Sociedad

Cencerros, colorido y tradición en la anarquía carnavalera de Villanueva de Valrojo

El antruejo de esta población de la Sierra de la Culebra, que data de 1841, pone en valor una emocionante fiesta pagana, este año con un mensaje de indignación por los incendios del pasado verano

Cencerros, colorido y tradición en la anarquía carnavalera de Villanueva de Valrojo
Cencerros, colorido y tradición en la anarquía carnavalera de Villanueva de ValrojoEduardo Margareto/Ical

“Lo más auténtico es la anarquía. Siempre la hubo, porque lo contrario sería perder la esencia”. En la localidad zamorana de Villanueva de Valrojo el Carnaval se vive de otro modo, de puertas adentro y hacia fuera, pero con un elemento fundamental de pervivencia de la tradición: “Hay cimientos para mantener una tradición que se celebra desde 1841 y que solo se dejó de celebrar en los tres años de la Guerra Civil”, rememora Antonia Santos, una de las portavoces de la Asociación Cultural ‘Los Antruejos’ de esta población de la Sierra de la Culebra.

Mucho color, con trajes arcoíris y repletos de volantes elaborados antaño por las abuelas; y el sonido renqueante de los cientos de cencerros que resuenan en cada rincón del pueblo y que anuncian la llegada de aquellos que ‘corren’ el antruejo para pellizcar a los asistentes.

Hoy, Martes de Carnaval, es un día diferente en Villanueva de Valrojo, es especial, pues las primeras referencias a esta fiesta pagana datan de un día como hoy, pero de hace 182 años. “Antiguamente se iba ‘a caminos’, es decir, a hacer algún arreglo común para el pueblo. Y como contraprestación, la Junta Administrativa del pueblo pagaba en garrafas de vino, escabeche y cacahuetes a aquella gente para que organizara una merienda, la misma que hoy se celebra en el pueblo en el salón de antruejos. Y mientras, se salía por el pueblo a pellizcar”, expone Santos, quien destaca que lo más similar que existe se encuentra ya en La Raya de Portugal.

Martes de Carnaval en la localidad zamorana
Martes de Carnaval en la localidad zamoranaEduardo Margareto/Ical

Todo empieza a media tarde en el ‘Pajar de Carnaval’, un edificio recuperado por la Asociación, donde los vecinos llevan sus trajes y cintos de cencerros en el mes previo, desde el 17 de enero, Día de San Antonio. “La idea es que luego cada uno se pone el traje que quiera, aunque no sea el suyo, para que sea totalmente irreconocible por el resto del pueblo. Queremos seguir manteniendo esa ausencia de identidad”, expone Antonia Santos.

Junto al reguero que atraviesa el pueblo y por donde los antruejos cruzan por el viejo puente de piedra, el pajar se empieza a llenar de gente en la tarde noche del martes. “De pequeños saltábamos el curso del agua vestidos, nos empapábamos”, sostiene Eduardo Santos, una de las personas que más se ha esforzado por mantener esta tradición. No en vano, guarda como un tesoro, en su casa, las máscaras de su padre y su tío, elaboradas de forma artesanal con cera para protegerlas del sudor. A diferencia de las de hoy en día, de pasta de papel. Las muestra junto a su sobrino Miguel, a la puerta de su domicilio. “Cuando me la pongo, siento algo especial. Es un orgullo colocarme esta careta. Si te gusta el Carnaval de Villanueva, vestirme con los mismos atuendos que mis antepasados es muy emocionante”, relata, mientras trata con mimo dos elementos que, ironiza, los guardará pronto en una vitrina. Pero antes, ya ha realizado moldes con ellas para poder ponérselas. Con 55 años, celebra esta fiesta con mucha emoción desde que tenía al menos 10 años.

Eduardo Santos, que comparte apellido con Antonia a pesar de no ser familia, señala que este Martes de Carnaval, que no se ha dejado de celebrar tampoco por la pandemia del COVID, es la jornada “en la que están en el pueblo los que realmente sienten la fiesta”. Y es que el pasado domingo, en una localidad en la que residen habitualmente unas 60 personas, la población alcanzó el medio millar. “Llegan todos los oriundos del pueblo, gente que es originaria de aquí pero está fuera. Y las casas rurales se alquilan todas. Es un Carnaval abierto también a los amigos de amigos, es decir, gente que viene en compañía, y se pueden vestir”, narra ella.

[[H2:Los ‘números’]]

Una peculiar diferencia de este antruejo, subraya Antonia Santos, son los llamados ‘números’, es decir, pequeñas obras que realizan los vecinos con motivo del Carnaval y que siempre están basadas en algún tipo de chanza o noticia del último año. En esta ocasión, fueron varios los grupos del pueblo que trasladaron alguna denuncia, como varios mayores que, con atuendos de anciano, portaban pancartas que apelaban a la “ruina” que han supuesto para muchos los dos incendios forestales de La Culebra del pasado verano. Y como acompañamiento, sus mujeres, detrás, se dedicaban irónicamente al contrabando que otrora primó en esta comarca, para poder vender calcetines, tabaco u otras vestimentas y poder ganar algo de dinero.

Aunque la tradición se intenta mantener como en la época más antigua, admiten que los tiempos han cambiado, evocados por la despoblación de una España vaciada que también maniata a la Sierra de la Culebra. “Cuando íbamos al colegio, hoy no era fiesta. Los mayores nos esperaban en la puerta con las tenazas para pellizcarnos y nos daban la murga. Nos tenían tan asustados que la maestra nos daba permiso para irnos a casa. Nos hacían hasta moratones. Eso hoy no ocurre”, arguye Eduardo Santos, quien reconoce que la fiesta antes se desarrollaba “más a lo bruto”.

Eran tiempos en los que la imaginación y la creatividad se situaba en la cúspide de la pirámide de esta fiesta. Por eso, cuando los más mayores se ponían a la cintura todos los cencerros disponibles, los más jóvenes tiraban de alternativas. “Cogíamos latas de conservas y las llenábamos de piedras, las atábamos con alambres entre ellas y dábamos saltos para hacerlas sonar. Era también divertido”, asiente Eduardo Santos, mientras maneja la conocida tenaza del antruejo, un instrumento de madera a modo de muelle que finaliza con dos cuernos de macho cabrío y que utiliza para continuar con una de las claves de esta fiesta, el pellizco.

Casi llegada la noche, Eduardo echa a correr el Carnaval por las calles de su pueblo con la misma ilusión que cuando tenía 10 años, los mismos que algunos de los niños que hoy le acompañan y que ven en él una referencia para mantener la tradición en un futuro. “Esta es nuestra diferencia”, masculla Antonia Santos mientras señala hacia adelante y el eco del cencerro se aleja en la distancia. Y remata que este antruejo “es integrador, con hombres, mujeres, amigos, vecinos, foráneos que no hace falta que sean de Villanueva”. “El fin último es la diversión y, sobre todo, mantener la tradición y el recuerdo a nuestro pasado”, reflexiona.