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La apasionante batalla de ganar al nacionalismo
Fuimos muchos los que ayer mismo pudimos leer el estupendo artículo de Juan Claudio de Ramón publicado en El País, titulado “El final del paradigma Ortega-Cambó”, sobre la política llevada a cabo históricamente por parte del Gobierno de España (y los principales partidos nacionales) en relación a Cataluña.
En él, Juan Claudio de Ramón señala algunos de los errores reiteradamente cometidos... y apunta algunas de las soluciones. En el fondo, todo depende de la actitud y de la voluntad política y en el artículo se hace un llamamiento a modificar ambas, de modo que el Gobierno de España, los distintos gobiernos, los principales partidos políticos, el Estado... modifiquen su actitud respecto a los nacionalismos que quieren romper la nación, bien sea en Cataluña, en el País Vasco o en cualquier parte de España. Son esas cosas las que algunos llevamos años defendiendo: se trata de pasar de resistir (allí donde ha habido resistencia) a ganar, por cuanto que, y en el propio artículo se señala, nuestras ideas son mejores ideas que las ideas de los nacionalistas y nuestros argumentos son mejores que los argumentos de los nacionalistas. Siendo esto así, clama al cielo el silencio cómplice mantenido por tanto durante tantos años y el miedo reverencial que se ha tenido y se tiene a los nacionalistas de cualquier color... todos ellos sin excepción profundamente reaccionarios. Porque además no hay forma humana (ni política) de contentar a los nacionalistas... salvo darles todo lo que piden: en última instancia, la independencia y, mientras tanto, cuantos más privilegios, mejor.
Es el derrotismo del que habla Juan Claudio de Ramón y al que muchos llevamos años culpando de los males que nos acechan. De ahí que acertadamente señale que “las élites del Estado, da igual si en el Gobierno o en la oposición, no creen que el nacionalismo pueda dejar de ser hegemónico en Cataluña y, en consecuencia, no se esfuerzan en refutarlo ni en deslegitimarlo”. Para continuar denunciando que “para desesperación de los catalanes no nacionalistas, en Cataluña el Estado no hace política y el nacionalismo no se discute”. Bien podría añadir que incluso el PSC, supuestamente de izquierdas, no solamente no lo discute (para defender así el Estado y la igualdad ciudadana) sino que incluso lo abraza... por no recordar la actitud cobarde de casi todos los demás, más dispuestos a captar los votos de los supuestos nacionalistas moderados (oxímoron) que a enfrentar con argumentos sus patrañas.
Juan Claudio de Ramón nos ejemplifica la incoherencia de la izquierda orgánica y oficial al recordarnos que ésta sí nos habla de “derrotar a la derecha” pero nunca de derrotar al nacionalismo, obviando que puede convivirse dentro de un Estado con quien tiene ideas opuestas pero difícilmente con quien quiere romper el Estado mismo. No es que no hable de derrotar al nacionalismo sino que tampoco lo pretende e incluso cuando tiene oportunidad, lo sostiene, bien sea decidiendo gobernar con ellos, bien sea cediendo a sus exigencias o chantajes, concediéndoles no sólo más privilegios y prebendas sino haciendo aquello que es mucho más grave a largo plazo: asumir su lenguaje y su relato e incluso parte de sus propuestas e ideas. Y esto vale tanto para la izquierda como para la derecha... aunque es cierto que es mucho más incoherente en la izquierda, por mucho que esta afirmación suene extraña en España. Y es que, como suele decir Guillermo del Valle, no hay nada más anti izquierdista que el nacionalismo.
Efectivamente, “es hora de asumir que el viejo paradigma está obsoleto” y actuar en consecuencia: “no necesitamos ofrecer nada a los soberanistas; esta vez, a los nacionalistas, ni agua”. Añado que no cabría actitud más progresista que ésta dado que cualquier otra es cobardía y derrotismo, lo cual lleva siempre a la derrota: en este caso, la ruptura del Estado y de la ciudadanía compartida, a mayor gloria de las soflamas nacionalistas. Y sin Estado no hay Estado del Bienestar ni derechos de ciudadanía: y los ciudadanos no nacionalistas que residen en Cataluña se verían abocados a ser extranjeros en su propia tierra.
El autor nos propone, con acierto, aplicar sin complejos la ley democrática en Cataluña y, a la par, reformar el Estado. Obviamente, añado yo, no para seguir cediendo ante los nacionalistas sino para lograr más bienestar y más igualdad para todos. Y, sin duda, para alcanzar, en beneficio de todos los ciudadanos españoles, un Estado federal simétrico e igualitario, sin asimetrías fiscales ni financieras; y cerrar la distribución de competencias entre Europa, Gobierno de España, comunidades autónomas y municipios.
Es, como todo, cuestión de voluntad política. Hay que hacer frente con argumentos y sin complejos a los nacionalistas. No creo que sea una batalla (dialéctica, democrática, discursiva...) imposible de ganar; y, además, me parece apasionante. Nada como, desde el respeto al adversario pero con máxima contundencia, defender la igualdad, la libertad y la democracia.
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