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Ai Weiwei: «Me identifico con los niños refugiados»

El artista chino presenta en la Seminci de Valladolid su documental «Human Flow», un valiente alegato contra la injusticia que padecen los inmigrantes que pretende ser una llamada a las instituciones internacionales sobre el sufrimiento de 65 millones de personas
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El artista chino presenta en la Seminci de Valladolid su documental «Human Flow», un valiente alegato contra la injusticia que padecen los inmigrantes que pretende ser una llamada a las instituciones internacionales sobre el sufrimiento de 65 millones de personas.
«Siempre me he sentido parte de los refugiados. Cuando era pequeño, a mi padre lo condenaron a un campo de trabajo durante más de veinte años. El gobierno chino de entonces no le permitió hacer lo que más le gustaba, que era escribir. Tuvo que dedicarse a limpiar lavabos, pero no cualquiera ni los que se conocen hoy, sino los que existían en la parte rural, que siempre estaban en muy malas condiciones higiénicas. Eso afectó a su salud y, de hecho, llegó a quedarse ciego de un ojo. Durante esta época, excavábamos en la tierra un agujero o buscábamos una cueva y ahí nos tapábamos con lo que podíamos para protegernos del frío. Éramos personas ignoradas únicamente por tener una visión diferente de la cultura, la política y el arte. Por eso en los niños refugiados de hoy me veo reflejado a mí mismo». Con una alusión a su infancia, y al origen del estrecho vínculo emocional que siempre le ha unido a los inmigrantes y desfavorecidos de todos los continentes, el artista chino Ai Weiwei inició la presentación en la Seminci de Valladolid de su nuevo trabajo, un documental, «Human Flow», una cinta controvertida que dio mucho de qué hablar en el último Festival de Venecia y que es una meditada denuncia de la crisis humanitaria que rodea a los inmigrantes, esos millones de personas que, por persecución política, la guerra, el hambre o la sequía desencadenada por el cambio climático, se han visto obligados a abandonar sus vidas, sus viviendas y emprender una peligrosa ruta hacia el Edén de Occidente. «Cuando empecé a interesarme por este tema solamente pretendía dar un leve toque personal, pero cuando comencé a rodar me di cuenta que era un problema mucho más grave», explicaba ayer el artista plástico y visual.
El arte y la política
El resultado ha sido un viaje alrededor del mundo a través de 23 países y 20 equipos de rodajes, 600 entrevistas con desplazados de todos los continentes y 900 horas de grabación. «Hacíamos la planificación según avanzábamos», explica. Ai Weiwei, que considera esta película «una parte de su obra artística dedicada a este tema, como algo unitario», afirmó que «aparte del dolor, hay también esperanza. La información sobre los refugiados me llegó a través de los medios de comunicación y las redes sociales, que siempre intentan que sintamos simpatía hacia estas personas. Gracias a la globalización podemos darnos cuenta del dolor y ver los problemas económicos y sociales que existen en el mundo». Tranquilo, con una mirada atenta debajo de sus párpados caídos, y con la voz reflexiva de los hombres que han conocido la injusticia de primera mano, Ai Weiwei reveló el espíritu combativo que reflejan sus esculturas y proyectos y afirmó que «el arte tiene que estar unido a la política, si no, sería superficial. El arte tiene que reivindicar los derechos de los individuos. Es importante para la democracia. Su participación en la política no solo es esencial, sino que es un signo de un país que presuma de democrático. El silencio de estos 65 millones de refugiados es una humillación para los que tenemos voz. No hemos hecho lo suficiente para ayudarlos. Este no es un documental para quitarle importancia a lo que sucede, sino para echárselo en cara a los responsables de las instituciones de los países. El mundo está dominado en la actualidad por intereses económicos que suelen estar por encima de las personas. Los refugiados merecen la atención de todos nosotros y si no la reciben, el mundo será cada vez peor y más corrupto».
Valiente, inconformista, controvertido, Ai Weiwei no muestra signos de debilidad en su coraje ni el encarcelamiento en su país natal, China, parece que haya sometido su alma rebelde. Más bien al contrario. Hoy sus protestas suenan más alto que nunca, como sucede cuando habla de la matanza de Rohingyas en Birmania. «Las instituciones internacionales no han hecho lo suficiente en ese país para detener la catástrofe. Los gobiernos no tocan ese tema. En la actualidad, 500.000 personas de ese pueblo están en campos de refugiados. Eso es un genocidio. China y Estados Unidos, que son las fuerzas en la región, no están comprometidos con su papel y, por eso, deben estar avergonzados por su actitud. Si no solucionamos estas desgracias, vamos a dejar un mundo hundido en el caos». Y mencionó, en este aspecto, el caso de Grecia. «Ha afectado a miles de personas. Pero lo que ha hecho no ha gustado a la Unión Europea. Pero es una nación ejemplar. Todos somos personas, tenemos derechos y sin ellos la democracia sería una mentira».
Guerra y avaricia
El artista no eludió ninguna pregunta ni, tampoco, las críticas por un exceso de protagonismo por aparecer en el documental. «Mi presencia se debe a que tenía que ser un trabajo realista. Esto no es una historia de hoy ni una comedia. Mi presencia responde a un planteamiento: separarme de la prensa de EE UU que informa sobre este tema como si fuera la dueña del mundo. Pero este problema es cada vez más nuestro. El público debe saber que compartimos el destino de todo el mundo. Yo intento transmitir que no soy superior a nadie y mucho menos a un refugiado, porque soy uno de esos refugiados». La producción y el rodaje estuvo marcado por los traslados continuos y los peligros que tuvieron que afrontar para aproximarse a los puntos calientes de la inmigración. Pero Ai Weiwei, que ha captado la desesperación de los hombres y mujeres que cruzan el Egeo huyendo de Siria o la impotencia de los cientos de africanos que llegan hasta las orillas del Mediterráneo empujados por los conflictos y las hambrunas, comentó que, en el fondo, todos los motivos que han desencadenado este movimiento de masas es estrictamente político: «Nos damos cuenta que existen varias causas para la inmigración: contiendas, el cambio climático, la economía, sociales... pero todos pueden concentrarse en uno, el factor político. Si hablamos de la guerra, podemos añadir que es una lucha entre distintos poderes que pretenden adueñarse y beneficiarse de una economía. Si centramos el foco en África, podemos referirnos al impacto derivado de los cambios en el medio ambiente, pero estos están causados por la desertización y por un impacto demográfico que tienen sus raíces en la historia: sus recursos fueron explotados por EE UU y por Europa. Parte de ese deterioro ambiental se debe a esos países». Ai Weiwei habla de la «avaricia, que es otra causa. Europa y EE UU siempre se han mostrado muy avariciosos por incrementar sus ingresos económicos. Ellos han sido los principales beneficiados y, por eso, también son responsables de un problema mundial como el de los refugiados. Su actitud de no querer asumir las responsabilidades demuestra cómo son de cobardes y de egoístas».