Opinión

¡Viva el Rey!

“No quiero ni pensar lo que sería de España, ahora mismo, sin Don Felipe; con la identidad nacional zarandeada, el ataque a lo español al alza y las consecuencias sociales y económicas de la pandemia”

Son días de desgracia, pero no desesperanzados. España afronta su peor crisis en décadas y conviene que no nos dejemos confundir. Que nos enteremos y le tomemos el pulso a lo que nos jugamos: nuestra convivencia y bienestar. Me atrevo a decir que estamos ante una emergencia nacional.

Por suerte tenemos al frente del Estado al mejor Rey de la Historia. Basta ver como actúa y escucharle, para contestarlo; y no será porque no le pongan estacas en las ruedas y busquen enfangar una trayectoria personal impecable. Don Felipe es un hombre cabal, de soberana paciencia, que vive para la felicidad de los españoles. Ser responsable un día es fácil, es casi una anécdota; pero serlo 365 días -y así año tras año- es una heroicidad. Don Felipe lo viene siendo desde la primera hora de su reinado, aguantando carros y carretas, con entrega, con sentido del deber, con sacrificio y espíritu de servicio, pero también con una humanidad que los españoles valoran y sienten, así algunos ladren. Da igual: “ladran, luego cabalgamos”.

La inmensa mayoría quiere a su Rey. El problema es la desafección de los más jóvenes, debida a la errática y sectaria educación que han recibido y a ese encanallamiento de la convivencia, provocado por una izquierda cuyas herramientas predilectas son el odio y la envidia.

Todo vale, para redoblar la ofensiva contra la institución que medula nuestro sistema, y para tensionar la relación con este Rey desenvuelto y más constitucional que nadie, que trabaja incansablemente y encarna de forma laudable la monarquía de todos.

Me sucede lo que a tantos: no quiero ni pensar lo que sería de España, ahora mismo, sin Don Felipe; con la identidad nacional zarandeada, el ataque a lo español al alza y las consecuencias sociales y económicas de la pandemia. Demasiados escupiendo veneno. Justo lo contrario de lo que necesitamos, con esta sensación horrible, que muy probablemente tendrás también tú, amable lector, de cuesta abajo en una rodada de insolvencia, a izquierda, derecha y centro. Tenemos que perdonar, olvidar y mejorar. Concordia, concordia y concordia. No hay más. Así seamos diferentes. Eso es lo de menos.

Dicen los cercanos a Don Felipe, que al Rey le preocupa -y mucho- este agrietamiento de la estima colectiva. No le falta razón. Pero ¿Qué se puede esperar con semejante desplome económico, un gobierno rehén de descerebrados y una oposición incapaz de liderar cualquier alternativa sólida? ¿A dónde vamos con esta discordia partidista y descrédito institucional?

¡Menos mal que tienen ustedes al Rey Felipe! Me lo decía, en estos días, un embajador iberoamericano, cuyo país no diré, no sea que lo acusen de injerencia en los asuntos internos, pero que empieza por C y pertenece a la América Hispana. Pues si: el Rey Felipe es, en esta hora de España, la única garantía de una sociedad próspera, en la que el nacionalismo integrador, democrático y no excluyente sea posible, frente a ese otro que sólo busca fragilizar y consolidar tentaciones despóticas.

El Rey ama a su pueblo y la gente confía en Don Felipe, y ambos saben por dónde hay que adentrarse y por dónde no, para seguir la senda de lo que nos conviene a todos; esa por la que tan razonablemente nos ha ido durante 40 años, a pesar de algunos abrojos, hasta que se reveló nuestra fragilidad y el odio nos estalló de nuevo en la cara. A ver: o nos tomamos la Constitución en serio, o nos vamos al precipicio. Al Estado sólo lo representa el Rey. Al igual que, a la Nación, en su conjunto, las Cortes Generales.