Represión en Venezuela
Castigar la miseria
Por Carlos Navarro Ahicart
No es secreto para nadie que Venezuela se encuentra atravesando la peor crisis multinivel que ha podido experimentar en su historia. El país se encuentra gravemente dividido política y socialmente, y la coyuntura económica no mejora ni con las subidas del 50% sobre el SMI decretadas por Maduro (evidentemente).
Derivado de esta situación, es cada vez mayor el nivel de descontento social existente en Venezuela. Las revueltas, los levantamientos, los pronunciamientos y las críticas abiertas al gobierno se encuentran cada vez más presentes en el día a día de los ciudadanos venezolanos. Lo cual, como era de esperar, no ha sentado nada bien a los sátrapas que manejan las cuerdas del Estado en el país latinoamericano.
Así pues, recientemente, Nicolás Maduro anunció ante los medios de comunicación venezolanos que cualquier intento de “golpe de Estado” (recordemos que para semejante tirano cualquier manifestación contraria a sus ideas representa un golpe de Estado en potencia) será reprimido con mayor dureza que la utilizada por el gobernante turco Erdogan tras el (auto) golpe fallido en su país, resultando en una purga política, civil y militar con más de 30.000 detenidos.
Imaginemos, pues, la magnitud represiva que puede tener una respuesta de Maduro a su propia esquizofrenia despótica, que fabrica en su mente conspiraciones y planes secretos a su alrededor. Ya hemos visto cómo sus fuerzas de seguridad cargan contra estudiantes pacíficos, llegando a asesinar a algunos de ellos; cómo su servicio de inteligencia detiene periodistas díscolos; cómo su aparato judicial manipula los hechos para juzgar a líderes políticos por crímenes que no han cometido. Paremos a pensar, por un momento, de qué es capaz el heredero de Chávez, el verdadero golpista que asaltó un gobierno elegido democráticamente para proclamar la falsa “revolución bolivariana”.
Maduro ha demostrado ser un verdadero dictador cegado por el poder y la psicosis desenfrenada, al que no le importa que su pueblo muera de hambre en las colas de los supermercados gracias a sus políticas fallidas mientras se gasta más de $350.000 en una fiesta por el 90º cumpleaños del líder del castrismo, sin autorización de la Asamblea Nacional y agasajando los estómagos agradecidos del régimen que tantas vidas ha arrebatado en la isla de Cuba.
Pero lo más curioso de todo no es que Maduro sea un despreciable y tiránico gobernante. Al fin y al cabo, de tal palo, tal astilla. Lo que sorprende tanto en Venezuela como al otro lado del océano es que siga pretendiendo que, tras casi dos décadas de chavismo y miseria, la gente siga callada, sometida y obediente en su casa. Que los padres ignoren el llanto de sus hambrientos hijos, que los enfermos se resignen por no poder comprar las medicinas que necesitan, que nos parezca cómico que no haya pan ni para fabricar algo tan sencillo y universal como un Big Mac, que consideremos “justo” que las cárceles del régimen se llenen de voces críticas cuyo único delito ha sido no reírle las gracias ni a él ni a su predecesor.
Díganos, presidente Maduro: ¿con qué leche se va a alimentar el “niño de pecho” de Erdogan?
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