"Méritos e infamias"
Redención
“Maradona trascendió el rectángulo verde porque era capaz de enamorar incluso a aquellos que no sabemos de fútbol”
Se murió Maradona y el mundo enloqueció. Aquel ídolo caído por sus propios excesos surgía entre las cenizas de la muerte como un nuevo resucitado, en volandas por un país que no distingue de tibiezas, que no entiende de términos medios y de mesura. Argentina y su sucursal italiana, Nápoles, lloraban, como sólo se puede llorar a un dios, la última gambeta de «El Pelusa», su última incursión en el área chica de la vida, el último verso de un tango amargo para Diego. No había explicación ni para su fútbol, ni para su forma de manejarse fuera de las canchas. Con la pelota podía hacer lo que quisiera, lo que ningún humano podía ni imaginar. Por eso era divino, un dios con aristas, pleno de claroscuros, contradictorio, como su país daba tres pasos adelante y cuatro para atrás. Pura locura, pura humanidad desde el potrero de Villa Fiorito hasta La Habana de Fidel. Todo desmesurado, fuera de cualquier órbita pero a la vez profundamente humano. Maradona trascendió el rectángulo verde porque era capaz de enamorar incluso a aquellos que no sabemos de fútbol, su verdad la encontrabas en sus errores, en la astucia para meter un gol trampeando, en los devaneos con las drogas, en los altares napolitanos, en el sueño de ese niño «cara sucia», de aquel superdotado, del fuera de serie. La muerte de Maradona nos ha reconciliado, por encima del Covid-19, con la verdadera normalidad, con la vida que nos arrebataron en marzo. Como Diego, no era el mejor, el más perfecto ni el más aséptico, ni el más políticamente correcto, pero era nuestro tiempo. ¡A la mierda!, allí no había «likes», la verdad no la encontrabas detrás de una pantalla, sólo tenías que salir a cogerla en la calle. Con la muerte del D10S debe llegar su redención, de algo debe haber servido su muerte, al menos, para ponernos vergonzantemente ante nosotros mismos y nuestra estupidez supina. Ya es imposible que se repita un fenómeno cómo el suyo, una semilla así no germina en esta tierra, ya no se puede, ya Dios se quedó manco.
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