un patronaje correcto pues se necesitaba la homologación por el servicio de riesgos laborales. Por eso, la confección fue supervisada por el personal de los hospitales, particularmente por responsables de las respectivas UCI. Todo tiene que seguir un protocolo para que el material sea eficaz al enfrentarse a una situación de riesgo para ellos y para el propio paciente. El voluntariado es muy loable pero conseguir que su labor alcance el estándar de calidad que la ley exige, eso ya es otro nivel cuando los fondos son los de una pequeña privación infantil en un campamento de verano.
Paralelo a las batas y mascarillas se sumaron pantallas protectoras proporcionadas por José Luis Martín, todo el material sanitario del Centro Médico La Corredera de Arahal y otras mascarillas hechas por el taller sevillano del sastre Javier Sobrino y que había conseguido el empresario Antonio Hoyos. Faltaba otro elemento de logística; el transporte. El alcalde de Paradas -mayoría absoluta de Izquierda Unida- extendió el salvoconducto y los trayectos para traer el material de un pueblo a otro eran escoltados por la Guardia Civil.
La hermandad no busca ningún protagonismo con esta historia que comenzó en aquel campamento de verano. No quiere ninguna foto. No lo ha puesto en conocimiento del Arzobispado del que hace una década solicitó la gracia de la coronación canónica de la Virgen de los Dolores; hasta hoy sin respuesta de ningún tipo. Nada se espera cuando el objetivo es servir al prójimo. El resultado de esta pequeña gran historia es que este año los nazarenos de este grupo de esta hermandad de la Campiña sevillana, cambiaron sus túnicas por batas de hospital. No quieren que se cuente; especialmente me insiste en su intención anónima el profesor José Manuel Cenizo, verdadero artífice de todo ello. Pero ¿y el coste? ¿Adivinen a cuánto asciende todo? Pues eso. Ni más, ni menos.
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