Entrevista
Xavier Pla: «Hay un exceso de victimización en la literatura»
El autor, mientras ultima su biografía sobre Josep Pla, publica el conjunto de ensayos sobre la autoficción «El soldat de Baltimore»
Xavier Pla es uno de esos grandes sabios que tenemos en Cataluña, algo que ha demostrado en sus estudios y/o ediciones de Josep Pla, Eugeni d’Ors, Eugeni Xammar o Georges Simenon. Mientras ultima una esperada biografía de Josep Pla, sigue dirigiendo la cátedra que lleva el nombre del autor de «El quadern gris», además de presentar su último libro, «El soldat de Baltimore», publicado por Lleonard Muntaner Editor. Se trata de un conjunto de ensayos donde encontramos a Proust, Cartarescu o Carrère, todo ello con la autoficción, ese género que tanto pervive en nuestras librerías, como telón de fondo.
Me gustaría empezar preguntándole qué es el egotismo.
Un escritor egotista es el que debe luchar contra su yo, que debe conjurar su yo. Solamente luchando contra su yo tóxico puede luchar de una manera sincera. Stendhal, Baroja y Pla serían ejemplos de escritores que deben buscar maneras de hablar sobre ellos mismos. En Francia se conoce la oposición entre Stendhal y Chateaubriand. Los dos escriben en primera persona. Mientras Chateaubriand es un narcisista, Stendhal lucha contra el narcisismo y el exhibicionismo del yo, lo que hace que su obra sea una búsqueda sobre su identidad. Desde este punto de vista, Stendhal es más moderno que Chateaubriand.
¿Se está publicando autoficción por encima de nuestras posibilidades?
La autoficción es un síntoma de nuestro tiempo. Es interesante reflexionar por qué es una moda en la época de los «selfies» y las redes sociales. Lo digo con todo el respeto de que todo el mundo tiene derecho escribir sobre lo que quiera, pero creo que hay un exceso de victimización en la literatura. Todo el que se siente víctima de algo, escribe y eso es algo que tiene su parte positiva: antes el duelo se convertía en silencio y ahora el duelo se convierte en palabra. Es un hecho saludable. Sin embargo, en su origen, la autoficción no era eso. En su origen tiene un componente lúdico, de jugar con la literatura del yo. En este sentido, para mí el caso más importante es el de Vila-Matas, con ese uso de la autoficción para hacer que el lector esté en alerta. Tiene muchas variantes, muchas formas y puede ir desde el periodismo y reportaje de Svetlana Aleksiévich hasta tener una rama como Annie Ernaux, donde la materia es autobiográfica, pero con un elemento de ficción. En «El acontecimiento», Ernaux habla del aborto, pero también sobre cómo dar forma desde la narrativa literaria a ese hecho.
Asegura que la autoficción es una lucha contra la vanidad.
Sí. Por eso me gusta mucho ese escritor rumano tan bueno que es Mircea Cartarescu, con esa escena en su novela «Solenoide». Me refiero a ese momento en el que el protagonista, al final del día, llena la bañera con agua caliente, se mete en ella y empieza a enjabonarse. Es en ese momento en el que empieza a reflexionar sobre su ombligo. Se pregunta qué es, si es un agujero, una protuberancia o una verruga. Claro, el ombligo es el origen de la vida, pero él empieza a dar vueltas y a preguntarse qué es, ya hablando de un ombligo simbólico, de la lucha contra la vanidad. Creo que Catarescu, como también Vila-Matas o Ernaux, tienen ese riesgo, ese vértigo y van más allá. La autoficción es ir más allá e introducir el vértigo y la sospecha. Evidentemente todo esto es discutible.
En uno de los textos de su libro habla de las zonas de sombra de la literatura catalana, especialmente el caso de Armand Obiols. ¿Qué es lo que no sabemos de ese exilio catalán?
Mi reflexión sería que lógicamente durante años la reivindicación del exilio ha comportado idealización del exiliado porque son, lógicamente, las víctimas de la historia. Pasada esta primera etapa, necesitamos reflexionar quiénes fueron y en qué circunstancias se encontraron. No debemos idealizar a los escritores del exilio o no aplicar criterios puristas. Las memorias de Carles Fontserè son, para mí, de una valentía envidiable. Me gustarían que fueran imitadas porque allí si encontramos a alguien que explica toda su peripecia en el exilio con sus luces y sus sombras. Debemos ser suficientemente maduros y objetivos para abordar qué hizo Armand Obiols en Burdeos en 1943. Tenemos derecho a saberlo, como tenemos la obligación de saber las cosas que hicieron Estelrich y Pla o las que hizo Puig i Ferrater en nombre de la Generalitat en París en 1938. Una sociedad madura debe aceptar una visión sin idealizar estas figuras. Mercè Rodoreda, en una carta a Anna Murià, dice que todo el exilio catalán sabe que Obiols ha hecho cosas feas por Francia. Tenemos derecho a saber cuáles son estas «cosas feas».
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