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De cerdos y verdades únicas
No ha habido brotes extraños. Ni una intoxicación de dudosa procedencia. Cero casos. Pero de pronto España atraviesa una emergencia sanitario-alimentaria de tres pares de narices... Tan solo unas imágenes en el programa del follonero han bastado para ponerlo todo patas arriba. Tal ha sido el revuelo generado que llega uno a preguntarse si no será un nuevo experimento de Jordi Évole (que es muy de creerse Orson Welles de vez en cuando) como cuando quiso jugar a inventarse su propia versión del 23F.
La cosa es que se coló en una granja y grabó imágenes de unos cerdos en unas condiciones lamentables. Rotundamente inaceptables. Imágenes perturbadoras para cualquier persona con un mínimo aprecio a los animales. Y hasta ahí todo en la línea de ‘Salvados’, destapando la carencia de la más mínima humanidad o decencia por parte de unos granjeros. El problema es que luego da a entender que empresas como ‘El Pozo’ comercializan la carne de esos cerdos maltratados, malnutridos y a todas luces enfermos para nuestro consumo. Así, de buen domingo noche. Con un par...
Que el comunicado que ‘El Pozo’ emitió enseguida para desmentirlo no sirviese de nada era cuando menos previsible. A fin de cuentas, ¿qué cabría esperar de ellos ante lo que se supone había “destapado” el follonero? Ahora bien, lo auténticamente ilustrativo es que nada importó que decenas de veterinarios y profesionales independientes del sector le desautorizasen explicando que las imágenes de la granja mostraban únicamente un lazareto (Una pequeña porción de la granja. El recinto en el que se aparta a los animales enfermos para evitar contagios o plagas, de hecho) o cómo -por mucho que las malvadas empresas capitalistas fuesen a disfrutar haciéndolo- es físicamente imposible que en España esa carne llegue a comercializarse. Porque, para empezar, ninguna carne abandona el matadero sin que un veterinario certifique si es apta o no para su consumo. Y no un veterinario cualquiera, explotado por algún gigante capitalista de la alimentación; un veterinario que trabaja para el Estado. Empleado público. Y un empleado público difícilmente sobornable, porque existe una cosa llamada trazabilidad; mediante la cual si alguna pieza de carne da problemas se sabe quién dio el visto bueno y termina con sus huesos en la cárcel. Por no seguir con los incontables controles e inspecciones (autonómicos, nacionales y europeos) que cualquier carne ha de pasar antes de llegar a su mesa...
De poco importó, digo. Igual que la aclaración que el propio Évole hacía en su programa: “Las imágenes grabadas en esa granja no presuponen que sean prácticas habituales del sector, de CEFUSA o de El Pozo”, rezaba. Y de nada sirvió mayormente porque no se presuponía nada, allí se estaba dando todo por supuesto. Y no importa porque el público de ‘Salvados’ no quiere suponer, o evaluar, contrastar, razonar, ponderar o decidir. Quiere verdades únicas, y el follonero es su paladín. Es el público que no se cuestiona por qué Nicolás Maduro recibe a Évole en Miraflores y únicamente a Évole. Son sus devotos feligreses.
Y esto él lo sabe. Y se le sube a la cabeza. Cómo no. Podemos y sus acólitos están tan acostumbrados a marcar la agenda que el otro día el follonero se atrevía a mostrarse indignado porque la ministra de agricultura aún no hubiese visto SU show. “¿Para quién trabaja?” se preguntaba. Pues para mí, Jordi. Trabaja para mí. Y espero que en asuntos más importantes y serios que sentarse a ver ‘Salvados’.
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