Represión en Venezuela
Cataclismo chavista
El país con mayor proporción de deuda externa sobre exportaciones, después de Sudán, es Venezuela con un 437,16% según cifras oficiales del Banco Mundial. Actualmente la inflación es del 1.081% y se espera que para finales de año entre en hiperinflación; así mismo la inflación estimada para el 2018 es de 4.700%. Todo esto en un país que cuenta con el 25% del petróleo del mundo, además de un arco minero que genera entre 3 mil y 4 mil millones de dólares al año.
Chávez bautizó su gestión, bajo la asesoría de Juan Carlos Monedero, como el ‘socialismo del s. XXI’ y ahora mismo no hay gobierno (que no sea comunista) en el mundo que no reconozca el fracaso de esta pseudo doctrina política. En promedio, el venezolano gana 2,38 dólares al mes mientras que la deuda externa total del país dividida entre todos los venezolanos corresponde a 3.916 dólares por habitante. Tal aberración económica es producto de un sistema absolutamente corrompido por un grupo de políticos que gobiernan con consignas y no con planes de crecimiento.
En estas circunstancias el 82% del país no tiene acceso a la canasta básica alimentaria, se necesitan 24 salarios mínimos para poder cubrir las necesidades de una familia venezolana; todo esto sin contar el nivel de crisis humanitaria que vive el país, con una escasez del 90% en medicamentos y alimentación. Esta crisis desembocó en que el régimen de Nicolás Maduro hiciera un sistema paralelo de distribución de alimentos, las bolsas CLAP, que no son otra cosa que cambio de comida por votos y lealtad a la revolución bolivariana. El venezolano no tiene derecho en determinar qué va en la bolsa ni cada cuánto puede comprarla. Simplemente es una forma más de sometimiento a la población y sólo pueden obtenerla quienes tengan el carnet de la patria del PSUV.
Pero el problema de Venezuela no radica exclusivamente en un panorama económico y social sino también político, ya que un amplio sector de la población rechaza todas las medidas impuestas por el chavismo y, ahora, el madurismo.
A pesar de que en el 2016 el gobierno cerró la vía electoral al suspender el referéndum revocatorio que la oposición estaba reclamando contra el gobierno y no fueron realizadas las elecciones regionales y municipales establecidas para ese año; durante el 2017 se han medido las fuerzas políticas en distintos terrenos, incluido el electoral. Se ha dado desde una consulta popular organizada por la oposición el 16 de junio donde votaron más de 7 millones de ciudadanos, dentro y fuera del país; pasando por la creación de facto de una Asamblea Nacional Constituyente, que según fuentes gubernamentales y bajo serios problemas de credibilidad votaron más de 8 millones de personas; vale destacar que esta ANC ha sido desconocida de forma unánime por la comunidad internacional al carecer de legitimidad por no haber sido consultada al pueblo; y finalmente unas elecciones regionales totalmente viciadas y fraudulentas en las que el oficialismo obtuvo una victoria aplastante.
La victoria de la sociedad venezolana obtenida el 16J se desvaneció cuando toda la maquinaria que tiene el régimen de Maduro se puso en marcha: un sistema electoral hecho a medida del oficialismo desde el año 2005 y que con cada elección se va perfeccionando; la mayoría de los poderes del Estado subordinados a la dictadura; un pueblo sometido al hambre y a las enfermedades mientras espera comprar una bolsa de comida que le vende su propio verdugo y una alternativa democrática que perdió el norte entre tantas estrategias para salir del caos.
Sin embargo, y con casi dos décadas de chavismo encima están puestas sobre la mesa todas las cartas jugadas por los sectores políticos para salir de esta compleja situación o seguir en ella y agudizarla. El gobierno tiene hasta noviembre para pagar la deuda de 3.500 millones de dólares o caería en la quiebra llevando a los venezolanos a una miseria todavía más profunda y de imprevisibles consecuencias. La alternativa democrática en su peor momento político, entre derrotas anunciadas y fisuras internas debe reinventarse o morir y volver a construir una mayoría suficiente que no se resquebraje tan fácil ante cualquier dardo envenenado que lance el régimen para dividir y vencer.
Nunca antes el tiempo de los políticos y de la sociedad venezolana había estado tan desincronizado, pero es el momento de pensar en una solución colectiva e inminente o de lo contrario el cataclismo chavista será de consecuencias irreversibles.
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