Opinión

La IA y la fragilidad de lo humano

Esta es la dinámica en que nos sitúa nuestra adolescencia cultural: una perpetua e imposible escapatoria de nuestra propia fragilidad

Robots de IX TECHNOLOGIES
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L’arte di essere fragili, el título de la obra de Alessandro D’Avenia traducida al castellano por la Esfera de los libros en 2017 (tiempos pre-pandémicos, lo digo ya por evitar cualquier consideración oportunista), así como la emblemática obra de J.D Salinger The Catcher in the Rye (1951) tratan ambas de la esencial fragilidad del ser humano. El título de Salinger aparece ligado, desgraciadamente, y a mi entender sin demasiado fundamento, a los asesinatos de John Lennon (1980) y de la actriz Rebecca Schaeffer (1989), así como al intento de magnicidio de Ronald Regan (1981). La obra de D’Avenia, por el contrario, ha rescatado a muchos adolescentes del suicidio y les ha dado pistas para aceptar la propia fragilidad como el más preciado tesoro que poseen los seres humanos.

Ante tanta apología del triunfo y del éxito personal, pero también como antídoto de ese “venirse arriba” de las generaciones que asistimos a las esperanzas que se nos abren con la era de la Inteligencia Artificial (IA), conviene recordar la esencial fragilidad humana. Nicholas Carr, hace unos años nos advertía de una evidente realidad: todos los inventos humanos, el mismo día de su descubrimiento y de su instalación, trajeron consigo también la posibilidad de su accidente. Por decirlo rápidamente: el mismo día en que, por ejemplo, se inventó el ferrocarril, se puso en marcha, segura e ineludible, la posibilidad del accidente de ferrocarril. Todo invento humano está traspasado por este “mal hado” inevitable. Consideración esta a la que se debe añadir otra no menos inquietante: con cada nueva tecnología el accidente tiene dimensiones mucho más grandes y catastróficas. Si antes en el accidente de un coche tirado por caballos podían morir los seis ocupantes del carruaje, en el accidente de ferrocarril se contabilizan por decenas las personas que pueden ser afectadas. El caso es que Internet es un invento humano, y que su influencia es global. No parece que Internet se vaya a librar del accidente, y desde luego, su afectación, sin duda, es universal. Baste con considerar el apagón que sufrió España y Portugal recientemente para advertir que no nos iría mal un poco de humildad para saber que somos frágiles y que todos nuestros productos están transidos de nuestra propia fragilidad.

Lo paradójico es que la IA se proponga como remedio a nuestra fragilidad. El humano, pobrecito, no puede competir con la IA. Ella es hija de nuestra imperfección, pero se hará perfecta. Ella nace como remedio a problemas cuantificables, cuando nuestros verdaderos problemas tienen más bien la forma de lo inobjetivable. Me recuerda a aquel relato que Rudolf Erich Raspe (1785) contaba humorísticamente de aquel Barón de Münchhausen, personaje real, Karl Hieronymus, un poco dado a la exageración en el relato de sus anécdotas. Cuenta Raspe que un día el barón quedó atrapado en un pantano con su caballo y que, sorprendentemente, logró salir del atolladero tirando de su propia trenza con una mano, mientras sostenía el caballo con la otra. ¡Bendita paradoja física y lógica! Raspe hace del episodio pura chanza, sin embargo, parece que nuestra generación vive presa del relato del barón de Münchhausen con toda la seriedad de Silicon Valley y el MIT.

Mundo con “zancos” para superar nuestra fragilidad… Un mundo que escapa a toda medida humana; y cuyos problemas aumentados, escaparán a toda solución humana. Un lugar que concebirá como inválidos los hijos de la Naturaleza ante un mundo cuya navegabilidad requerirá de tantas “prótesis” que lo propiamente humano será obligación ocultarlo, esconderlo a las compañías de seguro y a sus protocolos de actuación.

Esta es la dinámica en que nos sitúa nuestra adolescencia cultural: una perpetua e imposible escapatoria de nuestra propia fragilidad. Lo peor es que esta no aceptación de nuestra fragilidad nos oculta lo bello, lo auténtico y singular que se oculta en ella.