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La Barcelona que ya no existe: campos, murallas y pueblos antes del Eixample

A mediados del siglo XIX, Barcelona estaba al borde de una crisis urbana. La población había crecido significativamente, y las condiciones de vida eran insostenibles

Mapa topográfico de Barcelona en 1855 Archivo de Barcelona

Barcelona, con sus 2000 años de historia, ha vivido multitud de cambios urbanísticos. Antes de la implementación del famoso Plan Cerdà y la creación del Eixample, la ciudad era muy diferente a lo que conocemos hoy. Este artículo explora cómo era Barcelona antes de su gran expansión, con especial atención a los campos, núcleos urbanos disgregados y la vida en la ciudad.

Antes del siglo XIX, Barcelona estaba confinada dentro de sus murallas medievales. Estas murallas, construidas en la Edad Media, limitaban el crecimiento de la ciudad y creaban un entorno urbano denso y congestionado. La población vivía hacinada en calles estrechas y sinuosas, con poca ventilación y condiciones sanitarias precarias. La falta de espacio y las malas condiciones de vida eran un problema creciente a medida que la población aumentaba.

Los campos y zonas rurales

Fuera de las murallas, el paisaje era predominantemente rural. Grandes extensiones de campos y huertos rodeaban la ciudad. Estas tierras agrícolas eran esenciales para el abastecimiento de alimentos de la población barcelonesa. Los campos estaban cultivados con viñas, olivos, cereales y hortalizas. También había zonas de pasto para el ganado, que era otra fuente importante de recursos.

Entre estos campos, había pequeños núcleos urbanos que funcionaban como pueblos independientes. Estos núcleos, como Gràcia, Sant Andreu, Sants y Sarrià, tenían su propia identidad y vida comunitaria. Eran lugares tranquilos y rurales, con una economía basada en la agricultura y la artesanía local.

Gràcia: un pueblo con encanto

Gràcia, que hoy es un barrio más de Barcelona, era originalmente un pueblo independiente. Situado al norte de la ciudad, Gràcia era conocido por su ambiente tranquilo y su fuerte sentido comunitario. Tenía su propia plaza mayor, iglesia y mercado, y sus habitantes vivían en casas bajas rodeadas de huertos. Gràcia era un refugio para aquellos que buscaban escapar del bullicio y la congestión de la ciudad amurallada.

Sant Andreu, otro de los núcleos urbanos disgregados, tiene una historia que se remonta a la época romana. Situado al noreste de Barcelona, Sant Andreu era un importante centro agrícola y comercial. Tenía su propia iglesia parroquial, Sant Andreu de Palomar, que era el corazón de la vida religiosa y social del pueblo. Las calles de Sant Andreu estaban llenas de talleres y tiendas, y sus habitantes eran conocidos por su habilidad en la producción textil.

La necesidad de expansión

A mediados del siglo XIX, Barcelona estaba al borde de una crisis urbana. La población había crecido significativamente, y las condiciones de vida dentro de las murallas eran insostenibles. Las enfermedades se propagaban rápidamente debido a la falta de higiene y espacio, y la congestión era un problema constante. La Revolución Industrial también estaba transformando la economía y la sociedad, creando una necesidad urgente de espacio para nuevas fábricas y viviendas.

Fue en este contexto que Ildefons Cerdà propuso su revolucionario Plan Cerdà. El plan no solo buscaba expandir la ciudad más allá de las murallas, sino también crear un diseño higienista que mejorara la calidad de vida. Las calles amplias, las manzanas abiertas y la incorporación de espacios verdes aseguraban luz y ventilación, resolviendo los problemas de hacinamiento y salubridad. El Eixample, como se conoce esta nueva zona, transformaría para siempre el paisaje urbano de Barcelona, integrando núcleos cercanos como Gràcia, Sant Andreu y Sants, que pasaron de ser pueblos independientes a formar parte de la Barcelona moderna.