1980: el año que ETA segó 93 vidas
Parece el título de un disco retro, pero la historia que cuenta está lejos de ser glamurosa ni de haber terminado, por más que haga cuatro años desde que la banda terrorista no mata. Iñaki Arteta, cineasta bilbaíno comprometido con las víctimas de ETA –ha estrenado antes otros siete largometrajes sobre el tema– presenta esta semana en la Seminci «1980», un viaje al auténtico año de plomo de los «años de plomo». En este conmovedor, documentado y contundente documental hay voz para ex terroristas convencidos de su error como Teo Uriarte, para periodistas como Florencio Domínguez, Isabel Durán y Cayetano González, para catedráticos que vieron la verdadera cara de las ideas que apoyaban, como Aurelio Arteta, para políticos como Marcelino Oreja, que fue aquel año ministro de Interior, o Antonio Merino, que lideraba AP en el País Vasco. Y por supuesto, para hijos, nietos, esposas y amigos de víctimas, al menos una veintena, que cuentan cómo abatieron a su marido, cómo se llevaron a su padre de casa ante sus ojos, cómo algún paisano en mitad de una plaza gritó «¡éste esta vivo!» para que lo remataran, cómo la muerte irrumpía en un restaurante o en un bar cualquier momento de un año que salió a un muerto cada cuatro días, y en que hubo en total 200 atentados y 93 víctimas mortales. También hay voz para testimonios como el del entonces consejero de Cultura del Gobierno Vasco, Ramón Labayen. Su forma de argumentar es en parte la de esa sociedad que callaba y miraba a otro lado.
El nacionalismo, en la esencia
Ésa es una de las ideas de fondo del filme de Arteta, quien atendió a LA RAZÓN: «Hay un clima, y más entonces. Una sociedad como la vasca, que está perpleja ante lo que está ocurriendo, o cómplice, incluso con los propios asesinos, y otra sociedad, la española, preocupada por la tensión de aquellos años, y también muy alejada de las víctimas. Una parte era comprensiva con el sustrato ideológico de ETA, que venía del franquismo. Esa actitud ha llegado hasta nuestros días», explica el director. «No se ha hecho aún un acto de contricción. Aquello no lo hicimos bien».
Después de tantos documentales, cuenta Arteta, «poco me puede sorprender. He entrevistado a cientos de víctimas en estos años. Sólo para las películas, más de 200. Lo que me llama la atención es la manera de matar que tenía ETA entonces: entraban a un bar, sin más, y abrían fuego». Tenían una red social de apoyos, de colaboradores, y recibían chivatazos sobre dónde cenarían los «txakurra» («perro», o sea, los guardias civiles y policías). Militares y políticos de centro-derecha fueron objetivos prioritarios no sólo aquel 1980, sino incluso durante los años posteriores: «Guardia Civil, militante del PP... Era lo mismo: ha habido gente a la que tenía cierta lógica que se matara. Esta fisura moral que se ha practicado durante tanto tiempo deja huella: la excesiva protección del derecho de los presos frente al olvido a que se ha sometido a las víctimas». Entonces, prosigue, «había una cultura cargada, más que de odio, de crueldad hacia la Policía y todo lo que viniera de lo español. Estaba en el ambiente». No había «asesinatos», había «atentados». En las esquelas de la prensa local se leía «fallecido» en vez de «asesinado». En los funerales, cuentan en el filme familiares de víctimas, los conocidos no se acercaban a darles el pésame. A los muertos se los enterraba rápido. «Las víctimas se encontraban que estaban en el lado de los enemigos, donde no tenían que estar». Se llegaba a asumir, como una verdad, la sensación de culpa. «Algo habrá hecho».
Lejos de hablar sólo –que no sería poco– de las víctimas, «1980» ofrece lecturas histórico-sociales interesantes. Como el papel de Francia en aquellos años –«tenían su santuario nada más cruzar la frontera. Si hubiesen acabado con eso mucho antes, las cosas habrían sido muy diferentes», recuerda Arteta– o el papelón de la Iglesia vasca: «Lamentablemente, y más para los creyentes, no ha tenido un comportamiento digno ni cristiano con las víctimas. La mayoría se ha situado con el terrorismo. Lo que ocurría era ‘‘por una buena causa’’. Creo que todavía, aunque la gente hable menos de esto, hay personas que siguen pensando lo mismo». El testimonio en el filme del ex obispo de San Sebastián, José María Setién, es en este sentido clarificador.
En el filme surgen también reflexiones acerca de la esencia misma del nacionalismo. Arteta habla claro: «Allá cada uno con su conciencia. El nacionalismo ha sido algo necesario para la violencia terrorista. Si no hubiera habido ese sustrato de independentismo, de generar mensajes de opresión, la violencia no hubiera aparecido en nuestro país. Como todo lo que tiene que ver con nacionalistas, se reduce a tres premisas y además son falsas. Es una cuestión de conciencia. O crees o no crees».
Un relato peligroso
Se han estrenado, desde la Transición, medio centenar de películas sobre ETA. Para Arteta resulta curioso que «el compendio de lo que se ha hecho en torno a este tema, hasta ayer mismo, hasta mañana, porque hay otras en camino, da una medida de lo que importa a los autores. Realmente, las víctimas han interesado muy poco». A él, en cambio, siempre le han preocupado: «Son un caudal de historias y la parte más sensible, la que más ha sufrido todo esto. Cada historia de una víctima es una película en sí misma». Sin embargo, lo normal en el cine español no ha sido acercarse a estos dramas. Y esboza una advertencia: «Todo eso forma parte de un relato que se va construyendo. El cine es una parte de eso. Pasa el tiempo y sólo se elaboran narraciones que tienen que ver con la acción terrorista... Lo que se está construyendo es un relato un poco peligroso. Si en algún momento estamos en una lucha cultural contra el terrorismo es ahora, porque los que la han ejercido están en las televisiones, en las tertulias, en la política... Querían tener el poder para cambiar la historia». Hacer un filme como «1980», cree, tiene un «sentido historico y de contrapeso frente a todo lo que pueda defender o dejar en una posición ambigua frente a los que han hecho tanto daño». Y llama a no olvidar: «España es lo que es ahora por todo lo que ha sufrido por el terrorismo». Porque, pese a la tregua, otras cosas no han cambiado: «Los pueblos en que hemos rodado están llenos de pancartas: en Oñate, en Mondragón... La exhibición proetarra sigue». Y recuerda: «El objetivo para ellos es el mismo: ganar».