Sección patrocinada por sección patrocinada
Lola Herrera, en un momento de "Cinco horas con Mario", pieza con la que vuelve a girar tras el parón de la pandemia

Lola Herrera: “Estoy muy enfadada con los que no guardan las normas, son idiotas”

Vuelve a convertirse en la Carmen Sotillo de “Cinco horas con Mario”, de Delibes, por enésima vez. Ya son más de 40 años de velatorio y regañina al muerto

Lo que iban a ser solo “Cinco horas con Mario” ha terminado siendo “Media vida con Mario”. Lola Herrera empezó a velar al difunto en 1979 y, más de cuarenta años después, continúa en la piel de Carmen Sotillo –Menchu para los amigos–. Por entonces, España ni siquiera estaba en la UE y la Constitución era una recién nacida. Dentro de la euforia del progreso, las pandemias tan solo se concebían en el pasado o en la ciencia ficción, pero jamás se pensaron como una posibilidad remota. Así lo cuenta una actriz que nació un año antes de la Guerra Civil y que reconoce que a su generación le “ha tocado todo. No nos ha faltado de nada, pero esto nunca pude imaginarlo”. Lo que también, asegura, no hubiera pensado allá por el siglo pasado es que en el 2021 volvería a pisar las tablas con la obra de Miguel Delibes (en el Teatro Bellas Artes desde el martes). “Suena tremendo”. Pero las circunstancias, como dice, así lo han querido y Herrera no se resiste. “Yo soy muy obediente”, ríe, “y, ahora en pandemia, más todavía”.

–Pero no siempre ha sido tan obediente.

–No, según para qué cosas. En general lo he sido para las cosas normales, por el bien de todos, de uno mismo... Pero me he rebelado otras muchas veces. Lo que sucede es que hoy por hoy soy de riesgo total, así que hay que aceptar lo que viene y de la mejor manera para que te hagan la menor mella posible.

–¿A sus 85 años, ya ha mirado el calendario de la vacunación?

–No tengo ni idea de cómo se hace. Espero que me avisen a través de la Seguridad Social. Mira que escucho las noticias, pero esto se me escapa. Es verdad que cada vez estoy más mareada de tanta información porque son demasiadas explicaciones y variaciones dentro de lo que se va sabiendo. Llega un momento en el que desconectas. Estaré pasadas las residencias y los sanitarios, para que nos cuiden, por supuesto.

–No es reacia ni negacionista, ¿no?

–No. Simplemente estoy expectante, pero creo que hay que ponerse la vacuna. Lo he hecho desde pequeña y hemos terminado con el sarampión, el tifus... Todos los años me vacuno de la gripe, que muta cada temporada, y se va solucionando sobre la marcha. Además, no he tenido nunca ninguna reacción. Así que vamos a ver cómo es esta vacuna, que está por ver. Ya nos dirán las estadísticas, que ahora se hacen estadísticas para todo. Es una saturación. Pero, vamos, no soy negacionista. Vivo en este mundo y hay una evidencia de que hay que hacerlo.

–Otra evidencia que hemos visto en estos tiempos es el abandono de los mayores, algo en lo que usted ha insistido en los últimos años.

–Está mal visto ser mayor. Antes, y en otras culturas, era un grado llegar a viejo para enseñar lo que habías aprendido por el camino. Aunque también es verdad que hay viejos tontos, claro. Pero lo que es cierto es que ahora todo el mundo tiene que ser joven y hay una reacción inconsciente de menospreciar de alguna manera a la gente mayor. Como que no te toca estar en la sociedad porque ya eres mayor.

–¿Lo ha sentido de cerca?

–Cuando llegas a esta edad se palpa muy bien. Yo no soy especialmente susceptible, pero es evidente. Me dolió mucho cuando me enteré de que los hospitales de la Comunidad de Madrid no aceptaban a la gente de las residencias. Se han muerto solos con la angustia de este bicho, que, por lo visto, al final hay que padecer muchísimo. Una sociedad que excluye a sus mayores es una sociedad indigna. No sé cómo se pude ser tan idiota de pensar que no se va a llegar a mayor. No llegarás si te mueres antes, pero si no, vas a llegar. Si la aspiración es vivir, todos, o la inmensa mayoría, lo hacemos.

–¿Cuándo comenzó a sentir ese rechazo?

–En los últimos diez años. En la cercanía ya notas que te cuidan demasiado.

–¿Con compasión?

–No, no, no, pero tienen miedo a todo: a que te tropieces, a que no te subas a una escalera, a que no comas esto por si te sienta mal... En la cercanía notas una cosa muy distinta a la de la sociedad, aunque te sientas estupendamente bien. Los años dependen de cómo los tengas. Aun notando el paso del tiempo, hay años saludables. No para quedarte sentada en una silla. Yo me siento normal. Mi cabeza va a una velocidad a la que no va el cuerpo. No conozco otros países, pero en España noto que hay una especie de dejadez.

–¿Y, en casa, cómo fueron estas fiestas pasadas?

–Tranquila, con mis hijos. Con la familia solo hemos hablado por teléfono, ni videoconferencia ni nada.

–Era un buen año para recuperar los “christmas”.

–(Risas) En su tiempo hacía montañas de sobres, direcciones, los escribía a mano... Tenía su aquel. Fue un tiempo bonito, luego ya era un coñazo porque iba creciendo la afición y no tenía un sitio en el que poner todos.

–¿Qué le pide al 2021?

–Que nos devuelva algo. Sabiendo que a los que se ha llevado ya no los vamos a recuperar, pediría la gira, por ejemplo. Sería un síntoma de normalidad.

–Y con el patio repleto...

–Va a ser difícil, pero, por lo menos, pedirlo. Desde que en marzo terminé en Zamora ya no me pude mover más.

–Ha tenido la suerte de actuar siempre ante salas llenas, ¿cómo es hacerlo ahora ante esos patios medio vacíos, con las mascarillas...?

–Es raro. Las caras no las ves, sí esos carteles en los que pone que no se pueden ocupar los asientos. Y ya, cuando estás a punto de empezar, oyes que no hay que quitarse la mascarilla, que no se levanten más que para algo imprescindible... Ahí te entra una cosa extraña. Pero el público reacciona muy bien. Hay una inmensa mayoría de gente que es sensata y razonable, que tiene instinto de conservación por ellos y por todos. Luego está una minoría que escacharra lo que hacen los demás. Estoy muy enfadada con la gente que no guarda las normas. Me parece que son idiotas.

–Por decirlo suave...

–Sí, porque es grave la cosa. No lo puedo entender. Supongo que tendrán padres, madres, abuelos...

–O ellos mismos, que aquí no se salva nadie.

–Los jóvenes piensan que son inmortales... hasta que les engancha el bicho. Pero evidentemente están menos desgastados. Estoy hasta el gorro de que nos enseñen a los primeros ancianos vacunados... Después de todos los que no han recibido en los hospitales. Creo que se está poniendo el foco ahí para compensar todo lo que no ha habido antes.

–¿Cree que hay remordimientos?

–Pues sí, y si no, una reflexión sobre la situación y una mejoría.

–A todo esto, la excusa de la entrevista es una obra con la que solo lleva cuarenta años...

–Suena tremendo. Es un caso muy especial que el mismo equipo (actriz, empresario, director...) lo haya hecho a lo largo de tanto tiempo. No me imaginé jamás que podía estar ahora haciendo “Cinco horas con Mario”, pero han sido circunstancias no buscadas: 50 aniversario de la novela, el parón por la pandemia... Y ahí estoy liada. Y con otros dos textos esperando para rematar todos los compromisos de este.

–¿Por qué no se queda vieja esta función?

–Es un clásico contemporáneo, un texto maravilloso. Vienen tres generaciones a verla. El enganche es que descubren a Miguel Delibes.

–¿Usted también sigue descubriéndolo?

–Siempre hay algo que me ha sorprendido y me siento tonta por no haber visto antes cosas que estaban ahí. Como en los buenos textos, aquí se puede seguir ahondando.

–¿También tiene una lectura en tiempos de Covid?

–No, es más sobre la historia que se está contando.

–¿Lo que no se dice?

–Eso es. Mi trabajo consiste en decir bien lo que ha escrito Miguel Delibes y trabajar detrás de Carmen.

–¿Hubiera ido Menchu al 8M?

–Mucho tenía que correr mentalmente para haber ido a esa manifestación. Cuando se quedó viuda no había una perspectiva estupenda para las mujeres. Estábamos en camino de que hubiera explosiones y que consiguiéramos muchas cosas.

–Fuera del escenario no hubieran hecho muchas migas, ¿no?

–No, pero ahí arriba me inspira una gran ternura y compasión. El único que la podía haber aportado algo para abrir su mente era Mario y no lo hizo. Se entretuvo en hacer otras cosas para el resto de la gente. Ayudó a muchos, pero no a su mujer. Le dio pereza y la dejó como estaba, no fue generoso.

–Mario estará bien embalsamado, porque si no, después de tanto tiempo, ya olerá...

–Ya está en los huesos. No hay problema.

–¿Y es positiva con el futuro del teatro?

–Irá volviendo. De cosas peores hemos salido. El teatro ha sobrevivido a todo, aunque estamos bastante abandonados, es como si no existiéramos.

  • En el Teatro Bellas Artes, Madrid, del 12 de enero al 7 de marzo (17 y 23 euros).

UNA SOCIEDAD ENFERMA Y SIN FUNDAMENTO

Escribe Miguel Delibes que “los principios son sagrados” y a Lola Herrera le duele en el alma que eso ya no sea así: “Brillan por su ausencia. Una de las enfermedades de la sociedad es no tener un fundamento para la vida. En eso va el respeto al otro, todo lo que es la convivencia. Han ido desapareciendo. La queja es que hemos ido simplificando todo para entregarnos de lleno a la sociedad de consumo a los aparatos de la tecnología, al quiero y no puedo”. Precisamente ante la tecnología se rebelaba la actriz poco antes del parón pandémico. Dijo “basta” y detuvo la función ante un móvil que no paraba de sonar: “Es una falta de respeto”, zanja.