San Petersburgo
La primera central nuclear flotante navega hacia el Ártico
Mientras Rusia se prepara para el Mundial, la unidad Lomonósov reposta de camino a Pevek, a orillas del océano ártico, donde dará servicio eléctrico
Mientras Rusia se prepara para el Mundial, la unidad Lomonósov reposta de camino a Pevek, a orillas del océano ártico, donde dará servicio eléctrico
Mientras estos días miraremos a Rusia preocupados por lo que la Roja vaya a hacer en estos primeros compases del Mundial de fútbol, la primera unidad de potencia nuclear flotante que se haya construido descansa en el puerto de Murmansk (ha llegado hasta aquí remolcado desde San Petersburgo). En los próximos meses, esta primera central flotante, bautizada por los ecologistas como el Titanic nuclear, será cargado con combustible y enviada hasta otro puerto, el de Pevek en el lejano oriente ruso y a orillas del océano ártico, donde se conectará a la red para dar servicio a 100.000 habitantes del área a partir de 2019. Sustituirá a una central nuclear terrestre ya obsoleta y también dará servicio a las industrias, tanto del puerto, como de extracción de gas «offshore» y petróleo. Y la intención es que funcione unos 40 años mínimo.
Rosatom, la compañía rusa responsable de la central (y que cuenta con la segunda mayor reserva de uranio del mundo y el 40% del mercado de enriquecimiento del combustible fisionable) lleva décadas trabajando en esta central y afirma que esta unidad, de nombre Lomonósov, forma parte de una serie de unidades móviles flotantes de baja potencia que quieren construir y que mezclan la tecnología de las centrales convencionales en tierra y la experiencia en la construcción de barcos nucleares. Y es que, según datos de la Asociación Nuclear Mundial, existen en el mundo unas 140 embarcaciones que se propulsan con energía nuclear entre submarinos, rompehielos y portaviones.
Las diferencias con la industrial naval y los puntos en común con la tecnología nuclear son varios. El Lomonósov, de 140 metros de largo y 30 de ancho, se divide en tres partes: una destinada al personal, otra a la central nuclear propiamente dicha y una tercera a la propulsión que no es nuclear a diferencia de los barcos, sino que funciona con fuel. La central se divide en dos reactores de 35 MW de potencia cada uno (70 totales, lejos de los 1.000 que tiene cualquier central española en tierra) y funciona con tecnología PWR (de agua a presión), «la más extendida entre las 450 unidades que están funcionando en el mundo. Cada reactor tiene un equipo independiente. El agua entre en contacto con el combustible, uranio enriquecido, y hierve a 300 grados y 150 kg de presión (si no hubiera presión se evaporaría). Ese agua caliente pasa por un intercambiador de calor, donde entre en contacto con una tubería de agua que ya no está a presión y que no es agua nuclear. Con el vapor que se produce se mueven las turbinas que generan electricidad. La diferencia fundamental con el resto de centrales en tierra (las únicas hasta el momento) es que el uranio de Lomonósov está más enriquecido, a un 20% en lugar de a un 5%, lo que se traduce en más capacidad calórica y en que el combustible dure más; en lugar de cambiarlo cada año y medio, más o menos, se cargará cada tres», explica Eugeni Vives, portavoz de la Sociedad Nuclear Española.
La apuesta de Rusia es, para algunos, un paso más en los intereses de explotación que tiene el país en el Ártico, donde descansa un 25% de las reservas de petróleo y gas del mundo. Y eso, unido a la tecnología nuclear en sí misma, es lo que despierta la alarma para organizaciones como Greenpeace. Primero, por el entorno ya de por sí frágil al que se está enviando y por si se produjera un terremoto, un tsunami o simplemente un iceberg se acercara a esta unidad que «no puede moverse sola. Si suelta amarras no podría alejarse. Además, en Rusia hay una lista de accidentes con submarinos nucleares (1965, 1970 y 1985). Los planes de Rosatom de construir una flota de centrales nucleares flotante supone un aumento del riesgo de accidentes nucleares en el Ártico sin precedentes», explica desde Greenpeace España.
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