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Jordi Corominas: «Hay una manera de matar propia de Barcelona»

El periodista y escritor ofrece un retrato diferente y oscuro de la capital catalana en «La ciudad violenta»

El escritor y periodista Jordi Corominas
El escritor y periodista Jordi CorominasÀngel Guerrero

Jordi Corominas es desde hace algún tiempo uno de los autores que mejor conoce Barcelona, pero no la de las postales y la que buscan los turistas japoneses. Su mirada se acerca a una ciudad en permanente contradicción gracias, especialmente, al sumergirse en episodios oscuros de su pasado. Eso es lo que puede encontrar el lector que se aproxime a las páginas de «La ciudad violenta» (Península) donde Corominas bucea en la historia criminal y revolucionaria de Barcelona.

–¿Podemos hablar de Barcelona como una ciudad violenta?

–Sí. Podemos hablar de Barcelona como una ciudad violenta, pero al igual que lo es cualquier otra capital. Al ser un sitio con mucha población, mucha diversidad social, convergen muchos temas que generan la violencia: de lo político a lo personal que lleva a crímenes más aislados que son los de la violencia criminal.

–Uno de los objetivos del libro es acabar con muchas de las tergiversaciones que persiguen a ciertos casos. ¿Qué puede hacer un autor, como es su caso, para poder diferenciar entre el bulo y la realidad?

–Tengo una parte que es de periodismo puro y duro y que es cotejar fuentes, algo que se parece bastante a lo que hace el historiador. Pero también hay que intentar agotar estas fuentes porque luego te das cuenta que se han usado parcialmente. Por otra parte, y no solamente en el caso de Enrique Martí, sino en el de Carmen Broto –que es el más paradigmático– algunos periodistas han jugado a aceptar lo que ya estaba escrito, sin ir más allá. Lo sorprendente es que cuando te sumerges un poco y te das cuenta que hemos aceptado determinadas historias quizás porque nos gustaba más el relato que la realidad. Esa es una de las claves de una visión.

–¿La mirada de Juan Marsé al caso Broto en «Si te dicen que caí» ha hecho daño al caso? Su relato ha calado más que la realidad.

–Ha calado, pero él siempre decía y no lo ocultaba que hacía ficción. Lo que pasa es que te encuentras después que grandes historiadores como Rafael Abella, Josep Maria Huertas Claveria o Lluís Permanyer han aceptado versiones que estaban en Marsé. Como investigador de Barcelona lo que tienes que hacer es preguntar a las fuentes que estaban disponibles o ir a las bibliotecas para cotejar un poco. Con Carmen Broto es cierto, aunque no hay una información muy cuantiosa, que en los años cuarenta el franquismo hablaba de crímenes, aunque tampoco se quería hablar mucho de ello por la imagen de ejemplaridad que quería dar el régimen.

–¿Es Enriqueta Martí, la llamada vampira del Raval, la que abre la puerta a esa mirada más violenta hacia Barcelona?

–Puede ser. Enriqueta es un caso paradigmático porque es la gran impostura, de como a la sociedad le interesa más una buena historia antes que la realidad. De ella se ha sacado beneficio económico con cómics, películas, obras de teatro, libros que son patraña, rutas turísticas sin importar si lo que se cuenta es cierto o no. No quería tratar el tema en el libro, pero es que tenía que salir.

–¿Se puede decir que con ella se inicia el periodismo amarillo en Barcelona?

–Sí, en parte así es. Es el momento en el que la Prensa ve que en todo esto hay una posibilidad de vender muchos periódicos con esos. Lo que pasa es que nosotros estamos viciados por una mirada norteamericana de las cosas. «La Vanguardia» de la época, por citar un periódico, no era mucho de portadas sensacionalistas: el contenido estaba en el interior. Lo que sí es cierto es que tuvo durante un tiempo ese furor y un siglo más tarde vuelve ese furor. Eso es lo que explica que es una historia que no se ha agotado.

–Define la Barcelona de los años veinte como una suerte de Chicago «avant la lettre».

–Lo más alucinante es el olvido sistemático de ese tiempo. Siendo una época tan apasionante, con una cifra de muertos en la que nadie se pone de acuerdo, entre 150 y 400, en esa Barcelona se generaban unas dinámicas muy agresivas donde cualquiera podía morir. Durante este tiempo, que es el del pistolerismo, quien genera más la violencia es la patronal, son los ricos. La clase obrera consigue las ocho horas semanales, consigue lo de la huelga de La Canadiense y, de repente, los ricos al verse desbordados ante la organización anarquista decide contestar con violencia. Eso es un cambio de paradigma que va más allá de una guerra civil.

–¿Se puede hablar de una mirada negra propia de Barcelona?

–Sí, pero década tiene una forma distinta de matar. Cada década se puede resumir por la manera en que se mata. Es una ciudad, en general, de guante blanco, en la que no hay asesinos en serie, con una violencia continuidad pero no apabullante y que se va transformando con el tiempo.

–El asesinato de Wilson Pacheco en el Maremagnum, ¿es una manera de despertarse de la luz de 1992?

–Sí, se puede ver como un final de algo aunque los años 2000 son muy transición. Pero en este crimen hablamos de un inmigrante, con guardias de seguridad, un asesinato en el que se muestra cualquier cosa menos civismo. La muerte de un inmigrante en el Maremagnum rompe un mito muy fuerte que se puede relacionar con el de Ronny Tapias porque muestra una nueva realidad y es que la inmigración forma parte de Barcelona.