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«A Isabelle Huppert sólo le dije una palabra: ''Tímida''»

Serge Bozon estrena su particular versión de la obra de Stevenson «Doctor Jekyll y Mr. Hyde», encarnada aquí en una en apariencia frágil profesora de un instituto de la periferia de París que no consigue imponerse a sus alumnos
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Serge Bozon estrena su particular versión de la obra de Stevenson «Doctor Jekyll y Mr. Hyde», encarnada aquí en una en apariencia frágil profesora de un instituto de la periferia de París que no consigue imponerse a sus alumnos.
Cuando Serge Bozon habla de educación sabe lo que dice. Fue profesor de Filosofía en un instituto de la periferia de París hace ya unos cuantos años, allá por los noventa, y conoce lo que son los problemas de disciplina y lo que cuesta mantener el orden en un aula. Hablamos con él en el jardín del Instituto Francés. De su nueva criatura, nunca mejor dicho, «Madame Hyde», una película que toma como pretexto el relato de Stevenson (mero pretexto que transforma de manera fantástica, entendida como fantasía) para amoldarlo a la piel, primero de Isabelle Huppert, y después del sistema educativo francés. La actriz interpreta a una profesora que imparte Física y que no consigue imponer su autoridad. Es unamujer sensible que parece que viviera en su mundo. No se altera apenas. Se inmuta lo justo. Y esa fémina de apariencia frágil, que lleva una chaquetita sobre los hombros y faldas plisadas por bastante debajo de la rodilla se transformará, debido a un accidente en su laboratorio-barracón, en un ser con un punto de maldad que opera por las noches.
Madame Géquil tiene un lado oscuro, Hyde. «En el libro original anidan el bien y el mal, Hyde y Jekyll, y el mal está escondido tras el bien. Hyde se atreve a todo lo que su opuesto no desea enfrentarse. Y este filme no habla de la dimensión moral ni tiene connotaciones sexuales, como la obra original. El bien y el mal no ocupan el centro. Quizá al final, al aparecer la negrura, se haga más patente. Si me preguntas por qué te diré que no sé, quizá me equivoqué pero pensé que debía centrarlo en el tema de la educación y la transformación de la profesora dentro de ese mundo», explica. A la luz del día, Géquil es una buena y paciente maestra. Tras sufrir un percance eléctrico aflora la maldad, pero que nadie piense en vísceras ni terrores ocultos, todo es bastante más sutil. El deseo reprimido de Stevenson asegura el director que aquí está ausente.
Hablábamos antes de la experiencia docente del realizador, pero deja claro que «ni es una película autobiográfica ni realista porque existe un punto de vista, en el caso de los alumnos, que tiende a la estilización. Los chavales que estudian en este tipo de institutos hacen gala de un vocabulario bastante más vulgar y soez y en la película no hablan así. Incluso Malik, el estudiante con problemas de movilidad, utiliza un francés elaborado. Cuando la montan en el aula lo hacen por algo que ha dicho la profesora, cuando lo habitual es no escuchar a quien imparte la clase y aquí sí se produce esa atención», asegura.
Se muestra satisfecho con el trabajo de sus actores, a los que ha dado una vuelta de tuerca, desde la propia Huppert, acostumbrada a trabajar registros bastante más fuertes, incluso ligados la masoquismo, a José García, que da vida a un marido, un amo de casa que toca el piano y siempre tiene un guiso a la mano, sin olvidar a Romain Duris, el director del centro, un hombre pagado de sí mismo e iluminado, cuando acostumbra a «enfrentar papeles de tipos inteligentes y con labia y aquí parece un simple tonto, una caricatura de un político», dice.
El sonido ahogado
Bozon acostumbra a hablar lo justo con los intérpretes: «No me gusta ensayar ni hablar durante el rodaje sobre la preparación, la vida pasada de los personajes... Lo único que le dije a Huppert fue una palabra, ''tímida''. Y se la repetí. Siempre más tímida. Y así lo hizo. La idea era buscar esa especie de debilidad y esa contención en la interpretación, lo más lejos posible a una estrella incandescente, y hacer que en un momento aflorase esa veta más expansiva que la lleva incluso al final a derrumbarse hasta físicamente. Y es ahí donde alcanza todo su potencial. Es como un sonido ahogado», señala de la labor de Huppert, actriz con la que ha trabajado en «Tip Top» (2013), y con la que desea contar en su siguiente proyecto. Dice que ella es inteligente, que había leído el guión y tenía sus propias ideas sobre Madame Géquil. Además, creo que los grandes cineastas –y no me incluyo entre ellos– como Mikio Naruse y Raoul Walsh, no hablaban a sus actores. En el cine de arte y ensayo a veces se exageran los papeles. Y pienso que no hace falta. Los del Actor's Studio están en el límite, actúan demasiado y solo dejan que se vea el numerito», aduce. ¿Y es complicado no pasar esa línea tan delgada? «Para mí, no», responde, y añade que en el caso de García «me siento contento con esa suavidad que emana. Hay actores que lo llevan en la sangre, es puro oficio y no hay nada de composición». Sobre la manera de conseguir ese «espíritu de clase», el director desvela los «trucos» que hay detrás: «Trabajar en el cine para ellos significaba no acudir a clase, no aguantar al profesor y además, recibir un dinero por ello. Estaban encantados. Son chicos de la periferia. Incluso alguno tenía problemas judiciales, como el caso de un chico por manifestaciones antisemitas. Trabajamos muy bien e hicimos que los diálogos se entremezclaran, que fuese como un aula más, sin ser real».
Tardaron 35 días en rodar el filme. Y en 35 mm. «Estoy en contra del digital. Como no tengo demasiados medios no puedo hacer 40 tomas de una escena. En celuloide no cuesta lo mismo, porque hay que repetir y revelar. No me gusta el digital, estoy harto de esos rodajes. Quizá si eres un grande te lo puedas permitir, pero no es mi caso». Y pone los ejemplos de Fuller, que rodó en una semana, o Tournier, en 11 días. «Lo mío es más artesanal. Siempre trabajo con el mismo equipo. Nos conocemos desde hace muchos años y es una manera también de evitar los egos exagerados en los rodajes de quienes creen que el cineasta en un dios. Nosotros lo hablamos todo y lo planificamos previamente incluso con dobles de luz y eso, te diré, le ponía bastante nerviosa, por ejemplo, a Huppert, sobre todo cuando trataba de decirle que cambiara de registro, aunque creo que nos entendimos bien. Me gustaría volver a trabajar con ella, y lo sabe», confiesa y deja la cuestión abierta, suspendida en el aire.
Fantasía, sí; miedo no, distingue Bozon, que trata de llegar a territorios no explorados y tocar la vertiente fantástica con determinadas imágenes, como el espejo que se ve en la habitación del matrimonio sobre una pared azul, el pijama que luce la maestra, «tan a lo Ofelia de Hamlet que me da la idea de una esposa morganática. Son elementos góticos muy depurados».
En la cabeza ya bulle el siguiente proyecto, una película sobre Don Juan, que será una comedia musical ambientada en nuestros días. Ahora tiene que vencer el gran escollo, que es encontrar financiación: «Estoy en el proceso de escribir el guión. ¿Que si he hablado del tema con Huppert? Bueno, digamos que es un asunto espinoso. Ahí está». Y prefiere guardar silencio y no desvelar ni dar pistas.

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