Entrevistamos al poeta hondureño-costarricense Dennis Ávila Vargas (Tegucigalpa, 1981), quien resultó vencedor de la pasada edición del reconocido Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, un galardón que se convoca y concede desde una ciudad que es referencia cultural en las dos orillas del idioma. Ahora, cuando acaba de ceder la posta al mexicano Margarito Cuéllar, quisimos conocer sus impresiones sobre lo que le ha significado el galardón salmantino.
-Hace un año usted obtuvo el prestigioso Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, por su libro ‘Los excesos milenarios’. ¿Qué sensaciones o emociones tuvo al conocer la noticia que refrendaba la alta calidad de su propuesta poética?
-Recibí la noticia en la oficina que comparto con Paola Valverde Alier, mi esposa y compañera poeta. Ella contestó el teléfono. Su voz cálida subió por las escaleras: “¡mi amor, qué alegría, te llaman de Salamanca!”. Llegué a su abrazo con gratitud. Segundos después cogí el teléfono como quien asume el deseo de cruzar un océano. En la otra orilla, la amorosa voz de doña Pilar Fernández Labrador. Su amabilidad y coherencia se desbordaban en el auricular: decía cosas realmente generosas sobre “Los excesos milenarios”, sabía versos de memoria, estaba tan emocionada como yo. Me dijo que Salamanca y mi persona estaríamos unidos de por vida, que a partir de ese momento ―como lo había hecho con las y los poetas que habían obtenido este premio― podía considerarla una madre en dicha ciudad. Su maravillosa vibra fluía en medio de la pandemia y la forma brutal en que mantenía herida a España (y tantas partes del mundo), llenando de ataúdes e impotencia la preocupación colectiva; el confinamiento estaba en su peor momento; como un virus, el miedo cogía la fuerza de un incendio voraz, pero allí estaba doña Pilar reproduciendo para mí la esperanza que ellos ―en su condición de Jurado― habían palpado en los poemas que, meses atrás, envié con la utopía de que este libro pudiese llegar al puerto que lo ayudara a nacer. La transparencia de doña Pilar me pareció un gran gesto de humanidad. Tras conversar con ella ―no lo olvido― siete minutos fraternos, tuve que acostarme en una camilla que tenemos en nuestra oficina; un río energético fluía, caudaloso, por todo mi ser. Y ahí, acurrucado en una tarde amniótica, Paola llegaba para decirme que llamaba mi madre, papá, mi suegra, nuestros amigos, toda la familia hondureña y costarricense, pues había publicado la noticia en redes sociales y el teléfono no paraba de sonar. La amalgama de emociones duró varios días: en medio de tantas muertes, de la incertidumbre en la frágil normalidad de ese tiempo doloroso, me reconfortó la sensación de que este premio de poesía no fue solo para mí, sino para cada persona que, en medio del confinamiento necesitaba de noticias con matices más nobles.
- Centrándonos en el libro ganador de la VII edición, ¿cuál es eje sobre el cual van rotando sus textos? Quiero decir, ¿hacia dónde dirige su mirada o deja aflorar lo que guardaba dentro de sí?
-Luego de tres libros (“La infancia es una película de culto”, “Ropa Americana” e “Historia de la sed”), con los cuales intenté crear una lectura de la región del mundo en donde me aferro con todas mis fuerzas a la vida, sentí que necesitaba escribir un libro más universal, donde, de algún modo fuese posible tomar el pulso de un planeta acostumbrado a los múltiples embates sobre sí mismo. Fue así como la idea de “Los excesos milenarios” se fue manifestando, gracias, en gran parte, a la experiencia adquirida en distintas ceremonias ancestrales de América, en donde, tras cada amanecer con lágrimas bajando por mi rostro como raíces salinas, o con sonrisas de pie (en el cuerpo entero de la gratitud), salía transformado hacia un propósito más claro. El Sagrado Fuego de los días fue dándome pautas para entender lo que debía emprender en mi camino, así, cuando hablo, por ejemplo, de los flamencos, de los osos polares y de las auroras boreales (palpadas en mis visiones), sé que he estado en el corazón de otros tiempos, en la sed de la memoria de un planeta que es madre y padre, en la cosmovisión de un efecto mariposa que llevamos, pese a todo, en cada uno de nuestros actos. Este es un libro que pone en evidencia la raíz de nuestra enfermedad y ―con las limitaciones de rigor― el fruto medicinal que tenemos frente a nuestras narices, el cual ―por la soberbia de un sistema podrido― no alcanzamos a ver.
- Supongo que el prólogo, firmado por la reconocida académica Carmen Ruiz Barrionuevo, le complació en gran medida.
-El prólogo de Carmen Ruiz Barrionuevo es un premio en sí mismo, dentro de la amplia familia de detalles que la organización ―orquestada por el incansable y solidario Alfredo Pérez Alencart― ofrenda con una vocación sin precedentes. De hecho, Ruiz Barrionuevo, en una mezcla de generosidad y compromiso, se tomó el tiempo de leer una antología de mi primera etapa poética y también los tres libros que mencioné en la segunda respuesta. Su lúcida lectura me dejó impresionado y muy conmovido. Mi gratitud hacia ella por entablar un diálogo con la matriz de espejos que le permitió conversar con los espacios energéticos que dan lugar a estos poemas, sobre todo ―con pulso revelador― a través de las palabras dedicadas a “Los excesos milenarios”.
- No es usual que un premio ofrezca, además de la edición del libro, la traducción de un poema a muchos idiomas. En el caso suyo, se tradujo ‘Alteración climática’ a 38 idiomas del mundo, haciendo realmente universal. ¿Qué opina al respecto?
Considero que, al formar parte del mismo barco planetario, deberían preocuparnos los remos compartidos, es decir, su posibilidad para llevarnos a puerto o, lamentablemente, para atascarnos en la sed del camino. “Alteración climática” es, de hecho, un poema central en el conjunto de rezos que propongo en este libro. ¿Qué estamos construyendo para las nuevas generaciones? ¿Qué hacemos por nuestro presente? Desconozco el alcance que habrá tenido este poema en todos los idiomas a los que fue traducido, sin embargo, el sentimiento al respecto es sano y, en cierta manera, esperanzador. La poesía es matemática sagrada: su ente emisor de símbolos, tarde o temprano, completa (y multiplica) un nido de reciprocidad.
- Algo que se repite todos los años es el comentario sobre la hermosa edición de los libros premiados, a cargo de Diputación de Salamanca. ¿Tiene usted la misma consideración?
Estoy completamente convencido de ello. El libro se manifiesta desde la pintura en la portada (y el retrato del interior) a cargo del gran artista Miguel Elías (a quien amaré conocer en persona, para expresarle mi gratitud por su enorme y desinteresada vocación en beneficio de la cultura salmantina), invitando a quien lo tiene en sus manos gracias a la limpieza en su diagramación, a través de la textura del papel y el prólogo que hace el trabajo de un zaguán hospitalario a esta casa de palabras que, con el contenido de sus poemas se deja llevar hasta desembocar en las traducciones, sobre las cuales le manifesté al poeta Pérez Alencart (en su condición de pulmón cardinal de este premio y gran puente comunicador con cada traductor/ra), diciéndole que cada texto fue concebido por mi persona (al no conocer 37 de estos idiomas) como obras de arte que me permitieron palpar el tiempo y espíritu en cada intención. Es, sin duda alguna, un trabajo editorial bellísimo y generoso.
- Además, el premio permite que su libro sea de acceso libro para todo lector en portugués, pues se ha publicado, en papel y Ebook la edición traducida por Leonam Cunha y prologada por el poeta brasileño Álvaro Alves de Faria, muy vinculado con Salamanca a través de los Encuentros que dirige Alfredo Pérez Alencart, un poeta destacado y un gestor de referencia cuando se habla de los puentes culturales entre la vieja Castilla y América Latina. ¿Ha resultado grato para usted ver su libro en la lengua de Camoens?
-El libro traducido al portugués posee una energía integral. Publicado por el Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de Salamanca, con la traducción del poeta Leonam Cunha (generoso en abrir la luz a este libro en su lengua natal), prólogo de Álvaro Alves de Faria (sus palabras llegaron para fortalecer mi guía anti-naugrafios para el tiempo que vivimos) y la pintura de portada a cargo del artista Luis Cabrera Hernández (obra de arte que llevaré en mi ser por siempre), es otra de las ofrendas del Premio de Poesía Pilar Fernández Labrador. Meses después, por gestión del fraterno poeta Pérez Alencart, el libro fue enviado a centenares de poetas y profesores que habitan este bello idioma. Además, me permitió compartirlo con personas muy queridas, nacidas en Portugal y en Brasil. De hecho, en este momento, vienen a mi memoria los luminosos rostros de Isabel, María e Inês, hermanitas Buscadoras de Visión nacidas en el vientre musical del portugués, a quienes leí los primeros fragmentos de estos poemas (mientras mi esposa y buena parte de la familia qe se entrega a este ayuno multisensorial se encontraban en el rezo de la montaña). Nunca maginé que este libro llegaría hasta aquí. Como no pensé, por ejemplo, que podría compartirlo a Lélia Wanick y Sebastião Salgado (a quienes menciono en el poema “Los maestros”), grandes ejemplos por el inmenso trabajo de conciencia ambiental que promueven con su apostolado verde.
- Por la Covid y las restricciones de desplazamientos no pudo estar presente físicamente en Salamanca, para la entrega del premio dentro del XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos. ¿Es una asignatura pendiente su visita a la ciudad donde destacan Unamuno y Fray Luis de León?
-Visitar Salamanca es un sueño que espero cumplir en algún momento. Pienso en ello con frecuencia. Recientemente volví a leer el texto “Salamanca, por si mañana no te lo puedo decir”, de la entrañable escritora Jacqueline Alencar, a quien conocí hace algunos años en Granada, Nicaragua, y por quien sentiré, siempre, gratitud, por lo amable y dulce que se mostró siempre por mi persona y mi familia. Estoy seguro que, antes de cumplir este propósito de viaje, volveré a los colores y texturas plasmados por ella en esta guía intergral que dedicó a la ciudad que la adoptó, y en donde su entrega y la de sus amados compañero e hijo tendrán ―por siempre― un lugar en la dignidad, gracias a su compromiso con la cultura, la poesía y toda forma vital en la que pueden manifestarse los derechos humanos.
- Acaba de concederse el premio de la VIII edición, el cual ha recaído en el poeta mexicano Margarito Cuéllar. ¿Cómo valora la poesía de quien le toma la posta?
-Margarito Cuéllar es un gran poeta, por ello todas las personas que amamos esta cercana relación con las palabras que es la poesía, nos sentimos felices, pues él ha sabido honrar su propósito con notable conciencia en el uso de sus recursos verbales, gracias al sublime manejo que posee sobre esta necesaria disciplina artística. De igual forma me siento muy honrado de saber que la poeta Carmen Palomo ha recibido el accésit en esta edición. Su poesía es raíz y porvenir, respeto por el silencio, pero también por las posibilidades del lenguaje que solo es capaz de tejerse con la música y belleza de las palabras, no en vano su libro premiado realiza un homenaje a esta dualidad. Enhorabuena por ambos y su maravillosa senda poética.
- Para finalizar, apreciamos que Salamanca se está convirtiendo en lugar de referencia poética para la poesía centroamericana, bastante menos conocida que otras propuestas del cono sur de América. Usted de Honduras; Olivas, de Costa Rica y Borja, de El Salvador representan una nueva generación que está siendo reconocida en la universitaria y cultural Salamanca. ¿Ha leído ‘El año de la necesidad’, de Olivas; y ‘UMIT’, de Luis Borja? ¿Cuál su parecer sobre estas obras?
-Ambos libros son impresionantes. “El año de la necesidad”, de Juan Carlos Olivas es un claro ejemplo de las múltiples posibilidades que tiene la poesía. Aunque su libro nace a partir de una semilla local, debido a la tormenta tropical que tuvo un dramático desenlace en Costa Rica, Juan Carlos logró costruir una casa universal. Sus bien logrados poemas pueden leerse desde muchas latitudes y culturas, pues ha sido capaz de hacer un homenaje a la espina dorsal de la vida, gracias a su visión de padre y esposo, a su experiencia como educador, a sus valiosos conocimientos en literatura y a su capacidad de dar voz a seres y objetos que ―belleza mediante― nos dejan en el paladar de la lectura muchos recuerdos memorables. Es, sin duda alguna, un libro que puede ayudarnos a hacer más llevadera la tormenta de este tiempo sagaz. En el caso de “UMIT”, de Luis Borja, es un doloroso compendio de memoria, injusticia, sangre y huesos, un claro ejemplo de lo mucho que ha sufrido la región del mundo en donde nacimos, esta que no se cansa de emitir su fábrica de dolor, la supuración de su herida abierta, gangrena y metástasis, todo en la cartografía de la desigualdad, de la deshumanización. Aunque el libro de Borja da voz a uno de los sucesos más crueles en la historia de Centroamérica, también es un libro necesario para hacer una lectura sobre nuestro presente y la indiferencia que, en la práxis mediática y macabra, oprime la esperanza. Es una lástima que Luis ya no esté con nosotros, su poesía es un gran manifiesto de humanidad. De hecho, junto a Juan Carlos, a mediados del 2020, conversamos sobre la posibilidad de ponernos en contacto con nuestro hermano salvadoreño para hacer una presentación de “El año de la necesidad”, “UMIT” y “Los excesos milenarios”, una vez que la ansiada normalidad lo permitiese. Entusiasma saber que Luis Borja también visualizó esta presentación, pues en un fraterno correo electrónico se lo comunicó a nuestro querido Alfredo Pérez Alencart. Quizá podamos llevar a cabo esta presentación de nuestros libros en algún momento, por dos razones centrales: para mantener viva la memoria de uno de los poetas más simbólicos de nuestra región y, también, para agradecer el legado del Premio Pilar Fernández Labrador, el cual, por una circunstancia que, con el tiempo ―quizá― lleguemos a dimensionar, ha dado a Centroamérica ―una de las zonas menos visibilizadas en el mapa literario― la oportunidad de mostrar la seriedad con la cual se asume en esta tierra la dignidad del trabajo poético.