Salud
Diario de una cuarentena con niños: Día 35
Día XXXV: ¿A dónde van los calcetines que están desapareciendo de nuestras casas?
Además de jabalíes, pavos reales y ruiseñores, en las calles de pueblos y ciudades tienen que estar paseando también cientos de calcetines desparejados. Sólo así se explica dónde están los calcetines que han desaparecido de casa. He metido la cabeza en la lavadora con una linterna, pero no he visto ninguno. Tampoco en el patio trasero, donde colgamos la ropa. En un mes, han desaparecido una docena. ¿Habrán salido por la puerta, aprovechando la fiesta que se organiza en el recibidor cuando llega un paquete de Amazon? Me he fijado que los calcetines nunca escapan con su pareja. ¿Se habrán cansado del matrimonio en estos treinta y cinco días de confinamiento? ¡Habérmelo dicho, nos poníamos calcetines dispares y listos, pareja nueva cada día!
Porque entre los que han huido y los que han agujereado los dedos gordos de nuestros pies, ahora pasamos frío y en el mundo “on line” tardan una semana en llegar calcetines nuevos. El coronavirus nos está dando una lección de paciencia. Nos habíamos acostumbrado al lo quiero, lo tengo. Pero el lunes de Pascua no se hicieron todos los bizcochos y “monas” deseados, porque en el supermercado se acabó la harina y la vainilla. También el bicarbonato, que se utiliza en algunas recetas como sustituto de la levadura. No pasa nada, porque además de paciencia, estamos ganando ingenio. Ya lo dice el refranero, a falta de bizcocho, buenos son los pasteles de queso.
Tarta de queso de La Viña.
Ingredientes
- 570 gramos de queso crema
- 4 huevos
- 230 gramos de azúcar
- 280 ml de nata líquida (mínimo 35% de grasa)
- 1 cucharada de harina de trigo
Instrucciones
Pesamos y juntamos todos los ingredientes en un recipiente hondo y amplio. Batimos hasta homogeneizar. Forramos un molde de 18 cm y paredes altas con papel sulfurizado humedecido y arrugado (para que sea más maleable). Dejamos que sobresalga el sobrante. Vertemos la mezcla en el molde y cocemos en la parte baja del horno, precalentado a 200ºC, durante 40 minutos. Cuando esté cuajada la tarta apagamos el horno y dejamos enfriar en su interior. Guardamos en la nevera hasta el momento de consumir, cuando demoldamos y porcionamos.
“La vuelta al cole”
El papel de WC, los primeros días, la cerveza, los tintes para el pelo y la harina, ahora, no son los únicos objetos de deseo de los confinados. Si quieres una impresora para los deberes del colegio, olvídate, los niños regresarán antes a clase de que vuelva a haber un modelo asequible en las tiendas on line.
Esta semana, que hemos “vuelto al cole”, si es que alguna vez “volvimos” después de aquel viernes 13 en que nuestras vidas habituales cambiaron para siempre, se han abierto debates en los grupos de whatsapp de padres. Hay familias que piden más deberes, más matemáticas, más actividades y más videoconferencias con la profesora. Es bastante gracioso observar que hay padres del colegio A, que envían ejemplos de lo bien que lo hacen en el colegio B. Y en el colegio B, hay padres que envían ejemplos de lo bien que lo hacen en el colegio A. Yo prefiero no decir nada. Cuando nadie te pide opinión, es mejor callar y escuchar, que siempre se aprende, a no ser que se haya de alzar la voz contra una injusticia, que no es el caso.
Hay niños de la clase de Marc que a las 9.00 ya tienen todos los deberes hechos. Los míos a esa hora no han salido de la cama. Una de nuestras tácticas para poder conciliar esto del teletrabajo (la modalidad de esclavismo del siglo XXI), es dejarlos dormir por la mañana. Al fin y al cabo, tienen tres y cinco años, y la escolarización no es obligatoria hasta los seis. Lo que más me preocupa es acabar estos días con una buena salud mental.
Plutón es un planeta porque así lo aprendimos en el colegio
Después de tres semanas haciendo malabares, he cogido unos días de vacaciones para poner orden. Porque en sólo un mes, hemos perdido cinco años de educación con pantallas más o menos limitadas. Parece ser que Marc se ha hecho amo y señor del mando a distancia. Una noche, después de cenar, nos dijo: “¿Os dejo ver la tele un rato, qué queréis que os ponga?”. Para destronar al pequeño tirano, he necesitado las dosis de paciencia e ingenio me está enseñando el confinamiento. Hemos hecho aviones con cajas de cartón, hemos volado a París, la ciudad que hay al lado de Eurodisney, y al Polo Norte, donde vive Papá Noël. Hemos saltado de Mercurio a Plutón y así se han aprendido, sin saberlo, el nombre de los nueve planetas del sistema solar.
Durante trece años, Plutón dejó de ser planeta. He tenido la suerte de que este tiempo ha transcurrido entre que dejé la escuela y ahora que he vuelto como madre. Resulta que allá por 2006, unos astrónomos descubrieron Erin, un cuerpo celeste de las mismas dimensiones que Plutón. La Unión Astronómica Internacional, que dice que un planeta es “un cuerpo redondo que orbita alrededor del sol, con atmósfera y que despeja el entorno cercano a su órbita”, en vez de incluir a Erin en la lista de planetas, votó que Plutón dejaba de ser planeta. La decisión causó estupor a ex escolares de todo el mundo que durante 75 años habían estudiado que el Sistema Solar tenía nueve planetas y fantaseaban con que en Plutón, el más lejano del sol, estaba habitado por muñecos de nieve. Como en todas partes cuecen habas, hasta se creó el Día de la Depresión de Plutón. Pero el actual director de la NASA, Jim Bridestine, que por primera vez no es un científico, sino un político amigo de Donald Trump, decidió que Plutón tenía que volver a ser plantea porque “así lo aprendimos en el colegio”. Así que desde el año pasado, el Sistema Solar tiene otra vez nueve planetas y el más pequeño es Plutón. Aunque no suene políticamente correcto, estoy con Bridestine.
Ya lo dicen, es más fácil aprender que desaprender.
Objetivo, ser felices
A las ocho, Bruna me pega un grito, “hay que ir a aplaudir, mamá, porque si no aplaudes, las enfermeras no te curarán del coronavirus y morirás”. ¡Menudo cacao mental! Hay que aprovechar estas vacaciones para ver juntos “El cuerpo humano”, los mejores dibujos animados para entender qué es un virus, también para hacer cálculo y leer, pero sobre todo, para recuperar un poco de orden y pasar más tiempo juntos. Enseñarles a identificar sus miedos, alegrías, angustias y frustraciones, para que de mayores sepan gestionar estas emociones mejor que yo. Así tendrán más herramientas para ser felices. Al fin y al cabo, esto es lo que queremos todos los padres, no queremos astronautas o médicos, queremos, más que nada, que nuestros hijos de mayores sean felices.
«Cuando educamos a los niños, esperamos convertirlos en seres buenos, personas que sean felices y no se depriman, pero para ello, no basta con llenarles la cabeza de información sin desarrollar ninguna cualidad humana. Queremos personas buenas y equilibradas, pero la educación aún parece estar centrada en otra cosa». La cita es de una entrevista que he recuperado de Mattieu Richard, un monje budista biólogo que reivindica la meditación en las escuelas como herramienta para gestionar las emociones en un mundo cada vez más disperso. La reflexión es muuuy buena, ¿verdad? Pero conseguir que dos niños de tres y cinco años confinados hagan meditación, por ahora, se me antoja como una entelequia. Seguiremos intentándolo.
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