
Opinión
Ábalos el piadoso
"Está el patio revuelto por el asunto del putiferio de Koldo, Ábalos y quién sabe cuántos más ardorosos luchadores en pro de la clase obrera"

Melkart todopoderoso, ayúdame porque no entiendo nada. Sé que andas cabreado, con esto de que todo el mundo se afane en busca de tu templo, perturbando tu sueño. Ya te digo yo, Baalbo, Sumo Sacerdote de los escasos creyentes que aún te veneran en secreto por estas latitudes, que no lo van a encontrar.
Por aquí está el patio revuelto por el asunto del putiferio de Koldo, Ábalos y quién sabe cuántos más ardorosos luchadores en pro de la clase obrera. Si los habitantes de esta península hubieran permanecido fieles a sus más ancestrales tradiciones, entenderían que esos corderitos no hacen sino adorarte como mereces, recurriendo a una de las formas más antiguas de veneración a los Baales, que es la prostitución ritual. Hasta que llegaron los romanos, que, como siempre, tienen la culpa de todo y, además, nada han hecho por nosotros ni por nadie, las muchachas núbiles entregaban la flor de su doncellez a un extranjero a cambio de un óbolo que iba a parar al templo. Nada nuevo bajo el sol, está todo inventado.
Llevados por su mucha piedad Koldo y Ábalos, veneraron sin parar. Bien es cierto que, a lo que parece, las adoratrices implicadas tenían ya la flor de su doncellez más que amortizada, pero ¿qué es eso, sino minucia? Siempre hubo quien pretendía conocer tu pensamiento e intenciones y los formulaba como verdad dogmática. Ya sabes que a mi predecesor hubo que quemarlo por eso. Los verdaderos conocedores de tu santa voluntad, oh Melkart, sabemos que lo que cuenta es la intención, no la forma sino el fondo (y hasta allá al parecer veneraban y veneraban, como los peces en el río que cada navidad vuelven a beber).
Incluso en sus nombres se aprecia su piedad y amor por nuestra sagrada lengua cananea. A-baal-os, que traducido resulta «donde esté una moza joven devota de Baal que se quiten las abuelas». Y Koldo, que en romance viene a decir «gracias a Melkart Cerdán lo tengo tó pagao». Pero claro, ahora nadie sabe que el cananeo fue la primera lengua franca del Mediterráneo, hablada en todos los puertos, donde, por supuesto, se practicaba la prostitución ritual. Fueron los griegos, que siempre han sido y serán unos mentirosos y unos piratas, los que vieron la vertiente negocial de nuestra piadosa tradición y convirtieron los templos de Astarté (Afrodita en su asquerosa lengua) en lupanares tan caros como el de Corinto. De ahí el dicho que circulaba en labios de nuestros abuelos, «en Corinto no atraca cualquiera».
Tampoco entiendo, oh Melkart, ese empeño tan antinatural de pretender que las mujeres sean equiparadas al hombre en derechos y virtudes. Otra extraña costumbre romana. En las filas de los urdidores de barricadas (casi siempre metafóricas) proliferan los que siguen pensando como siempre, como Baal Hammon manda, y tratan a sus compañeras de partido, de ministerio o de barricada (casi siempre metafóricas) como sus padres trataron a sus madres y sus abuelos a sus abuelas, es decir, con una sutil mezcla de palo y zanahoria, con un piropillo aquí y un pellizquito allá. ¿Cómo podrían permitir esos honorables señores que esos culitos pasaran hambre? Cuánto mérito tienen, oh Melkart, tus devotos de siempre. Y, curiosamente, cuando más a la izquierda (es decir, cuando las barricadas empiezan a no ser siempre tan metafóricas), más exquisitamente tradicionales son esos comportamientos con las compañeras de partido, a las que se les coloca a cargo del erario público, o se les hace un bombo y se las aparca en un casoplón pagado a escote, mientras empiezan otro ciclo de adoración a la fertilidad con una nueva moza, que trota contenta como una cervatilla cuando resulta designada por el dedo infalible de su machirulo. Por qué arte de birlibirloque esas belicosas debeladoras del patriarcado mutan en sumisas felatrices, es algo que no me explico. Será porque, en definitiva, opera en todo el espectro político la regla de «A Baal rogando y con el mazo (de carne o no) dando». Y eso de «salazarse» con las camaradas es tan antiguo como el hilo negro.
Tú sabes, oh Melkart, que lo que pasa con Koldo, Ábalos y al parecer un indeterminado, pero no menor, número de paladines del proletariado es que respetan nuestras tradiciones y, llevados por su «acerdrada» piedad honran a nuestros verdaderos dioses, los buenos, los de siempre, los antiguos. Por eso, divino Melkart, dios del Sol que nace y renace de sus cenizas, te lo digo: es que no entiendo el revuelo. Por eso me he atrevido a invocar tu ayuda. Acaso tú, desde tu perspectiva milenaria, puedas alumbrarme y salvar a estos fieles chivos expiatorios tuyos.
Tu devoto servidor, Baalbo, sumo sacerdote.
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