Opinión | Méritos e infamias

Fervor nacional

"La cuestión es que como nos lo van metiendo desde pequeñitos y en versiones «soft» no nos damos ni cuenta, pero disfrutamos del catálogo completo de «lo andaluz»"

Alumnado y personal docente de la escuela infantil Los Dálmatas en las celebraciones por el 28 de febrero.JUNTA DE ANDALUCÍA23/02/2024
Alumnado y personal docente de una escuela infantil en las celebraciones por el 28 de febrero. JUNTA DE ANDALUCÍAJUNTA DE ANDALUCÍAEuropa Press

Desde la tapia del colegio, en el centro y corazón de Sevilla, salían a borbotones los acordes, impregnando todos los rincones de las calles aledañas. Desconcierto inicial y tras unos segundos reconocimiento fatal. A todo pulmón, todo un patio repleto de angelitos infantiles atacaba con las primeras estrofas del himno de Blas Infante, atronando con toda la pasión y la fuerza de los años recién estrenados. Por unos segundos se me vinieron imágenes feroces de cómo la política, porque esto es política, impregna a la tierna infancia con las peores intenciones. «¿Qué hacen estas almas cándidas cantando con una banderita en la mano?», me pregunté y mi otro yo me respondió: «Lo mismo que hacías tú hace más de treinta años». A regañadientes, pero lo hago, le doy la razón a un amigo vasco que disfruta metiéndose el dedo en la llaga cada vez que tiene ocasión recordándome la magnitud del nacionalismo andaluz, que yo pensaba que no existía pero después de mi caída del caballo, observo que sí. La cuestión es que cómo nos lo van metiendo desde pequeñitos y en versiones «soft» no nos damos ni cuenta, pero disfrutamos del catálogo completo con días festivos en el calendario, canciones patrióticas, banderas, escudos, televisiones autonómicas y un sentido de «lo andaluz» que se convierte en «diferencia» frente al resto. «Ni Milosevic en sus mejores tiempos». Se trata del mismo batiburrillo mental que le aplicamos a los «nacionalistas exaltados» cuando no nos gustan sus decisiones y que entendemos que nos diferencian de nuestros vecinos porque nos hacen únicos frente a los demás. Es decir, el eterno «ellos y nosotros» de la tribu. Para sentirse andaluz, si es que hay que hacerlo, o lo que le venga en gana a cada vecino, no se necesita este brutal aparato de propaganda que nos acompaña desde los años más tiernos y que repetimos como autómatas porque alguien decidió que existía una «cosa» llamada la patria andaluza y que nosotros hoy nos lo cuestionamos igual que el Credo de Nicea. Amén.