Opinión

La mística del instante

“Para saborear la vida, hoy más que nunca, tenemos que ir poco a poco y con pies de plomo”

Despacito y buena letra, amable lector, que el secreto está en “hacer las cosas ordinarias despacio y de manera extraordinaria”. Veamos: para saborear la vida, hoy más que nunca, tenemos que ir poco a poco y con pies de plomo. Sin lentitud no se paladea nada de nada. Cuando era yo chiquitín y vivía con mis padres en el Alto Aragón, en un lugar conocido como Coll de Ladrones, un punto fronterizo destacado, pasaban veloces los franceses con sus descrestantes coches, restregándonos de paso su nivel de vida, bien distinto al nuestro; gracias, entre otras cosas, a que no temían a que les entrara el enemigo por la frontera sur, porque allí estaban aquellos sufridos españoles, para dar la vida por la Europa de los mercaderes. Además, podían venir a tomar el sol a un país seguro y bien barato, de gentes solícitas. Estamos hablando de mediados del siglo pasado.

El caso es que, aquellos cochazos, que eran deslumbrantes —como digo—, y que corrían una barbaridad, nos parecían el no va más. Y mi madre, que tiene la sabiduría de las gentes de la tierra adentro, cuando pasaban delante de la puerta, exclamaba: «¿Pero dónde va esta gente tan deprisa? Ni que se acabara el mundo. ¡Qué afán es ese! Cierto: en Coll de Ladrones, no teníamos ninguna prisa. Felizmente no éramos modernos. Pero los franceses sí: ellos sí tenían tremendo afán, por llegar cuanto antes y disfrutar del paraíso que les esperaba. Pensaba en ello estos días, al contemplar a miles y miles de españoles, haciendo cola en sus airosos autos, para disfrutar de la libertad de Ayuso.

Así que este gacetillero, para llevar la contraria, quiere hablarte hoy, amable lector, de la más humana y necesaria de las artes del vivir: la lentitud. ¿No será nuestro estilo de vida demasiado apresurado? Es sólo una pregunta. Mucho alboroto y presión, veo yo; mi sobrino Víctor, que trabaja y se pasa la vida en el monte, por propia decisión, y es más listo que los conejos, dice que le cuesta encontrarse domingueros que sepan disfrutar del paisaje y del silencio. Para llevar a buen fin lo que sea, despacito, hermano. Nada de aceleres, ni de bulla. En Colombia, que es uno de los países más potentes de la América hispana, los colombianos , cuando ven a la gente que corre desesperada como pollo sin cabeza, suelen decir: “¿A donde van a las carretas? ¡Ya volverán!”.

El secreto, no es otro que ir pasito a pasito, suave, suavecito. Y de eso trata esta gacetilla: de la importancia de la lentitud. De no dejarnos arrastrar y arrollar por prisas y afanes innecesarios; y de saber detener el tiempo, “Que no vuelve, ni tropieza”, en palabras del barbirrojo y cojo don Francisco de Quevedo.

Importa lo que importa: saborear el tiempo, silenciar la vida. El resto son camelancias y mamandurrias. ¡defendamos nuestro tiempo, a capa y espada! ¡Paladeemos la letra menuda del vivir!, en expresión afortunada del soriano Fermín Herrero, el primer nombre de la poesía de esta hora de España.

Cada día son más las personas que se niegan a vivir sin conectar con esa lucidez espiritual, que conduce a disfrutar de la espesura de la noche, o del agua fresca a ras de suelo, junto a un río. Del sueño de la vida y la charleta con los animales, también. Un poco de todo y nada. Y del silencio, claro; de ese silencio que nos acerca a lo próximo. A la mística del instante. Hay que saborear todos, todos los pequeños pasos que vamos dando. Moverse lentamente, afuera y en los adentros. De lo contrario no viviremos, seremos vividos.