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Memoria de un conservador moderado
George Bush, el padre, el cuadragésimo primer presidente de los Estados Unidos, era un pragmático conservador. Moderado en sus ideas. Convencido de que el liderazgo norteamericano podía desarrollarse desde el consenso con otras potencias y con la propia Unión Soviética. Firme en su respeto por la política como máximo exponente del servicio público. Tan extraordinarias sus convicciones y actitudes que su ejemplo de patriarca impactó dentro de su casa en dos de sus hijos, uno de los cuáles llegó también a la Casa Blanca. Tan extraordinario en la sencillez de su liderazgo fuera y dentro de su país que cuando fue elegido presidente en 1988, después de acompañar a Reagan y rescatar al Partido Republicano desde el fondo del pozo hasta la hegemonía electoral, convirtió el final de la guerra fría en un periodo histórico lleno de acuerdos, aperturas y esperanzas.
Mikhail Gorbachev, último mandatario de la URSS, impulsor de las reformas que condujeron al país a salir del yugo estalinista y exponente del deseo ruso de coexistir en paz compartiendo soluciones en el escenario de la seguridad mundial, ha publicado una elogiosa semblanza sobre su colega fallecido. En ella destaca su voluntad de proyectar el final del conflicto entre las dos superpotencias como un éxito compartido, sellado en la Cumbre de Malta, que abría para el mundo la puerta de una esperanza desconocida en el siglo XX, a la que algunos políticos denominan concordia. El eje Reagan – Bush y Gorbachev fue el motor de un verdadero cambio de era. Los ejes posteriores Clinton – Yeltsin, Obama – Putin (Medveded) y finalmente el Putin – Trump, no han sido capaces de equipararse con aquel liderazgo. Ya fuera por la inestabilidad de los primeros, por la distancia ideológica entre los segundos, o por la incompetencia de los terceros.
Juntos acordaron la legitimidad internacional de intervenir en el Gofo para liberar Kuwait, y consideraron como una pacto por la estabilidad el mantenimiento del régimen de Sadam Hussein, para no provocar un estallido de violencia regional como el que se produciría años después. Bush invitó a Rusia a participar por primera vez en una Cumbre del G 7 y propició desde la moderación, en un solo mandato, un cambio político global sin precedentes en tiempo de paz. El diseño del Nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, aprobado en 1991, planteó una nueva relación con el Este de Europa e introdujo conceptos en la seguridad atlántica como la prevención de conflictos; la cooperación económica y militar como vías de entendimiento; y el protagonismo compartido por los socios en la defensa. Posteriormente la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio NAFTA, impulsó el proyecto de la Gran Norteamérica mientras la visión del entonces magnate Donald Trump, le movía a construir un llamativo edificio en Manhattan al que bautizó como la Trump Tower.
La creación de la APEC (Cooperación Económica en Asia y Pacífico) en aquellas fechas, fortaleció la presencia de Estados Unidos y Canadá en el emergente mercado asiático y se iniciaba así un largo proceso para ampliarlo y liberalizarlo. Para la dinamización del comercio mundial se reactivaron las Rondas del GATT (Acuerdo General de Tarifas y Aranceles) que desembocaron posteriormente en la creación de la OMC (Organización Mundial del Comercio). Bush potenció el protagonismo político y diplomático de las relaciones económicas con el resto de países desarrollados (G7) y en vías de desarrollo (APEC, México, G7 + Rusia, y más adelante China), y las políticas liberalizadoras de los organismos financieros internacionales (FMI). La unificación alemana y Maastrich culminaron en 1992.
La presidencia de George Bush puso los raíles al prodigio de los años 90: la globalización. Sobre uno de ellos avanzaron el comercio y las libertades. Por el otro se deslizaron los regímenes autoritarios, los nacionalismos y las desigualdades económicas. Pero la victoria del Partido Demócrata en las elecciones de 1992 trasladó la responsabilidad de la gestión de los acontecimientos a una nueva generación orientada hacia un liberalismo aún más globalizador, las autopistas de la información de Al Gore y después las redes sociales de Obama. Entre medias las Torres Gemelas, la guerra y los promotores del caos. Y después el populismo radical, que no ha aprendido absolutamente nada de la moderada y pragmática presidencia de George Bush.
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