Entrevista

«Prefiero ‘tierratrabajar’, los ordenadores no dan de comer»

María Sánchez, flamante Medalla de Andalucía, es veterinaria, poeta y activista de la mujer en el campo

«Prefiero ‘tierratrabajar’, los ordenadores no dan de comer»
«Prefiero ‘tierratrabajar’, los ordenadores no dan de comer»La Razón

Su libro «Tierras de Mujeres» va dedicado a quienes la trabajaron y la cuidaron pero no fueron reconocidos. ¿Tu Medalla de Andalucía va por ellas?

No dejaba de pensar en tantos y tantas, en sus manos. Olvidamos que los territorios en los que vivimos, los que amamos como visitantes, existen por ellos. Nuestro patrimonio natural se da por la simbiosis de semilla, animal, paisaje y las personas que lo cuidan.

Usted es veterinaria de «narrativa invisible». Cuida animales y también sana el valor de las palabras a punto de perderse.

Al principio la gente se extrañaba que una veterinaria escribiera, ya no solo poesía. Es un error separar las ciencias y las letras porque la mixtura enriquece la mirada. Las palabras necesitan los tiempos que una semilla para germinar y crecer. Las hay que nunca nacen, otras que viven eternas y aquellas que mueren. Lucho porque no pasen al olvido.

Igualmente lo hace con el papel de la mujer en el campo, invisibilizadas por lo cotidiano.

Por fin se está hablando claro y mostrando todas esas mochilas que llevaban a cuesta bajo la expresión «echar una mano». Ahora se habla de los silencios, de la falta de oportunidades que nunca tuvieron. No hay que romantizar ni idealizar ese trabajo, anhelar su pasado como «heroínas todoterreno». Si hubiesen estudiado, mi abuela o mi madre hubieran sido la primera escritora de la familia y no yo.

María Sánchez
María SánchezLa Razón

Se cumplen cinco años de aquel histórico 8M. ¿En qué se ha avanzado?

Poquito a poquito, la verdad hay que rehacerla. Hasta hace poco se retrataba en general el mundo rural de forma muy simple. Hoy mujeres y hombres de los pueblos toman con voz propia los espacios públicos y los medios. Hay un cambio brutal en el relato.

Hablaba en su momento de una «conquista de la igualdad» a doble velocidad, la del pueblo y la ciudad.

Hace cinco años me llevé un berrinche porque las calles estaban llenas en la ciudad y las plazas de los pueblos no. Pero lo entendí. No se puede igualar lo que supone manifestarte en un plano y otro. En los pueblos te conocen y saben lo que haces, en cierto modo te señalan, no hay tanto anonimato como en la ciudad. No es una zona libre de conflictos como a veces se idealiza. Entonces entendí la valentía de las que sí dieron el paso.

Lo rural sigue de moda, con la pandemia más. ¿Sus ciudadanos siguen siendo de segunda?

Así es. Necesitamos sembrar unas condiciones para que la gente pueda decidir si quedarse o no. Con facilidades a lo mejor habría un éxodo de la ciudad al campo. Seguimos sin acceso a la vivienda digna, faltan infraestructuras. Hay que dar argumentos para vivir del sector primario. ¿Teletrabajar? Prefiero tierratrabajar, los ordenadores no nos dan de comer.

Ese relato, ¿Lo «compran los medios» o sigue harta de habitar en «reportajes de domingo»?

Ha cambiado mucho. Ya no se nos «da voz» sino que nos ofrecen la comunicación como un medio para ser altavoz. Hay menos paternalismo y condescendencia.

¿Qué debe aprender la ciudad del campo y viceversa?

Que es mucho más lo que nos une. Hay que trabajar en las cosas que nos impulsan a seguir luchando desde la alegría, más que caer en discursos que aleccionan y riñen.

Para terminar, dígame una palabra de las que hay que nombrar para que no desaparezca.

Almáciga. Pequeños semilleros donde ponías la semilla y esperabas a que se pusiera fuerte para plantarlas al huerto. Es un sitio de cobijo, encuentro. Un lugar donde podemos sentarnos a hablar tranquilamente de lo que necesitamos o nos duele.