A cal y canto
Lo decía el poeta Jules Supervielle: «El exceso de espacio nos asfixia mucho más que su escasez». Puede resultar paradójico pensar en ello en relación a una película como «Clash», que se desarrolla por entero en un furgón policial.
Lo decía el poeta Jules Supervielle: «El exceso de espacio nos asfixia mucho más que su escasez». Puede resultar paradójico pensar en ello en relación a una película como «Clash», que se desarrolla por entero en un furgón policial, pero todo interior implica un exterior, y es justo la inmensidad caótica de ese «afuera» lo que la convierte en tan claustrofóbica, y lo que transforma ese espacio en microcosmos representativo de la tensa situación política de un país al borde de la guerra civil. Es el conflicto entre el Dentro, siempre el mismo, y el Afuera, una protesta que se propaga como la pólvora, el que pone en movimiento al filme, que quiere retratar la convulsa sociedad egipcia en el verano de 2013, cuando la revolución popular derrota, con el apoyo de las Fuerzas Armadas del país, al candidato islamista moderado Mohamed Morsi.
En ese furgón coinciden los que están en el poder y los que exigen el cambio. Hombres, mujeres, niños, distintas religiones y estratos sociales, encerrados a cal y canto, reproduciendo el conflicto que, en el exterior, se lleva la ciudad por delante. La confusión que reina a su alrededor se filtra como un gas tóxico entre los detenidos, y el espectador puede sentirse tan desorientado como ellos, lo que juega a favor del discurso de la película pero a la contra de su eficacia narrativa. «Clash» funciona a un nivel muy básico, muy visceral, a pesar de que cada uno de los presos eventuales parezca encarnar un arquetipo, una tesis con sus propias heridas, y de que la convivencia forzada en un espacio tan reducido despierte inevitables enfrentamientos, pero también la necesidad de limar diferencias, de escuchar y comprender al otro. Rodada sin cinturón de seguridad, «Clash» debe toda su fuerza a las poderosas «set pieces» en las que el exterior penetra, de un modo u otro, en el interior del furgón. La escena de la lluvia de piedras o la de los punteros láser sacan partido sonoro y visual a las posibilidades expresivas del espacio, víctima de una agresión constante y hostil en sí mismo. Son momentos de puro cine en que Mohamed Diab sabe trascender la importancia del mensaje político y la particular idiosincrasia del proyecto. Es de agradecer que su radiografía de la sociedad egipcia no ofrezca ningún diagnóstico definitivo: sabemos qué ha ocurrido en Egipto después de ese verano de 2013, aunque la negrura de «Clash» no nos hace albergar esperanzas de paz.
«Clash» ***
Director: Mohamed Diab. Guión: Khaled y M. Diab.
Intérpretes: Nelly Karim, Hany Adel, Tarek Abdelk Aziz.
Egipto-Francia-Emiratos Árabes-Alemania, 2016.
Duración: 98 minutos. Drama.