
Sociedad
La necesidad de lo analógico
"e he comprado un móvil con teclado, vuelvo a escuchar música en casete, paladeo el sonido en estéreo de un VHS y no me sacan de mi Talbot Horizon ni con diez Teslas por banda"

El otro día, reflexionando sobre qué propósitos de año nuevo podía empezar a relanzar en mi cotidiano despertar anual, llegué a la conclusión de que el gimnasio, el comer moderado y el escribir una lista de buenos deseos sobre la vida en general, está muy manido. Caminando por las largas calles comerciales llenas de viva luz y armonioso jolgorio empecé a experimentar lo que puedo definir como “terror digital”: Mi móvil había dejado de funcionar en mitad de las compras de navidad.
Raudo y veloz corrí hasta el extremo oriente de más confianza para así depositar mi terminal de teléfono y poder liberar dopamina de calma y paz navideñas. El encargado fue tajante: “-Vuelva usted en tres horas y estará arreglado por veinticinco euros.” El atractivo trato pareció beneficioso para mi alma y acepté rápidamente como un niño de los noventa a punto de recibir su Nintendo 64.
Pero, ¿y ahora qué? Perdido en medio de la jauría del mundo, sin poder estar localizado y enviar WhatsApp, ni consultar redes sociales, ni ver noticias terribles. ¡Qué sería de mí!
Y en medio del océano tecnológico, náufrago de mi smartphone, sucedió el milagro: La realidad empezó a dibujarse en mis pupilas, los sonidos empezaron a embeber mi piel y el mundo se volvió de verdad. ¡Qué descanso! ¡Qué tranquilidad! ¡Qué viaje tan necesario en el tiempo!
Tras el periodo estipulado recogí a mi reparado amigo y mirándolo de reojo aterricé en mi hogar, me puse mi bata de los domingos y con mi pipa de burbujas en mano empecé a meditar sobre aquel maravilloso momento. Aquella revelación cambió mi paradigma mental.
Al grano, me he comprado un móvil con teclado, vuelvo a escuchar música en casete, paladeo el sonido en estéreo de un VHS y no me sacan de mi Talbot Horizon ni con diez Teslas por banda. Tengo la mesilla repleta de libros y pongo a Mazinger Z por testigo de que nunca más volveré a pasar hambre analógica.
Es curioso como muchas veces las soluciones a nuestros rezos y plegarias las tenemos encima de la mesa y el esfuerzo de entender el sentido común nos lleva a funcionar por la inercia de lo mundano, pero lo frívolo que quieren que conozcamos entraña un peligro, porque las modas actuales son peligrosas, sino las sigues estás desconectado del sistema. Antes si no llevabas una gorra al revés no pasaba nada, las reglas te toleraban; ahora sino tienes la última versión de la app estás fuera del mundo.
Descubramos el placer de volver a ser nosotros mismos, de usar la tecnología en vez de que ella nos use a nosotros, de armonizar con lo analógico y de poder valorar cada segundo del viaje. Hay que dejar de ir a la velocidad de la luz y empezar a leer, pintar, dibujar y en definitiva a tocar de manera plástica todo lo que nos rodea.
Yo de momento creo que voy a empezar de nuevo a usar la corbata, a lo bruto, sin conocimiento, como medio de protesta por la elegancia, a modo de contracorriente, como una vanguardia de contención hacia lo postmoderno, porque no olvidemos que lo que hoy es lo último, lo actual, la novedad, mañana será lo viejo y lo obsoleto.
En eso consiste la sostenibilidad de verdad, en integrar sin destruir lo que vale, porque si algo funciona, como la vida misma, no lo cambies.
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