Beethoven, estrella pop
Se ha convertido en un icono inmortalizado hasta por Andy Warhol. El mundo del marketing no ha sido tampoco ajeno al genio de la música
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Tiene Beethoven esa rara virtud de identificar un determinado –y elevado– estatus cultural, y, al mismo tiempo, formar parte del Olimpo de la cultura popular, ese puñado de nombres que cualquiera reconoce y retiene en su mente, con independencia de su mayor o menor formación. El impacto que Beethoven ha ejercido en la cultura del último siglo trasciende sobradamente el ámbito musical, e impregna otros territorios menos naturales como el de las artes visuales o la política. No hay que olvidar que, cuando John Cage emprendió su guerra abierta contra la melodía europea, eligió a Beethoven como blanco de sus principales críticas, precipitando así la conformación de un paradigma musical basado en la duración que daría lugar al nacimiento de géneros como el de la performance. Probablemente, ninguna obra ha sido tan politizada como la de Beethoven. Su «Novena Sinfonía» constituye una de las composiciones musicales más exitosas de la historia, tanto que, en cualquier punto del planeta, con independencia de contextos sociales y culturales, no faltará quien pueda tararear sus notas más emblemáticas. Ahora bien, esta popularidad tan desmedida ha conllevado que regímenes políticos antagónicos y, en ocasiones, muy alejados del espíritu de la composición, se hayan apropiado de la emotiva «Oda a la alegría». Durante la Primera Guerra Mundial, los franceses la eligieron como representativa de los valores de la Revolución, mientras que el bando alemán vio en ella la expresión de la superioridad de la raza aria. Los norteamericanos descubrieron en ella la esencia de la democracia, y, al otro lado del Telón de Acero, los soviéticos la interpretaban como equivalente de los ideales comunistas. La dictadura racista de Rodhesia la adoptó incluso como himno en una de las apropiaciones más demenciales y perversas que se recuerdan de un producto cultural. Numerosos cineastas –Godard y Kubrick, por citar dos conspicuos ejemplos– la insertaron como parte de la banda sonora de algunos de sus títulos. Y, en clave autóctona, Miguel Ríos la transformó en un icono rock de finales de los sesenta. ¿Quién da más? La «Novena Sinfonía» ha hecho de Beethoven una estrella «pop», un elemento imprescindible del mobiliario cultural básico de cualquier ciudadano. Vaciada en la mayoría de los casos de su significado original, se ha transformado en una suerte de palimpsesto en el que se puede escribir los relatos más insospechados. No hay composición musical más icónica, más incrustada en la lógica de lo doméstico. Beethoven se ha banalizado hasta la náusea. De ahí su éxito incomparable.