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Elijo dignidad, elijo libertad

Elijo dignidad, elijo libertad
Elijo dignidad, elijo libertadlarazon

Hace unos días, conmemorando el día de la Memoria de las Víctimas del Holocausto con la candidata del Partido Popular a presidir la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el candidato popular a la Alcaldía de Madrid, José Luis Martínez Almeida, escuché una frase lapidaria que me hizo sentir un escalofrío: la libertad no se discute, la libertad se protege, porque es la base de nuestra dignidad.

Por un momento pensé: ¿es que, acaso, la libertad está en peligro? ¿Existe algún país sin libertad cuyos ciudadanos vivan en dignidad? No conseguí encontrar ninguno. En ningún lugar. Es cierto que el sistema político basado en la libertad, la Democracia, no es perfecto, admitámoslo como principio para mejorarlo, pero también debemos reconocer que, aun siendo imperfecto, es el que nos asegura las mayores cotas de libertad.

Se me pasaron mil reflexiones más como estas y me di cuenta de que la libertad está tan incorporada a nuestras vidas que no hemos sido conscientes ni de su poder ni de su fragilidad, sobre todo, entre los que, como yo, solo hemos conocido la Democracia. Me pregunté si quizá esa manera tan cotidiana de tratar con la libertad y de hacer uso de ella nos ha hecho olvidar su inmenso valor. Y caí en la cuenta de que ese es, precisamente, el objetivo del quienes más la odian: hacer que nos olvidemos de ella. A priori, puede parecer casi imposible, pero se están produciendo ataques tan sutiles contra ella, que perderla puede convertirse en una posibilidad.

Sí, hay enemigos de la libertad dentro y fuera de las instituciones, tan ‘supremos’ ellos que se han legitimado para imponer su pensamiento a los demás.

Sus tácticas: apelan a la solidaridad colectiva, tratan de socavar nuestro sentido crítico, retuercen los sentimientos, manejan argumentos pasados y defienden la violencia como herramienta para doblegarnos. Los hay nacionalistas extremos, extremos racistas que dicen defender los Derechos Humanos (en mayúsculas), pero no se sonrojan al encumbrar y defender a asesinos de inocentes. Los hay de pensamiento radical, ciegos y sordos a los matices, y rapidísimos en etiquetar de “enemigo” a todo aquel que difiera de “su verdad” (léase feministas radicales, por ejemplo). Los hay revanchistas, inoculadores del odio marxista a generaciones libres y acomodadas como ellos, que han visto en la Universidad el camino para trepar. Están también los que ya deciden desde el poder hasta dónde puedes llegar en tu ‘libre circulación’, qué vehículo debes emplear, cómo desplazarte o, a modo de Gran Hermano, exigirte información sobre quiénes son los que te van a visitar a tu casa y limitarte a 20 el número de visitas que puedes recibir. Son los que consideran la propiedad privada un bien común y prefieren a los violadores y a los pederastas en la calle. Con ellos, no se puede elegir porque nos consideran seres equivocados, débiles e incapaces de tomar decisiones y asumir las consecuencias.

En aquel acto de recuerdo, se habló de que no hace mucho tiempo, la libertad se encerró en campos de concentración y la dignidad se fundió en cámaras de gas. Y todo comenzó sin apenas darnos cuenta. Los torturadores de hombres decidieron por los demás.

Elegir es un acto de libertad y la libertad nos da dignidad. No dejemos de hacerlo. Elijamos, exijamos seguir siendo libres para elegir, para equivocarnos, para rectificar, para avanzar, para seguir siendo dignos. Elijamos dignidad y libertad siempre.