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Matavenero, un pueblo solar participativo

En invierno viven únicamente 30 personas en esta aldea situada en la comarca de El Bierzo. En verano, llegan a ser 80. Aunque originariamente los alemanes eran mayoría, cada vez son más los españoles que deciden vivir en comunidad en un entorno de Naturaleza, alejados del consumismo frenético

Panorámica del pueblo
Panorámica del pueblolarazon

En invierno viven únicamente 30 personas en esta aldea situada en la comarca de El Bierzo. En verano, llegan a ser 80. Aunque originariamente los alemanes eran mayoría, cada vez son más los españoles que deciden vivir en comunidad en un entorno de Naturaleza, alejados del consumismo frenético

El pasado día 27 se cumplieron 27 años del resurgimiento de Matavenero, un pueblo que llevaba abandonado desde los años 60 y que en 1989 fue «resucitado» como una aldea participativa. Allí, en pleno Bierzo, a 1.000 metros de altura, se rodó la película «Julie», que llegará a las salas el 7 de octubre. Con motivo del estreno de este largometraje de ciencia ficción, rodado con energía solar fotovoltaica (en un 80 por ciento), sin móviles ni wifi, nos invitan a conocer el enclave perteneciente al municipio de Torre de El Bierzo. Un pueblo «hippie», aunque esta expresión no la utilizan los aldeanos para definir Matavenero, que recuerda a los pueblos que se crearon por el movimiento «Rainbow». Aquí prefieren que se llame aldea participativa o asamblearia. Y es que las decisiones que afectan a la comunidad se toman por consenso.

La entrada también. Aunque cualquiera puede ir al pueblo y disfrutar de 15 días en el albegue que hay, que eso sí no admite reservas por lo que mejor ir provisto de una tienda de campaña por si está lleno –en verano–. Decidir quedarse no sólo depende de uno mismo. Muchos llegan a Matavenero porque conocen a alguien, otros porque han escuchado algo de esta aldea, pero en cualquier caso todos los moradores han de cumplir una máxima si quieren vivir aquí: aportar al grupo. Después llegará el invierno, y la naturaleza hará su propio proceso de selección, ya que no todo el mundo es apto para soportar las gélidas temperaturas a las que llegan en El Bierzo.

Juanjo Segovia, un vecino de Matavenero desde hace diez años, explica que él pasa prácticamente todo el año aquí. «El invierno es duro, aunque cada vez hace más calor». Aunque de dos o tres heladas nadie se salva. Soportarlo «depende de uno mismo. Has de asegurarte de haber cogido suficiente leña».

De hecho, aunque hay vecinos todo el año, la población disminuye notoriamente en invierno. «En verano podemos llegar a ser 80 personas, en invierno, la última vez que contamos éramos 34», explica Daniel Marín, un actor y carpintero que vino a vivir aquí hace seis años, dejando atrás la compañía de teatro y la carpintería en la que trabajaba en Gijón para encontrarse con la Naturaleza. Sigue siendo actor, de hecho actúa en la película «Julie», y ahora también es apicultor.

Los motivos por los que tanto Juanjo como Daniel y el resto de moradores vinieron aquí difieren. Pero tienen una cosa en común: querer vivir en la Naturaleza, romper en cierta medida con la sociedad consumista actual aunque sin salirse del sistema, como siempre se les dice. Y es que aunque funcionan con un sistema diferente viven bajo un sistema, el que ellos han decidido y van modificando en cada asamblea.

A Juanjo le cuesta decidir qué es lo mejor de vivir en esta aldea «al principio morada sobre todo por alemanes, y ahora cada vez más por españoles. Son muchas cosas, lo peor es que estás un poco aislado, por lo que traer la compra es complicado». «Lo mejor es la alimentación y el ambiente. Casi todos cultivamos gran parte de los alimentos que comemos. Aunque cuesta que salga bien por la altura a la que estamos, los tomates, las cebollas, los puerros, berzas, berenjenas, calabaza... salen bien». Pero como en todo hay excepciones. Daniel intentó tener su propio huerto, pero después de que se lo comieran los burros, decidió que esto no era lo suyo, y que lo mejor era seguir con las abejas.

Pero lo que todos tienen en común es que aprenden de todo, o casi. Por ejemplo, Juanjo en un principio trabajó en la escuela, ya que cuando vivía en Madrid daba clases extraescolares, después ocupó un puesto en la panadería, y en la actualidad se dedica a la gestión de eventos culturales. De hecho en la película participó en las labores de producción.

Las rutinas difieren. Juanjo, padre de dos niños, está ahora construyendo una nueva casa, ya que al tener dos niños se le ha quedado pequeña. «Aquí la mayoría de casas son de madera –muchas se han levantado sobre las piedras de las viviendas originales–, yo quiero cambiar de materiales y probar con ladrillos de termoarcilla».

«Entre nosotros nos ayudamos, pero no a modo de trueque de horas, no se contabiliza, es voluntario. Si necesito dinero para ir a la compra, puedes trabajar fuera de la aldea o en ella», explica Juanjo.

Visto desde fuera, una de las cosas más llamativas es que viven sin nevera. «Aunque la mayoría tengan paneles fotovoltaicos, no tenemos nevera porque en invierno no podrías tenerla enchufada las 24 horas. De modo que guardamos la comida en bodegas». Tampoco tienen wifi, pero sí tienen una televisión con TDT en una de las viviendas «donde vemos las eurocopas», relata Juanjo. Aquí la vida tiene otro ritmo. Y los que como él quieren seguir sabiendo del día a día escuchan la radio, pero otros prefieren realizar un viaje interior, fuera del ruido, aunque con las ventajas que otrora no se tenían. Así aunque no tengan red eléctrica, además de tener luz (algunos viven sin ella), también tienen calentadores de agua, o acumuladores solares para su día a día.

Ninguno de los habitantes nos explican si las viviendas ya construidas que se quedan vacías las alquilan o cómo una persona que acabe de llegar puede hacerse con un terreno. También se muestran un tanto recelosos cuando se pregunta por la educación de los niños que viven aquí o mejor dicho sobre cómo puede ser posible que las autoridades miren para otro lado. Hay una escuela alternativa, sin embargo, no hacen exámenes. No siguen el calendario marcado por el Ministerio. Los menores van a clase de 10 a 14 de lunes a viernes, pero ir es voluntario, aunque en España la enseñanza sea obligatoria hasta los 16. Ahora bien, teniendo en cuenta que aquí no hay televisión y que el tiempo discurre más lentamente, ir a la escuela puede ser para ellos una actividad en la que divertirse mientras uno aprende. Quizá la asignatura que más dominen sean los idiomas. Y es que aquí quién más y quien menos habla tres idiomas. Otro detalle que llama la atención, es que no se ven colillas por el suelo y aunque algunas casas estén rotas, lo cierto es que el respeto por la Naturaleza está muy presente.