Cultura
Un museo, un monasterio y un territorio consagrados al arte románico
El principal atractivo de Aguilar de Campoo lleva escrito en sus piedras el esplendor que vivió en el siglo XI
El monasterio de Santa María la Real, en Aguilar de Campoo (Palencia), muestra orgulloso las cicatrices que el tiempo ha tallado en sus piedras y se alía con nuevas tecnologías en un museo que trae el medievo y el arte románico hasta el siglo XXI, y habla con un territorio que atesora la mayor concentración de templos románicos de Europa.
El de Aguilar de Campoo no es un monasterio cualquiera ni tampoco el ROM que se ubica entre sus muros es un museo al uso. Los dos se comunican y trazan una línea temporal entre pasado, presente y futuro.
En sus piedras está escrito el esplendor que vivió el edificio en el siglo XI, su abandono en el XIX y la nueva vida que le dieron en el XX unos “amigos del patrimonio” liderados por el arquitecto José María Pérez ‘Peridis’, quienes recuperaron el viejo convento que hoy alberga un museo, un instituto de Educación Secundaria, la sede de la UNED y la Posada Santa María la Real.
De sus orígenes hablan leyendas como la de Alpidio que, persiguiendo a un jabalí por Peña Longa, encontró dos cuevas con las reliquias que sirvieron de excusa a su hermano, el abad Opila, para levantar en ese lugar sagrado el monasterio de Santa María la Real.
Pero la historia sitúa su origen en el año 1000, en un pequeño cenobio que ocuparon los monjes premostratenses, “una orden con función pastoral que podía salir del monasterio y vivía con un pie en el claustro y otro en el mundo”, como relata durante una visita guiada el historiador César del Valle, coordinador del Centro Expositivo ROM, gestionado por la Fundación Santa María la Real.
El edificio, dice Del Valle, “es el mejor ejemplo de la evolución del románico al gótico” porque vivió su momento de mayor esplendor en torno al año 1200, un momento de transición del románico al gótico que ha quedado impreso en su planteamiento románico, ya que no tiene la altura ni la luz del gótico pero ya destila arcos apuntados y bóvedas de crucería que anuncian el nuevo estilo.
En este sentido, Santa María la Real fue un edificio “puntero”, afirma el historiador del arte, porque la mayoría de las iglesias de la época en el norte de Palencia tienen una estructura eminentemente románica.
Los siglos pasaron. Los premostratenses fueron expulsados del monasterio en 1835 (desamortizaciones liberales del siglo XIX) y durante 150 años el edificio estuvo completamente abandonado.
En aquellos años se topó Unamuno con “el convento caído”, en el verano de 1921. Y un siglo después el edificio se alza orgulloso entre las montañas, con su espadaña (una de las singularidades del románico palentino) en el exterior apuntando al cielo, y en el interior un videomapping para meterse de lleno en su historia con la tecnología del siglo XXI.
Pero antes llegó la restauración que en el siglo XX y durante diez años acometieron un grupo de ‘locos’ encabezados por José María Pérez ‘Peridis’, que no quisieron borrar ninguna huella del pasado. Por eso hoy en sus piedras pueden leerse las marcas del cantero, las cicatrices de su abandono y todos los usos que tuvo a lo largo del tiempo, cuartel de la Falange, establo o el Instituto de Educación Secundaria que hoy sigue impartiendo sus clases entre sus muros.
”Los monasterios evolucionan, son como legos, tienen vida, se van desmontando y montando en función de las necesidades. Y este es un gran ejemplo”, asegura César del Valle. Por eso es fácil pasear por el claustro y ver capiteles románicos que se mezclan con otros de estos tiempos, entrar en el refectorio que fue el gimnasio del instituto y que, además de cursos y reuniones ha celebrado bodas, admirar la sala capitular donde se tomaban decisiones importantes o contemplar la cocina que fue trastero del instituto, con restos del hogar medieval y el canal de agua corriente que durante años surtió a los monjes de la Edad Media con el líquido bendito que a veces fue un problema por las humedades y las inundaciones que se escriben en sus muros.
En la sacristía hay maquetas de una aldea en tiempos del románico, de la ermita de Santa Cecilia, y pueden verse las réplicas de los capiteles de mediados del siglo XII que están en el Museo Arqueológico de Madrid.”Son unas piezas de una calidad extraordinaria” que dan idea de los grandes maestros que trabajaron en la zona y que han dejado “auténticas maravillas escultóricas en pequeñas iglesias”, explica César del Valle.
De hecho, como señala el historiador, hay medio centenar de iglesias en pequeños pueblos con una escultura brillante, con una calidad muy por encima de la media y un nivel poco usual en esa concentración. ”Esa es la clave del Románico Norte. Es el románico y el territorio, uno de los mayores valores de la zona porque el patrimonio genera desarrollo”, sostiene con contundencia mientras cruza la entrada de la iglesia.
Allí, las nuevas tecnologías se funden con los muros y un videomapping trae al presente la historia del monasterio. Una imponente puesta en escena de luz y sonido recupera la leyenda del Abad Opila y devuelve los capiteles que ahora están en el MAN a lo alto de las columnas en las que estuvieron ubicados, completando la visión de la cabecera original.” El proyecto europeo MUS.net ha permitido dotar a este espacio de más herramientas”, explica César del Valle. Una App para “meterse el Rom en el bolsillo” con tres recorridos diferentes y sus respectivas audio guías, y un juego virtual que pone la Realidad Aumentada al servicio de los más pequeños.
Así, aquí y ahora, con las nuevas tecnologías, el ROM se reinventa para enseñar el románico a todos los públicos y abrir la puerta a un territorio que atesora más de 250 iglesias románicas en cincuenta kilómetros a la redonda, “todas de una extraordinaria calidad y ubicadas en sitios maravillosos”, concluye Del Valle.
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