Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) irrumpió en el mundo literario antes de hacerlo en el de la adultez. Desde entonces, la sexualidad orbita en su obra, ya sea en forma de poema, de novela o de ensayo. En este último género acaba de publicar «Caliente» (Lumen), un recorrido íntimo y abierto sobre el placer, la masturbación, el sexo y sus consecuencias.
¿El título lo pensó como una provocación?
Más como una provocación a mí misma porque todos los que se me ocurrían eran negativos: como vergüenza, o cosas relacionadas con el dolor, con el pudor... Me di cuenta de que en realidad era un libro feliz y buscaba algo más cálido y tierno.
Me llama la atención esa conexión que hace cuando habla del placer con la vergüenza, el pudor, el dolor... ¿Es una asociación natural o aprendida?
Creo que precisamente por ser aprendida la acabamos naturalizando. Seguimos asociando todo lo que tenga que ver con el cuerpo con algo oscuro. Cuando hablamos de sexo nos puede más la sombra de una sociedad que ha sido misógina, que lo sigue siendo en la mayoría de los campos, y de una cultura aprendida en la cual nosotras debemos sentir más vergüenza por muchísimas cosas, no solo por nuestro cuerpo.
Al terminar de escribir, ¿ha cambiado muchas ideas que tenía?
Sí. Ahora leyendo estos días con la promoción algunos fragmentos, me doy cuenta de que me arrepiento un poco de tanto dolor. Me gusta más la parte feliz.
Se planteó una especie de «experimento»: quiero escribir y masturbarme cada día durante un año. ¿Por qué resulta tan transgresor decir algo así?
Porque no tenemos tiempo. Fue como un juego literario y llegué a la conclusión durante este proceso de intentar encontrar ese tiempo para escribir y masturbarme todos los días de que no tenía ese tiempo, por trabajo, o por crianza...
O por falta de ganas, que puede pasar.
Exacto. Al ser una autoimposición me daba también cuenta de que no tenía ganas. Y eso conectaba con otra cosa: ¿cuántas veces nos habremos acostado con gente sin tener ganas y aún así lo hemos hecho? A veces sentía que estaba autoviolentándome en algunos aspectos. Eso me hizo hacer muchas conexiones mentales sobre qué es el cuerpo, para qué lo utilizamos, qué es el consentimiento, etc. Si una realmente quiere imponerse una rutina de cuidados, como puede ser masturbarse y escribir o leer, no hay tiempo porque estamos metidas en un círculo complejo que es llegar a todo. Y a veces no se llega a todo y por eso es importante saber a dónde queremos llegar y a dónde nos imponen llegar
Cuenta cómo ha iniciado el sendero del poliamor. ¿Nos hemos hecho una autoimposición en ese sentido, al tener la sensación de que nos perdemos algo?
Todo forma parte de la misma ansiedad de socializar. Toda forma de relación tiene sus peligros, pero también hay que pensar que nada es definitivo. Yo no sé si soy monógama o poliamorosa y no creo que haya que definirse como tal; igual que no sé si soy heterosexual u homosexual. Son cosas que siempre me había planteado como definitivas.
Le pasará que crean que por su temática, muy recurrente con el yo, «escribe para mujeres», pero es lo que han hecho ellos desde siempre. ¿Ha llegado el momento en la literatura de acabar con las etiquetas?
Ahora estoy leyendo las «Confesiones de San Agustín» y qué más literatura confesional que eso. Venimos de ahí. La parte más lírica de la literatura viene siempre del yo, lo que ha ocurrido es que el yo masculino genitalizado se ha asumido como algo universal, pero cuando le empiezas a sumar otro tipo de etiquetas –hombre, blanco, cisgénero– deja de ser universal.
¿Siente que hay cierto morbo en una parte de quienes la leen?
El morbo siempre está, yo creo. ¿Por qué nos apasionan las cartas o los diarios de los escritores?
Afirma que «el amor tiene que doler», en cualquier tipo de relación. ¿Tiene que doler o creemos que tiene que hacerlo? ¿La relación de los amigos es la más «sana»?
Es que yo creo que el amor es amistad. Cuando hablo de dolor no hablo tanto de un sufrimiento terrorífico, sino de entender qué es lo que nos duele para propiciar lo que no nos duele. Siempre hay que replantearse todos los conceptos que utilizamos en nuestro día a día, las etiquetas son poderosas en algunos ámbitos pero también pueden ser ladrillos en la mochila. A veces está bien sentarse y abrir la mochila para ver qué llevamos dentro y plantearse muchas cosas, en cuanto a la sexualidad, a las relaciones e incluso a la propia salud. Vivimos una época precaria en la que ni siquiera hemos tenido tiempo de hacernos todas esas preguntas.
¿Escribir sin sexo es posible?
No. Para mí es importante y lo seguirá siendo. Siempre ha estado ahí casi desde mi primer poema, a los trece años. A veces está bien tener un tema sobre el que ir diciendo y desdiciendo. Justo el año pasado reedité un libro en «La bella Varsovia» que había escrito a los 18 años y que publiqué a los 20. Era un libro de amor y me di cuenta de que hablaba de unas situaciones muy abusivas. Me impresionó ver cómo la Luna de 18 años miraba el sexo y el amor de una manera preocupante.
¿Por qué preocupante?
Por toda esa sumisión. En las partes de «Caliente» donde hablo de la adolescencia hablo también de esto, yo estaba totalmente sometida al deseo de los otros. Y me resultó doloroso. A los 18 era una mujer sumisa al placer de un tipo de hombre muy concreto, paternalista, mayor..
Somos lo que leemos, ¿cómo va a ser la generación que crezca con lecturas como esta?
Quiero pensar que van a tener unas herramientas diferentes a las que que tuvimos nosotras con respecto a los discursos de la maternidad, de clase, de género e incluso de ecología. Van a tener más herramientas pero también significa la responsabilidad de saber usarlas.
Sin cierto criterio, ya se puede tener una pared llena de libros que de poco servirá.
Sí, a mí me gusta pensar que al menos quien quiera buscar podrá encontrar, que la nueva generación sea una continuidad y no una ruptura. Hay una imagen que me gusta mucho de Elena Medel que dice que es muy importante coger la mano de la que estuvo antes y tender la otra a la que viene después.