«24 horas en la vida de una mujer»: Un musical muy literario
Stefan Zweig. Dramaturgos: Christine Khandjian y Stéphane Ly-Cuong. Director: Ignacio García. Intérpretes: Silvia Marsó, Frelipe Ansola y Víctor Massán. Teatro de La Abadía. Madrid. Hasta el 7 de enero.
Bajo la hermosa atmósfera que ha creado una vez más Juanjo Llorens con su uso de la luz, y al amparo de una oportuna escenografía de Arturo Martín Burgos que sugiere más que evidencia, y que responde muy bien y con pocos elementos
–especialmente cortinas– a la libertad que otorga la novela original para ambientar la acción, ya que las distintas localizaciones apenas son descritas en el libro, se desarrolla en La Abadía esta curiosa adaptación de «24 horas en la vida de una mujer». Al tomar como punto de partida un material tan literario y narrativo como es esta conocida obra breve de Stefan Zweig, cabría esperar que la propuesta, por más que estuviese arropada en la partitura de Sergei Dreznin, fuese esencialmente dramática y que tratase, ante todo, de poner en diálogos la turbulenta y fugaz relación entre un joven con serios problemas por su adicción al juego –interpretado correctamente por Felipe Ansola– y una mujer madura
–una Silvia Marsó a la que le viene estupendo el papel en este momento de su carrera– que, atraída por él nada más verlo (como «una llama entre las llamas» define ella su rostro al descubrirlo en el casino), se lanza a su encuentro y en su ayuda vulnerando todas las normas y convenciones que deberían rigen el comportamiento de cualquier señora de su estatus social. Sin embargo, Christine Khandjian y Stéphane Ly-Cuong han tratado de rizar el rizo y han escrito una obra eminentemente musical con el prolijo verbo de Zweig, de manera que las canciones no solo sirven para exponer el estado de ánimo de los personajes en situaciones concretas, sino también para marcar en buena medida el propio curso de la trama. Eso hace que el desarrollo de la historia quede en cierto modo supeditado a toda la armonía escénica y sensorial del espectáculo que dirige Ignacio García, y que, como contrapartida, las mencionadas canciones tengan que sacrificar su posible lirismo en aras de favorecer a su vez un discurso narrativo que permita y aclare la sucesión de los acontecimientos. Incluso un personaje con una entidad dramática a priori diferente, como es el del maestro de ceremonias, estupendamente interpretado por Víctor Massán, se ve obligado a plegarse a ese fin armónico y totalizador. La intención, desde luego, es valiente; y el resultado, por la profesionalidad con la que se ha llegado a él en todos los campos, no desmerece. Pero creo que a los amantes del género musical les va a faltar algo de chispa y a los enamorados de la literatura de Zweig, algo de su reposada poesía.
LO MEJOR
Escenas, como la de los dos amantes después de yacer, están concebidas con gran belleza
LO PEOR
La ineludible narratividad resta fuerza lírica a las canciones del montaje