
Sociedad
Los oficios de toda la vida: Arte y Resistencia
"Hablar de los oficios de toda la vida no es nostalgia barata. Es memoria activa. Es saber que alguien te puede cambiar una cremallera, arreglar el tacón de tu historia o ajustar la falda de tu madre para que te la puedas poner tú"

En tiempos donde todo se compra y se desecha con la misma ligereza con la que se desliza un dedo por una pantalla, hay algo profundamente revolucionario en ponerle tapas a unos zapatos. Sí, unas simples tapas. Ese gesto mínimo, discreto, casi invisible, que solo percibe quien sabe andar despacio y escuchar cómo suenan los pasos en el suelo. Porque ahí, en esa media suela, hay mucho más que goma o cuero. Está la mano que lo ha hecho. El hombre o la mujer que lo ha clavado con precisión milimétrica.El que ha sabido si ese zapato todavía tiene alma, si merece una segunda vida. Ese gesto no es técnico: es un juicio artístico...
Hablar de los oficios de toda la vida no es nostalgia barata. Es memoria activa. Es saber que alguien te puede cambiar una cremallera, arreglar el tacón de tu historia o ajustar la falda de tu madre para que te la puedas poner tú.
Esos oficios (el zapatero, el sastre, la modista, el barbero, el relojero, el carpintero, el herrero) no son simples profesiones. Creo (opinión subjetiva) que son una forma de mirar el mundo. Una forma de respeto, de precisión, de espera. Nada se hace en diez minutos. No se imprime, no se descarga, no se sustituye: se repara, se honra y se alarga.
Y qué decir de la dificultad. Ponle tú unas tapas a unos zapatos sin que se note. Sin que rechinen al andar. Sin que el pie sufra. Intenta darle el punto justo de curvatura, que no se levante ni se hunda. ¿Sabes lo que cuesta eso? Años. Mirada entrenada. Dedos con memoria... Un Oficio es otra forma de decir conocimiento que no está en los libros, sino en las yemas de los dedos.
A día de hoy nos rodea una generación que desconoce que las cosas se pueden arreglar. Que no todo se tira. Que hay dignidad en seguir usándolo. Que hay quien se gana la vida devolviéndole el alma a los objetos que amamos.Y si seguimos perdiendo a estos maestros del detalle, el día que se nos rompa algo, no sabremos ni por dónde empezar.
Porque mientras haya una aguja enhebrada, un banco de carpintero lleno de virutas, una caja de herramientas con olor a cuero viejo y grasa, habrá esperanza y vida. Sí, de la buena y auténtica.
Creo que cuando se apague la última radio que arreglaba el señor Martín, cuandose cierre la mercería de la señora Josefa, donde aún saben lo que es un dobladillo, cuando nadie pida que le reparen el alma de un zapato gastado… habremos perdido algo mucho más valioso que un oficio: habremos perdido el vínculo con la paciencia, con la belleza, con la permanencia.
Con lo humano.
Recuerdo al señor Antonio (un vecino de toda la vida) mirando una silla vieja que alguien le trajo a restaurar. La acariciaba como a un ser vivo. No decía que estaba rota: decía que tenía historia.
Y la arreglaba en silencio, como quien reza.
Ese silencio, ese amor invisible, es lo que los oficios de siempre nos han enseñado.
Y cuando ya no estén…
Ojalá sepamos llorarlos.
Pero aún mejor: ojalá no tengamos que hacerlo. Miro al ayer y veo a mi abuela Catalina. Sí, mi abuela era modista y aunque ya no está guardo en un baúl el vestido de la comunión que me hizo. Qué bello es recordar...
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