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Mars attacks
Por Alvaro de Diego
En plena escalada de las hostilidades -aún- verbales en la península de Corea, Trump adelanta la llegada del primer astronauta a Marte. Si la NASA prevé colocar a un ser humano en el planeta rojo en la década de 2030, el presidente de los Estados Unidos lo anuncia, “como tarde”, para el final de su segundo mandato. Aunque ignora el descomunal esfuerzo que ello requeriría, no se le puede negar cierto sentido del humor (”A joke’s a very serious thing”, advirtió Churchill). El padre de Ivanka lo da por descontado: sus posaderas seguirán hollando el sillón presidencial hasta enero de 2025.
¿Qué decir del demencial régimen norcoreano? La salvaje trituradora de seres humanos de Kim Jong-un resulta tragicómica. Para muestra, un botón: el único gordo de Corea del Norte -la expresión es del periodista Ángel Expósito- ordenó ajusticiar a su ministro de Defensa por quedarse dormido en un desfile. La ejecución, a la que asistió nutrido público, se realizó... ¡con un cañón antiaéreo!
El estalinismo dinástico constituye el patrón -también- comunicativo de lo que es un Estado totalitario. Hannes Maeder estableció las características de su lenguaje estudiando la Alemania nazi: predominio de la oratoria, propagandismo triunfalista, ideologización constante, falseamiento y deformación dialéctica de los conceptos, desprecio por la lógica, tensión agitadora, prevalencia del super-yo, etc. Y descubrió el calco en las prácticas de la RDA que tan bien refleja esa alhaja cinematográfica llamada La vida de los otros.
La República Popular Democrática de Corea interna en campos de “reeducación” a los informadores que escriben incorrectamente el nombre del líder supremo. Ya se le atribuyó a Stalin la pretensión de que el Estado monopolizara el diccionario. Hoy su asiático sosias catapulta a un país acogotado al último puesto en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa. Que el pasado año la Corea chiflada precediera a Eritrea dice mucho de la agenda informativa global. El maníaco que administra el gulaj de los 120.000 kilómetros cuadrados, tal y como predijo Karl Barth, ha vaciado el cielo de Dios para llenar la tierra de ídolos. El Gran Hermano que en el exterior causa tanta aversión como vergüenza ajena, ha tomado cuerpo, y bien rollizo, al norte del paralelo 38.
Siempre, de cualquier modo, ha habido una correlación directa entre la amenaza nuclear y Marte. Se ha alimentado probablemente del denominado “síndrome del mundo perverso”. Lo identificaron los teóricos de la comunicación, para quienes los espectadores compulsivos creen el mundo mucho más inseguro que quienes no consumen tanta televisión. Y, a la larga, ha venido a dar la razón al más benéfico de los Marx. Groucho encontraba la caja tonta muy educativa: cada vez que alguien la encendía, se retiraba a otra habitación para leer un libro.
También la segunda posguerra mundial colaboró a la paranoia colectiva de la conquista marciana. La URSS y los Estados Unidos vivieron bajo la amenaza de una respectiva invasión que retoñase lo inesperado de Barbarroja o Pearl Harbor. La atmósfera de la Guerra Fría, en consecuencia, abonó el campo para las innumerables películas de invasiones extraterrestres.
El 11 de agosto de 1945 el genial Agustín de Foxá publicó un artículo en el que, recordando el serial radiofónico de La guerra de los mundos, presentía el descubrimiento de una “América extraterrestre”. En “El Colón de Marte” imaginaba el estupor del primer astronauta ante la sorprendente flora y fauna de un planeta hasta entonces desconocido. Describía también su pasmo ante las maravillas de una civilización desaparecida. Y concluía, amargo, con la noticia que un hombre del año 3.000 leería: la última guerra desencadenada con motivo del exceso de población y la búsqueda del espacio vital en la superficie marciana. El mismo día de la “tercera” de Foxá el periódico abría su edición con imágenes de Nagasaki e Hiroshima. Japón pedía la paz tras la conmoción del holocausto atómico.
Debemos, pese a todo, congratularnos de que el anuncio de Trump parezca una respuesta chusca a la película de Tim Burton. Frente a Mars Attack!, una especie de The Earth Strikes Back (La Tierra contraataca). Al mundo libre sigue correspondiendo el privilegio de la inventiva, frente al realismo descarnado del arte revolucionario del socialismo real. Como dejó escrito Graham Greene en El poder y la gloria, “el odio no es más que un fracaso en la imaginación”.
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