Opinión
No desdeñe la plática
“Estamos postergando conversaciones que ineludiblemente deben ser habladas a la categoría de mensaje o, en el mejor de los casos, de audio”
Hace unos días desayuné con una noticia que alarmaba sobre la telefonofobia -término que desconocía como tal-. Sí que era consciente de que muchas personas sufrían de nomofobia, esa necesidad incesante de estar permanentemente conectado al móvil o internet, llegándose a producir crisis de ansiedad si no se tiene el smartphone en las manos. Pero lo curioso de mi hallazgo fue que podía calificar eso que muchas veces me han espetado a modo de imperativo legal: “no llames, mejor mensaje”; lo que se traduce en telefonofobia o miedo a hablar por teléfono.
Un estudio ha confirmado que más del 80% de los millennials y la generación Z -los menores de 35 años, vamos- sufren de este síndrome que rechaza totalmente hablar por teléfono. Y yo hoy voy a reivindicar que a mí me gusta más hablar por teléfono que por WhatsApp. ¿A qué se debe este miedo? ¿Por qué ahora todo produce ansiedad o agobia? Existe miedo a esa espontaneidad que da una conversación, que puede ocasionar no saber qué contestar, cómo mantener el diálogo y moverse en entornos imprevisibles que pueden dar lugar a la improvisación, pero que entiendo que son los motivos que hacen único el coloquio y el poder expresarte con la libertad de quien dice lo que en ese momento piensa. Los psicólogos relacionan directamente estas consecuencias con la baja autoestima personal y el recelo que causa imaginar qué imagen se le está ofreciendo al interlocutor que está al otro lado del teléfono. Aunque, a decir verdad, parapetarse tras el mensaje y no dar la cara, aunque sea vía telefónica, causa la peor de las imágenes.
Pero ahora eso de llamar es cosa del pasado. Hemos cambiado la llamada por la nota de voz, en muchos casos kilométrica, algo que debería ser punible y digno de sanción. Pero para mí no hay nada como la satisfacción de una conversación, un buen parloteo. Eso sí, siendo conciso y cercano. De hecho, estamos postergando conversaciones que ineludiblemente deben ser habladas a la categoría de mensaje o, en el mejor de los casos, de audio. Y luego vienen los malentendidos, las conversaciones tabúes y los mensajes donde se interpreta todo lo contrario a lo que se pretendía transmitir.
Yo no participo de estas fobias de nuevo cuño que tratan de dividir a la sociedad y se erigen deidades capaces de sentenciar, como si del Juicio Final se tratase, qué es digno de prebenda o represalia. Yo llamo porque me gusta hablar, porque me gusta expresarme y saber que mi interlocutor me está comprendiendo. No me gusta mandar un audio sin acuse de recibo y que se abandone en el limbo de los mensajes olvidados, que no tienen respuesta, que no permiten el diálogo y la sana conversación.
Estas líneas, querido lector, pueden hacerte estar en fuerte desacuerdo con mi tesis. Lo sé y créeme que no me sorprende. Sobre todo si el amable lector pertenece a esa generación del meme, que es la mía, más proclive al tuit y al filtro que a mantener una conversación -cuestión que no es incompatible- como característica diferenciadora de cualquier otro ser.
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