Política

“Vacíocracia”

“Nadie quiere criticar ni oponerse a la supuesta tendencia oficial porque entonces se convierte en un enemigo”

Jornada de puertas abiertas en el Parlamento de Andalucía
Jornada de puertas abiertas en el Parlamento de AndalucíaKe-Imagen

Entre la clase política es muy habitual retorcer hasta el absurdo el lenguaje para adaptarlo a los intereses del momento y orientarlo hacia la máxima rentabilidad electoral. Aunque esto sea tan viejo que el propio Platón alertaba contra esta práctica, refinada por los sofistas, hace más de veinte siglos, no hace falta remontarnos a la antigua Grecia. De hecho los que vivimos la crisis de 2008 desgraciadamente recordamos ejemplos como los famosos “brotes verdes” o, mejor todavía, el “crecimiento negativo”, audaz oxímoron de alguna privilegiada mente de aquel gobierno que no obstante los economistas aceptan. Curiosa “ciencia” la economía y curioso también que el partido que entonces estaba en el poder sea el mismo que está ahora, aunque obviamente la vacíocracia no es de su patrimonio exclusivo. Estas expresiones no hacían sino vaciar de contenido una realidad que podía resumirse de una forma llana y sincera como “nos encaminamos al desastre y no sabemos qué hacer”.

En eso consiste la vacíocracia en la que estamos sumidos, en vaciar de significado las palabras de una forma planificada y dirigida, con una estrategia bien definida y un objetivo claro: rellenarlas, después de despojarlas de su sentido original, con el que conviene al gobierno, partido o político de turno y su correspondiente carga ideológica. De ello se encargan los vaciarcas y así extienden su dominio sobre una población cada vez mayor de vaciócratas convertidos sin darse cuenta que expanden a su vez la vacíocracia.

Un poco después de la crisis llegó el “despido en diferido”, una mentira descomunal y esperpéntica que vaciaba de contenido, una vez más, una situación que podía expresado fácilmente como que resulta que había un grupo de sinvergüenzas lucrándose sin pudor a costa de su posición de poder y a costa también de los mismos ciudadanos a los que esa persona, ese partido y ese gobierno mentían vilmente. Y era esperable que mintieran pues estaban metidos en esa corruptela hasta las cejas.

Pero la escalada de vaciamiento, lejos de perder fuerza, ha ganado impulso como si de una avalancha de nieve se tratara. Antes de llegar a hoy ya pasamos por un destripamiento descarado en todo lo relacionado con Cataluña y su surrealista carrera hacia la independencia. Unos hablaban de “diálogo” y “voluntad mayoritaria” cuando no eran ni son mayoría y lo que querían era sentarse a una mesa para que les firmasen sus peticiones, sin discusión y sin escuchar. Vaciamiento obsceno. Hablaban también de “dictadura” – como ven estos temas siguen de plena vigencia- en una democracia y vaciaban de contenido la propia palabra dictadura. Y lo hacían y hacen conscientemente sin adivinar el peligro de hacer creer a incautos y a fanáticos la falsedad de que sus libertades están siendo coartadas.

En Andalucía pudo verse también otro vaciamiento cuando un sector ideológico consideró una manifestación legítima y democrática el “escrache” que hicieron a la puerta del parlamento diferentes colectivos porque una parte de los andaluces habían decidido que Vox les representase en la cámara andaluza. Nada hay más contrario a las libertades y la democracia que intentar bloquear un parlamento legalmente constituido. Los hay también que se llenan la boca con la palabra “cambio”, un cambio nuevamente vacío pues no es cambiar el volver a viejas doctrinas fracasadas. De hecho la extrema izquierda ha alcanzado unas cotas de vaciamiento admirables si nos atenemos a su difusión. Tras cosechar fracaso tras fracaso a la hora de la puesta en práctica de sus doctrinas totalitarias a lo largo del siglo XX, su brillante maniobra ha sido polinizar otros términos más amables para toda la sociedad, succionar su néctar y rellenarlos con su ideología. Así hoy en día la palabra “feminista” o “ecologista” es prácticamente de su propiedad porque ya no significan lo que significaban puesto que hoy declararse así es cerrar filas con ellos. Y lo usan para señalar, claro. Si usas el masculino genérico plural en tus palabras y ,en vez de decir “los y las” ciudadanos y ciudadanas simplemente dices “los” ciudadanos”, eres un terrible machista. O un “fascista”, otra palabra tan manipulada que cualquier día nos veremos usándola en lo cotidiano como la palabra polisémica por excelencia: “cómo te quiero, mi fascista guapa”, “qué claro está el cielo, va a hacer un día muy fascista”, “yo tomaré pechuga de pollo a la plancha con ensalada de brotes de fascista, por favor”.

Pero si alguien pensaba que los vaciarcas habían llegado a su culmen, esta pandemia nos demuestra todo lo contrario. Las palabras más vaciadas en este momento son las de “unidad” y “lealtad”. Ambas designan conceptos más o menos claros e indiscutibles pero fáciles de destripar en un entorno de tanta emergencia como el que vivimos. Unidad sólo conmigo y con mis ideas, sin críticas; lealtad hacia mí sin cuestionamiento posible. De esta forma queda excluido el crítico, aunque su intención sea constructiva, y entonces se convierte en un “enemigo” a batir en vez de un rival político a convencer y puede así ser ofrecido al linchamiento de la masa por su nula predisposición a “arrimar el hombro”. Otro ejemplo flagrante son los “pactos nacionales” a los que el presidente Sánchez quiere arrastrar a todos los partidos, supongamos que es por iniciativa propia y no del ladino vicepresidente segundo. Pero un pacto conlleva ceder y acercarse y por encima de todo conlleva propuestas asumibles desde todos los espectros ideológicos.

Dicho todo esto el peligro es muy grave porque una vez perdido el significado de las palabras que protegen lo que Levitsky y Ziblatt denominan los guardarraíles de la democracia en su libro “Cómo mueren las democracias” es muy complicado volver atrás. Nadie quiere criticar ni oponerse a la supuesta tendencia oficial porque entonces se convierte en un enemigo y consecuentemente su opinión queda desautorizada.

Pero lo que es más preocupante es que esta vacíocracia ya ha superado su primera fase de desposeer de significado a las palabras y ha pasado a la segunda que consiste en vaciar de contenido y de funciones las instituciones que nos representan y protegen a todos. La poca credibilidad que le quedase al CIS ha sido eliminada de un plumazo y su función como institución independiente de mero análisis ha sido vaciada y rellenada con un nuevo significado para beneficio de los vaciarcas como un instrumento de refuerzo de su poder. Lo mismo ha comenzado a ocurrir con la televisión pública y también con algunos medios privados que disfrazados de “leales” no son sino cómplices de los vaciarcas y por tanto vaciócratas de pro. Además la larga mano del vicepresidente segundo ya ha entrado también en el CNI. Queda por delante la tercera fase cuyo objetivo final es vaciar el mismo corazón plural del estado democrático por el monolito de la ideología y trasvasar el poder soberano del pueblo a la cúpula del vaciarcado.

Así, tras la ineptocracia y la cleptocracia, la triada la finaliza la vacíocracia en la que todo está vacío –las instituciones, los medios, los profesionales, nuestras cabezas- menos el saco de estupidez, ignorancia y fanatismo que cargan algunos dirigentes. Y con el que de paso nos van cargando a nosotros.