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Una guitarra en la noche

El guitarrista Pablo Sáinz-Villegas durante una actuación en el Festival de Granada
MIGUEL ÁNGEL MOLINAEFE
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Homenaje a Andrés Segovia. Obras de Granados, Rodrigo, Tárrega y Albéniz. Guitarrista: Pablo Sainz-Villegas. Patio de los Arrayanes, Granada, 5-VII-2021.
El riojano Pablo Sainz-Villegas, que en unos pocos años se ha elevado a la cima de la especialidad, ha protagonizado en su presentación en el Festival un emotivo concierto recordatorio de la presencia en lo que se considera la primera convocatoria oficial de la muestra, en junio de 1952, de Andrés Segovia. Para ello ha construido un programa constituido por obras, en algún caso originales para piano, que eran del gusto de su ilustre antecesor y que venían agrupadas en cuatro bloques, uno para cada compositor.
La manera de Sainz-Villegas destaca en primer lugar por una contagiosa cordialidad y una desbordante fantasía, lo que abre la puerta de una gran libertad en la acentuación, en la medición del tempo, en la aplicación del ritmo, en el fraseo, siempre certero y con escasos deslices. Aspectos, claro es, apoyados en una técnica de primer orden y en la elección, cuando es necesario, de arreglos muy juiciosos. Ningún problema en la aplicación de las más variadas técnicas de su instrumento; que ha sonado espléndidamente favorecido por una ligera amplificación, muy adecuada en este bello escenario al aire libre de la Alhambra. Entramos enseguida en su órbita, algo no siempre frecuente para el que firma en un recital guitarrístico.
Empezamos con dos obras de Granados, «Danza española nº 5», «Andaluza», y «Danza española nº 10», «Melancólica», ambas del op. 37. En aquella se acentuó especialmente el bajo del acompañamiento, con sonidos incluso voluntariamente algo ásperos, sin perder de vista las dulzuras que emanan de las notas. Atención a la modulación que anticipa el cierre y fantasía para que cada repetición tuviera su personalidad. Leve balanceo reforzando un cierto aire de habanera en la segunda. Seguimos con la delicada «Invocación y Danza» de Rodrigo, donde los espíritus del jondo y la danza más sutil afloran en un discurso que evoca la atmósfera de «El amor brujo» de Falla.
Los pasajes más ágiles fueron delineados con especial concentración. Enseguida cuatro partituras de Tárrega, «Capricho árabe», con sus cromatismos y giros modales, «Preludio Una lágrima», en memoria de la hija muerta, con sus alternancias mayor-menor, «Adelita», tan chopiniana, y la celebérrima «Recuerdos de la Alhambra», donde hizo auténticos encajes de bolillos. Para terminar, tres páginas de Albéniz. En «Torre Bermeja», de «Doce piezas características op. 92», Sainz-Villegas acentuó sabiamente las leves disonancias. En la barcarola «Mallorca, op. 202», administró los silencios.
Mucha fantasía en la última exposición. Terminamos con otra de las piezas archifamosas del repertorio, «Asturias», «Leyenda» de «Suite española op. 47», en donde el artista consiguió un estupendo crecimiento, en línea progresiva, del comienzo, y que fue tocada con enormes claroscuros y exquisitos pianísimos. Ante los aplausos, el instrumentista regaló una «Fantasía» salida de su magín sobre el segundo movimiento del «Concierto de Aranjuez» de Rodrigo, de la que esperábamos más originalidad. El concierto concluyó entre vítores con la «Jota» de Tárrega, envuelta en múltiples efectos tímbricos y tocada de un contagioso vigor. Nos acordamos de Miguel Fleta. Admirables la libertad, el brío y los redobles.

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