Opinión

El amor no se jubila

A Fernando Ocáriz, no le gusta que le llamen el prelado rojo. Tal vez tenga razón. Pero es que lo es, le guste o no le guste. Tuvo que huir de España, en plena guerra civil; nació  en el exilio parisino, de padres republicanos y, por si esto no fuera suficiente, no se cansa de denunciar  los insoportables rostros que presenta hoy la pobreza, en medio del hartazgo de unos pocos, desde “el drama de los refugiados, a la miseria en la que vive buena parte de la humanidad, como consecuencia, muchas veces, de injusticias que claman al cielo”. Vamos que “frito se come, gallina lo pone”.

A Fernando Ocáriz no le es indiferente  ningún problema de la mujer y el hombre de hoy, ni entiende que le pueda ser ajeno a alguien que se llame cristiano. Para todos tiene un recuerdo y una palabra de aliento, cada vez que abre la boca, en cualquier lugar del mundo.

El nuevo libro del prelado del Opus Dei,  como ya sucedió con otros anteriores, es un conjunto de textos valientes y comprometidos; en la línea de la Misericordia, marcada desde el minuto cero de su Pontificado, por el jesuita Jorge Mario Bergoglio.

Monseñor Ocáriz  hace, en este libro, un llamamiento, “a llenar de humanidad el mundo de las profesiones, la sociedad civil, las familias y la vida corriente y moliente”, que me ha gustado especialmente. Pero da un paso más y reclama “una vida cristiana que no se reduzca a la sola superación moral o ética, sino a un horizonte de amor infinito”.

Se trata, como digo, de reflexiones menudas, de poco más de una pagina, en las que este hombre, al frente de un movimiento universal de fíeles cercano a los cien mil, extendido por los cincos continentes, separa el trigo de la paja y demuestra que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.  “Misericordia, perdón y no juzgar a las personas”, recomienda, como un mantra, para repetir una vez tras otra.

Al Papa Francisco, a quien gusta insistir, en cuanta ocasión se le ofrece, que la homilía de clérigos, prelados y purpurados, ha de ser “como la minifalda, corta y que enseñe”, le habrá encantado este libro. La última vez que el Santo Padre habló con el presidente de la Conferencia Episcopal española en Roma, en plena pandemia, le insistió en que no tenían sentido esos sermones largos y repetitivos de las misas dominicales.

El Papa, que goza de un estupendo  sentido del humor, puso el ejemplo de la minifalda, ante la sonrisa cómplice del catalán Juan José Omella. Pero retomemos el libro del prelado rojo, titulado “A la luz del Evangelio” y editado por Palabra.

Por cierto, que de Monseñor Ocáriz se podría decir, también, que es un prelado gacetillero; sus reflexiones abarcan apenas una columna, como esta que tiene ahora mismo el amable lector ante sus ojos, y otras ni siquiera la llenarían. La homilía perfecta, ciertamente. Además, maneja con soltura el titular periodístico: “Paciencia e impaciencia”,

“La fiesta eterna”, “Descomplicados” o “El amor no se jubila”. Pero lo que de verdad le interesa a Fernando Ocáriz, en este libro tan poco común para alguien que usa mitra y lleva báculo, es abrir una ventana a la luz del Evangelio, con textos escuetos que despellejen cualquier complacencia y enseñen bien, como aquellas minifaldas, utilizadas ya por artistas de cabaret, mucho antes de que fuera moda generalizada.