
Opinión
Los nadies
Ser un nadie o un don nadie ha sido siempre lo contrario de ser alguien

La palabra nadie, usada habitualmente como pronombre (“No vino nadie”), se emplea también como sustantivo para hacer referencia a una persona poco o nada conocida, sin pública estima ni relevancia, lo que más castizamente se decía antes un pelagatos o un pelafustán. Con ese sentido, es invariable en cuanto al género (un/una nadie: “Así, serás una nadie sin futuro”), forma el plural de manera regular (los/las nadies, que en la moderna jerga integran el colectivo de los socialmente invisibles) y su significado es análogo al que expresaban las formas tradicionales don nadie, doña nadie: “Mucho aparentar, pero en realidad es un don nadie”.
En cualquier caso, ser un nadie o un don nadie ha sido siempre lo contrario de ser alguien: “Estudia, si quieres ser alguien en la vida”, nos repetían machaconamente los que fueron padres allá a mediados del pasado siglo (ellos, que no pudieron estudiar); querer ser alguien en lo que sea, en el fútbol o en el diseño o en cualquier otra profesión, es a lo que se aspira en la primera juventud; “creerse alguien”, se dice del que se tiene por una persona importante.
Los nadies no escriben la historia, ni salen en los libros de historia. Pero sin ellos no se habrían escrito esos libros de historia. Porque en las grandes batallas de todos los tiempos, tanto entre los vencedores como entre los vencidos, hubo miles, millones de nadies que expusieron su vida, o la dieron, o la perdieron, según como se mire, por su patria. Y muchas veces, esos nadies luchaban sin saber por qué lo hacían, porque la causa que invocaban los gobernantes ellos no la entendían, o les era indiferente, o la desconocían. Iban a las guerras obligados (“carne de cañón para las locuras del mundo, para las ambiciones ajenas”, como escribió Clarín en su célebre relato “¡Adiós, Cordera!”), y lo mismo ha pasado en todas las grandes empresas que se han acometido en el transcurso de los siglos: la gloria se la han llevado solo unos pocos, los que mandaban o proyectaban o sufragaban esas empresas, en las que ellos muchas veces no participaban personalmente, y los nadies, en cambio, que las hacían realidad con su esfuerzo y su abnegación y sufrimiento, permanecían y han permanecido en el más absoluto anonimato.
Y hoy y siempre, si un proyecto o un país se sostiene y desarrolla y sale adelante es gracias a esos millones de nadies que lo ejecutan y mantienen; los nadies y las nadies que, en la sombra y sin llamar la atención, hacen bien su trabajo y cumplen honradamente con sus obligaciones; los nadies y las nadies cuya vida bien merecía ser contada pero que pasan a la otra sin dejar en esta más que un surco de nieve sembrado de silencio.
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