Política
El colectivismo, uno de nuestros males
Por David Muñoz Lagarejos
Vivimos en un mundo en que el Estado ha ido ganando protagonismo, tanto en peso como en comportamiento respecto a la sociedad. No es de sorpresa que este protagonismo del Estado esté en máximos históricos, a pesar de la continua propaganda de aquellos que quieren todavía más Estado, quienes nos dicen que los mercados se han impuesto al Estado, que los movimientos supranacionales están supeditados a las élites económicas (como si no fuera una relación con élites políticas de por medio) y que de seguir así entraremos en una era de “neoliberalismo” más salvaje que el actual (¿qué es el neoliberalismo?).
El colectivismo en sus diferentes formas abunda a lo largo y ancho del mundo. Ya sea populismo, socialismo o nacionalismo, cualquier forma de estatismo o combinaciones de ellas, lo cierto es que el individualismo se ha visto relegado a un segundo plano. “Vivimos en sociedad y el individualismo atomiza”, nos dicen aquellos que no dejan de repetir los mantras colectivistas, ignorando que los individualistas no quieren vivir atomizados, es decir, sin relacionarse con el resto de la sociedad, pues esto es imposible, ya que sería volver a una era prehistórica. Tampoco los individualistas rechazan formar parte de algún colectivo, sino que rechazan formar parte de la coacción y no comparten la arrogancia de que un colectivo lleva al paraíso per se, como sí ocurre en el pensamiento colectivista. Yo, como individuo y defensor del individualismo, no creo en la masa como algo homogéneo, como sí creen los colectivistas, sino en un conjunto de individuos, en cooperación y a partir de la voluntad humana.
Detesto esa arrogancia del colectivo en la imposición desde el Estado en forma de Patria, Pueblo, Nación, etc. que cree tener todas las soluciones a los diferentes problemas de una sociedad, que cede a un “líder todopoderoso” o a un conjunto de políticos, que viven en una burbuja ajena al individuo, el poder de manejar nuestras vidas, bajo un principio de representación que no es tal en estas democracias representativas, donde ordena y manda otro colectivo funesto: el Partido. Y mucho menos en dictaduras.
Se equivocan quienes dicen que el individualismo es atomismo. Individualismo no es nada de eso, es cooperación y voluntad humana. De hecho, sin cooperar con el resto de la sociedad ningún individuo puede progresar por sí mismo. Confunden rechazar la imposición desde arriba con el rechazo a un colectivo formado voluntaria y pacíficamente, como bien dice el economista Bernaldo de Quirós: «el individualismo y el mercado competitivo no son contrarios a lo comunitario sino a la constitución por la fuerza de una falsa y artificial sociedad civil» (Por una derecha liberal, 2015).
El individualismo es, por otra parte, descentralizar al máximo todo aquello que no necesita de legislación y control del poder político y del Estado, es salir del consenso y tener visión crítica: pensar más allá del colectivo, pensar cada uno en cómo mejorar nuestra vida, y a la vez, la de los demás. Pasar de un infantilismo a una vida adulta. Porque el colectivismo es precisamente eso, la infantilización de toda sociedad: vivir a la sombra del colectivo que maneja el Estado, que decide por ti porque él lo quiere así y te niega la razón y el pensamiento crítico para que continúes a su lado, por “tu bien” y el “bien común”, porque “fuera del Estado eso es imposible”.
¿Necesitamos un Estado, que ha dejado de ser Providencia para ser Minotauro, regulando hasta el más mínimo detalle de nuestra vida? Creo que no necesitamos esa figura, que se asemeja a la del padre autoritario que no deja libertad alguna a sus hijos («el Estado se ha convertido en un jardín de infancia», Bernaldo de Quirós). Por el contrario, necesitamos un Estado mínimo, que devuelva ámbitos de competencia a la sociedad civil, que permita su desarrollo, siempre en cooperación voluntaria, dejando la coacción a un lado y el paso a una vida adulta de dicha sociedad. Dejar atrás el colectivismo encabezado por el Consenso Socialdemócrata: «la dependencia e idolatría del Estado; al estilo roussoniano: el progreso individual solo podía estar ligado al colectivo, y dependía de la intervención y planificación del Estado» (sobre esto escriben Almudena Negro y Jorge Vilches en la introducción y el primer capítulo de su libro Contra la socialdemocracia, 2017).
En la economía el fracaso de todo colectivismo se ha visto mucho más claro, pero sigue teniendo buena fama para muchos debido a la amplia propaganda de diferentes medios de comunicación e “intelectuales” y grupos de políticos que creen que colectivizar la economía con ellos sería diferente. Y si no, echan la culpa al chivo expiatorio, y evitan hacer autocrítica. Infantilismo de nuevo. Es por ello que ante cada fracaso del colectivismo la solución que piden los colectivistas es... más colectivismo, más Estado y todavía menos mercado, menos individuo, menos sociedad en cooperación voluntaria. Y siempre la misma excusa: “no se ha aplicado bien” o “con nosotros será diferente”. Por supuesto, se aplica bien, por eso fracasa, y con los nuevos Mesías no es diferente, sino incluso peor.
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