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Deconstruyendo Europa pasando por Gibraltar

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El triunfo de Europa no puede ser el resultado de la suma de pequeños triunfos regionales. Es necesario pensar en clave europeísta, posicionando a la Unión Europea como una potencia en el mapa internacional con una única voz.

Carmen Serrano

Arrecian intensos vientos de cambio en el escenario geopolítico europeo e internacional. Vientos del este y vientos del oeste que anuncian tiempos convulsos. Las piezas se mueven sobre el tablero de ajedrez a una velocidad vertiginosa, muchas veces sin sentido aparente y sin respetar las reglas del juego, mientras las palabras de los representantes políticos, cuando no se las lleva el viento, esconden oscuros intereses o triples interpretaciones en un escenario en el que todos aparentan ganar, obviando que sólo el triunfo de Europa permitirá que el resto podamos resultar igualmente vencedores.

El triunfo de Europa no puede ser el resultado de la suma de pequeños triunfos regionales. Es necesario pensar en clave europeísta, posicionando a la Unión Europea como una potencia en el mapa internacional con una única voz.

Los vientos del este confluyen con tambores lejanos de guerra, sonidos ya olvidados en nuestra memoria colectiva poniendo en valor uno de los esenciales logros del proyecto europeo que las generaciones de hoy en día nunca hemos tenido que cuestionarnos: la paz, o el triunfo de la política y las palabras sobre las armas. El conflicto entre Rusia y Ucrania vuelve a alcanzar momentos críticos, amenazando la estabilidad de Europa en un momento de indefinición y tensiones internas que nos debilitan frente a cualquier amenaza externa.

Por otra parte, los vientos del oeste exigen asumir la responsabilidad propia de nuestro propio destino y seguridad. Estados Unidos ya no será ese hermano mayor que nos proteja de los riesgos externos. Hemos de desarrollar políticas de acción exterior y seguridad, todo ello sin estar aún claro el propio destino de la Unión Europea más allá del 30 de marzo de 2019, fecha en la que, pase lo que pase, Reino Unido estará fuera de la Unión Europea. La incógnita no está, pues, en el qué ni en el cuándo, sino en el cómo.

El Brexit planteó un reto de continuidad al proyecto europeo basado en cómo ser mejor Europa siendo menos Europa, todo ello con el menor grado de afección posible sobre los derechos y libertades consolidadas de los ciudadanos europeos. La construcción de la ciudadanía europea como identidad que nos une a los europeos más allá de nuestra nacionalidad o de nuestro lugar de residencia, se presenta como necesidad de primer orden para seguir avanzando en la construcción de un proyecto común, imperfecto y con amplias posibilidades de mejora, pero sin el cual todo lo conseguido hubiese sido una simple quimera.

El Acuerdo de Salida y la Declaración Política sobre las relaciones futuras entre la Unión Europa y Reino Unido es ya una realidad. Los Jefes de Estado de los 27 han llegado a un consenso. Queda pendiente la ratificación por parte del Parlamento Británico. Es el momento de tener una única voz que defienda los intereses de la UE por encima de los intereses regionales, y que defienda los intereses regionales respecto a Estados no miembros. Porque defender los intereses de España en Gibraltar es defender los intereses de Europa. Europa vuelve a ser esa esperanza frente a la mediocridad regional.