Cataluña

Diario de una cuarentena con niños: Día 44

Sólo faltan unas horas para poder salir a la calle y los nervios están a flor de piel

Hemos ido marcando con palitos los días en que han permanecido encerrados en casa
Hemos ido marcando con palitos los días en que han permanecido encerrados en casaArchivoArchivo

El primer viernes de esta larga cuarentena, el 13 de marzo, enseñamos a los niños a pintar en la pared de su cuarto pequeños palitos negros para contar los días que se pasaban sin salir. Ellos nunca han visto una película carcelaria, pero les expliqué que eso es lo que hacían los presos para saber que sí pasaba el tiempo, que había siempre un mañana, y que eso tenía que significar que habría un día en que ya no necesitarían pintar otro porque podrían salir de aquel bucle infernal. “¿Qué es un bucle infernal?”, pregunta Pablo. “Es un chicle, tonto”, dice Camila. Y tiene razón.

Los han hecho pequeños, pero la pared sobre el cabezal de su cama tiene ahora 88 palitos, porque cada uno quería pintar los suyos. Hoy los hemos borrado porque mañana saldrán una hora. Esto no quiere decir que se ha acabado el confinamiento, sino que las autoridades penitenciarias nos han perdonado nuestras indisciplinas, nos han sacado de la celda de aislamiento y nos han permitido pasear una hora por el patio. No podremos coincidir con los otros reclusos, claro, pero es un primer paso. “¿Qué es un recluso, papi?”, pregunta Pablo. “¡Gente que habla raro, es que no piensas!”, contesta Camila. Me encanta su seguridad en las cosas que no sabe, me da la sensación que sería una gran presidenta del Gobierno cuando estalle otra crisis sanitaria.

Hoy es sábado y eso significa que no han tenido que hacer clase, por lo que se han levantado cuando han querido, más felices que nadie. Por eso me han despertado a mí, claro, ya que para qué dormir más si uno se puede divertir. Han distribuido todos su mini juguetes por toda la casa y han simulado que sus muñequitos estaban en una playa. Su madre, cuando se ha levantado, casi se mata y se los ha hecho recoger inmediatamente. La niña no lo ha aceptado muy bien. “Esta no es sólo tu casa, también es nuestra casa”, ha dicho, insistiendo en que tenían todo el derecho del mundo en dejar los juguetes donde les diese la gana. Aquí ha empezado la repetición del desembarco de Normandía. No sé si los niños eran los aliados y nosotros los alemanes, pero como hemos ganado nosotros, creo que éramos los buenos.

Los niños se están haciendo a la idea de que este verano no podrán ir a la playa como siempre. Que nosotros le hayamos prohibido simular una playa en su imaginación les ha encendido los ánimos. “A ver, poner los juguetes al menos en un único lado, para que al menos podamos pasar sin pisar nada. “¡Y no puedes mirar!”, ha dicho Pablo. Vaya, pues no se me había ocurrido. ¿Me estás diciendo que puedo mirar donde piso y así no tengo que pisar ningún juguete? "¡Recógelos ahora mismo o los tiro a la basura!”, he gritado.

Al final, los he tenido que mover yo a un lado del comedor. “Veis, esto también puede ser una playa”, he dicho creyendo que si se imaginan una playa, pueden imaginársela como les de la gana. “Uhy, sí, qué grande, por favor. Dónde se ha visto una playa tan pequeña. ¿Dónde van a nadar, en su culo?", ha dicho Pablo, que una vez nadó tanto que al parecer se metió en el culo de una señora. No, no es eso. En estos 40 días, el niño ha aprendido a utilizar la ironía, lo que me ha enorgullecido, pero tenía que castigarle para mantener las apariencias.

Después de un minuto en su cuarto pensando en lo que ha hecho, nos ha pedido perdón con mala cara. Nosotros sabemos que un minuto sirve para reflexionar cualquier cosa. A Newton se le cayó una manzana en la cabeza y al siguiente minuto saco la ley de la gravitación universal. Antes, cuando le castigábamos, le tirábamos manzanas a la cabeza, pero no funcionaba. Ahora le dejamos unos minutos en su cuarto. Al final ha aprendido a arrepentirse o a fingirlo para que estemos contentos.

El caso es que se les nota nervisosos porque mañana podrán salir y no saben qué pasará. Ahora la calle es un territorio mítico, lleno de paisajes maravillosos, criaturas salvajes y peligros inminentes. “Por fin podré ponerme unos zapatos”, ha gritado Camila. Es cierto, hace 44 días que no se pone unos zapatos. Le he mirado los pies. Los tiene muy largos y delgados, al contrario que su hermano, que son pequeños y gorditos. Esperemos que les lleven muy lejos en esta vida.