Andalucía
"Gritarle a una familia china rota que España se va a ir a la mierda por su culpa, no arregla nada”
Una psicóloga avisa de que, si no se liberan “cargas emocionales” como la de no haberse despedido de una víctima del Covid-19, “pueden aparecer problemas como una depresión o ataques de ansiedad”
No son días de mentones levantados. Se mece la amenaza. Pero hay que seguir y avanzar. A hacerlo intenta ayudar Inmaculada C. Vargas, psicóloga y psicoterapeuta andaluza, a quien el coronavirus ha dejado sin horas suficientes en el día.
Tiene consulta propia en la que recibe a “sus clientes de siempre y a los que se van acumulando” ahora tras la sacudida de la pandemia. Trabaja además con Cruz Azul, una entidad de carácter privado que atiende a personas mayores a domicilio, pero que, debido al Covid-19, ha trasladado buena parte de su actividad a los hospitales donde los profesionales acuden “como visitantes, para darles acompañamiento psicológico” a los enfermos mayores o a los familiares “de los que están más graves”. En las dos últimas semanas se ha desplazado hasta varios de Sevilla, sobre todo “por la noche”, para ayudar a “calmar, a tranquilizar y a elaborar el duelo anticipatorio” a quienes han perdido a una persona por el coronavirus.
“Se les explica que no van a poder estar junto a su familiar en el entierro, que tendrán que hacer rituales personalizados en familia, qué hacer en casa con los niños, por ejemplo...”, detalla.
Junto a lo relatado, Vargas colabora en “el servicio 24 horas que ofrece el Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Occidental" en el que “todos los colegiados participan de forma voluntaria”. Ofrecen “atención psicológica primaria” a quienes llaman por teléfono “con ataques de ansiedad, histeria, brotes psicóticos, a hipocondríacos...”. Un primer consuelo breve de “10 o 15 minutos”, pero que “es importante”. Como el que pueda prestarle a los sanitarios que se acercan a ella en los centros hospitalarios, extenuados por la pelea en primera línea.
Le pone voluntad y empeño, pero traslada a LA RAZÓN que escenas como la que presenció hace tan sólo unas noches dificultan su labor. Estaba en la entrada del Hospital Virgen del Rocío de la capital hispalense donde una familia china había perdido a los abuelos ingresados allí por Covid-19. “No les dio tiempo a despedirlos y los atendía en la puerta, cuando llegó una mujer chillando que ellos eran los culpables", piensa que “en estado de embriaguez”. "Y los insultó”, lamenta. “Gritarle a una familia china rota que España se va a ir a la mierda por su culpa, no arregla nada”, denuncia. Admite que fue “un momento terrible” y avisa de que ese tipo de comportamientos no son recomendables.
Preguntada por si cree que quienes no se están pudiendo despedir de sus familiares van a tardar en recomponerse, responde que “les va a costar”. “Si cuentan con gente que les explique que pueden tener un duelo anticipatorio y luego otro normal cuando pase esta situación, lo podrán llevar mejor. Pero si no reciben información, que es lo que está sucediendo -denuncia-, la carga emocional de no haberse despedido y la culpabilidad que van a sentir la llevará cada uno en su mochila y, si no acuden posteriormente a algún tipo de terapia para liberar eso, pueden aparecer problemas como una depresión, ataques de ansiedad o, en caso de los niños, pesadillas o terrores nocturnos”. Ese último grupo, el de los menores, está sufriendo el confinamiento pegado al Estado de alarma al igual que los adultos. ¿Les puede afectar ese encierro? Vargas considera que, al margen de la cuestión educativa, “por mucho que se les tenga entretenidos en casa”, la “falta de libertad” y la “ausencia de contacto personal” con amigos “sí les puede acarrear secuelas” que también habría que tratar.
De hecho, reconoce que ya ha recibido múltiples consultas de padres preocupados que la interrogan sobre “si es normal que sus hijos tengan regresiones", en el sentido de que vuelvan a orinarse encima, empiecen a hablar como si fueran más pequeños de lo que son, o se empeñen en llamar la atención. Muchas de las cicatrices que deje el Covid-19 serán emocionales y psicólogas como Vargas lo saben bien.
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