Arte, Cultura y Espectáculos
Los fantasmas de Rachel Whiteread
Título: Rachel Whiteread. Lugar: Tate Britain, Londres. Fecha: Hasta el 18 de enero de 2018.
Ganadora del prestigioso Premio Turner, en 1993, por su celebérrima House, Rachel Whiteread constituye una de las trayectorias más sólidas e inagotables del arte de los últimos treinta años. La retrospectiva que, actualmente, le dedica la Tate Britain de Londres, y que, con posterioridad, viajará a Viena, Washington y Saint Louis, aporta esa necesaria mirada de conjunto que permite reconstruir un relato conceptual tan evidente como esquivo. No en vano, una de las particularidades más intrigantes del lenguaje de Whiteread es la constatación de cómo un trabajo tan sutil y molecular ha obtenido tamaña repercusión pública, hasta el punto de desbordar el perímetro endogámico del arte contemporáneo.
Quizás, para entender esta doble dimensión tan inusual y desconcertante resulte necesario centrar la mirada en la que, sin duda alguna, es su hallmark por excelencia: el molde. En un contexto como el de finales de los 80, dominado, de un lado, por el retorno a la pintura, y, de otro, por el huracán posmoderno del apropiacionismo y posapropiacionismo, sorprende la decisión de Whiteread de apostar por una técnica por completo en desuso, y con evidentes connotaciones reaccionarias. Primero en obras como Shallow Breath (1988) o Torso (1988) -en las que realiza moldes de objetos cotidianos como una cama infantil o una bolsa de agua- y, a partir de 1990, con Ghost -donde replica a escala real la habitación de una casa deshabitada-, parece evidente que, en el ánimo de la artista británica, existe la necesidad imperiosa de doblar la realidad, de generar un alter ego para ella que no solo atrape el objeto, el cuerpo, sino también el lugar. Evidentemente, sería en 1993 cuando esta pulsión por copiar a escala 1:1 lo real alcanzaría su máxima expresión con la confección del molde de una vivienda victoriana situada en Grove Road, en el East End londinense.
Para Rachel Whiteread, el molde se articula como una técnica capaz de pervertir la idea de monumento. La función de cualquier obra monumental es “guardar la ausencia”, señalar lo que ya se ha ido, desplazar la experiencia temporal del individuo desde su presente a un pasado específico, singular, histórico. En cambio, en Ghost, House o Room 101 (2003), el espectador se enfrenta a una realidad que retiene lo ausente desde una presencia radical, conmovedora. Cuando, a través del cemento, Whiteread realiza el molde de los muros interiores de habitaciones y casas que van a ser destruidas, lo que la copia conserva no es solamente la estructura arquitectónica fundamental, el perímetro exacto del espacio en cuestión; por el contrario, en el molde queda inscrita la más mínima huella de la vida en su interior –los desconchones, los agujeros de los cuadros, las capas de pintura, el humo de la chimenea... Nada hay más siniestro que el hecho de que el pasado, los recuerdos, no se hallen en otro tiempo sino justamente delante de la propia mirada, solidificados, generando un “otro” cuerpo que habita el mismo instante que el tuyo propio. Whiteread ha reintroducido la ausencia en el plano de lo fenomenológico, le ha otorgado una materialidad intolerable para nuestra concepción diacrónica del tiempo: lo que se fue no puede estar, lo que quemó su vida alguna vez delante de una chimenea, en una tarde cualquiera, no debe “doblarse” y habitar nuestra realidad como si de un fantasma se tratara. Rachel Whiteread no respecta la lógica de la muerte, y, como si de zombis se trataran, sus obras pasean entre nosotros devolviéndonos la materia pura y descomunal de lo ausente.
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